¡Devuélvanme mi viejo ateísmo!
Por Salman Rushdie Para LA NACION
NUEVA YORK
"No creer en Dios no es excusa para ser violentamente antirreligioso o un ingenuo partidario de la ciencia", dice Dylan Evans, profesor de robótica en la Universidad West England, en Bristol.
Evans ha escrito un artículo para la página editorial del periódico The Guardian, de Londres, burlándose del anticuado ateísmo "del siglo XIX" de prominentes pensadores, como Richard Dawkins y Jonathan Miller.
El propone, en cambio, un moderno ateísmo que "valorice la religión, que trate a la ciencia como un simple medio para un fin y que encuentre el significado de la vida en el arte". Por cierto, dice, la religión debe ser entendida como "una especie de arte, que sólo un niño puede confundir con la realidad y que sólo un niño podría rechazar por ser falsa."
La posición de Evans se acomoda bien a la del filósofo científico estadounidense Michael Ruse, cuyo nuevo libro, El enfrentamiento entre evolución y creación (The Evolution-Creation Struggle, Harvard University Press, 2005), asigna buena parte de la culpa por el crecimiento del creacionismo en Estados Unidos -y los intentos de la derecha religiosa para que la teoría de la evolución sea reemplazada en las aulas por el nuevo dogma del "diseño inteligente"- a los científicos que han tratado de competir con la religión e, incluso, de reemplazarla. Pese a ser un firme partidario de la evolución, Evans critica a modernos gigantes como Richard Dawkins y Edward O. Wilson.
El "ateísmo light" de Evans, que intenta negociar una tregua entre puntos de vista religiosos y ateos, es tan fácil de demoler como esos bloques de plástico que usan los niños, y con los cuales, según revela el propio autor, tales ideas podrían ser construidas: "El ateísmo debe ser más como un conjunto de bloques Lego que como un juguete preensamblado", indica.
Tal tregua podría tener una posibilidad de funcionar sólo si fuera recíproca. Esto es, si las religiones del mundo aceptaran el valor de la posición del ateo y admitieran su base ética, si las religiones respetaran los descubrimientos y logros de la ciencia moderna aun cuando esos descubrimientos desafíen los dogmas religiosos y si aceptaran que el arte, en su mejor forma, revela los múltiples significados de la vida al menos con la misma claridad que los llamados "textos revelados".
Sin embargo, no florecen tales acuerdos recíprocos. Tampoco existe la menor posibilidad de que se alcance alguna vez ese acuerdo.
Entre las verdades que los seguidores de todas las religiones consideran evidentes figura las que dicen que quien no cree en una divinidad es un amoral y que la ética requiere la presencia de algún tipo de árbitro supremo, algún tipo de absoluto supernatural, sin el cual el secularismo, el humanismo, el relativismo, el hedonismo, el liberalismo y todas las formas de impropiedades permisivas inevitablemente seducen al no creyente, llevándolo por el camino de la inmoralidad.
Para aquellos de nosotros dispuestos a permitirnos los vicios antes mencionados, y que aún nos consideramos seres éticos, la posición de que el ateísmo equivale a la amoralidad es bastante difícil de tragar.
Tampoco la actual conducta de la religión organizada brinda mucha confianza, al estilo de la actitud de laissez-faire de Evans/Ruse. La educación corre peligro en todas partes debido a los ataques religiosos.
En años recientes, los nacionalistas hindúes intentaron reescribir la historia de la India para respaldar su ideología antimusulmana. El esfuerzo sólo se vio frustrado por la victoria electoral de una coalición laica encabezada por el partido del Congreso. Entre tanto, voces musulmanes en el mundo entero -incluidas las de los creacionistas islámicos de la Fundación de Investigaciones Científicas de Turquía, un ejemplo vociferante- aseguran que la teoría de la evolución es incompatible con el islam.
En Estados Unidos, la batalla sobre la enseñanza del "diseño inteligente" en las escuelas está alcanzando la hora de la verdad, ahora que la Unión de Libertades Civiles se apresta a llevar ante una corte de Pennsylvania a sus partidarios.
Parece inconcebible que esas fuerzas puedan ser persuadidas de retroceder en sus arremetidas. No lo harán los que adhieren al citado "diseño inteligente", una idea creada de atrás para adelante, con el fin de imponer la hipótesis de un Creador para explicar la belleza de la creación. La hipótesis está tan arraigada en una falsa ciencia y en una falsa lógica, y es además tan fácil de atacar, que reclama ser tratada, al menos, con un poco de rudeza.
Sus partidarios arguyen, por ejemplo, que la inmensa complejidad y perfección de las estructuras celulares y moleculares resultan inexplicables a través de la evolución gradual. Sin embargo, las múltiples partes de los complejos sistemas biológicos evolucionan de manera conjunta, expandiéndose y adaptándose de manera gradual. Y, como lo ha demostrado Dawkins en El relojero ciego: por qué la evidencia de la evolución revela un universo sin diseño (1986), la selección natural está activa en cada etapa del proceso.
Pero, además de los argumentos científicos, hay otros que son, por decirlo así, novelísticos. ¿Qué ocurre, por ejemplo, con el mal diseño? ¿Fue realmente tan inteligente la creación del canal del parto o la de la glándula prostática? Habría, por lo tanto, argumentos morales contra un diseñador inteligente que ha maldecido a sus creaciones con el cáncer y el sida.
¿Se incluye en el diseño inteligente una gran crueldad amoral?
Considerar a la religión una "especie de arte", tal como Evans lo propone de manera dulce, es posible sólo cuando la religión está muerta o cuando, como la Iglesia de Inglaterra, se ha convertido en una serie de corteses rituales. La antigua religión griega vive en la mitología. La antigua religión escandinava nos ha dejado los mitos nórdicos y, sí, podemos leerlos ahora como literatura.
También la Biblia contiene gran literatura, pero las voces de la cristiandad se hacen cada vez más estridentes, y uno duda de que vayan a dar la bienvenida al enfoque de Evans, propio de un libro infantil.
Entre tanto, las religiones continúan atacando a sus propios artistas. Pinturas de artistas hindúes son atacadas por turbas hindúes, dramaturgos sikhs son amenazados por la violencia sikh y novelistas y cineastas musulmanes son amenazados por fanáticos islámicos con un vigor que no tiene en cuenta su parentesco.
Si la religión fuera un asunto privado, uno podría respetar con más facilidad el derecho de sus creyentes a buscar su confort y su alimento. Pero la religión de la actualidad es un gran negocio, que usa una eficaz organización política y tecnología de información muy moderna para hacer avanzar sus fines. Las religiones boxean siempre sin guantes, pero exigen, a cambio, que las traten con guantes de seda.
Evans y Ruse harían bien en admitir que ateos tales como Dawkins, Miller y Wilson no son ni inmaduros ni culpables por criticar a esos sectores religiosos. Están haciendo algo vital y necesario.
© LA NACION y The New York Times Syndicate.