Deuda: la indispensable e incierta tarea de pensar el país
Más allá de las abundantes discusiones sobre política, aún resta en la Argentina encarar una conversación amplia y plural sobre qué tipo de democracia imaginamos y queremos
Luego de las elecciones de noviembre de 2011 en España, donde el PP le ganó al PSOE, las páginas de los principales diarios españoles se llenaron de notas y artículos que analizaban el nuevo escenario e imaginaban futuros posibles. Eran notas de políticos, pero también de artistas, escritores, directores de teatro e intelectuales.
Pensar la democracia es, para cualquier sociedad que la prefiere como forma de organizarse, una tarea indispensable y un poco incierta. Es indispensable porque de otro modo es difícil acertar con las prioridades y con las soluciones, y es incierta porque el pensar obliga, siempre, a considerar universos múltiples y complejos, que cambian permanentemente.
La democracia argentina, luego de 30 años y por diferentes razones, permanece en una suerte de suspensión reflexiva que tiene demasiados riesgos. Esto no quiere decir que no haya personas escribiendo, investigando y razonando sobre cuestiones políticas. Tampoco implica que no se llenen páginas en la prensa en tiempos de elecciones. Pero la densidad, la variedad y la búsqueda argumentativa duran poco y resultan insuficientes.
Falta una conversación plural que tenga como centro la experiencia de vivir en democracia. Existe pensamiento y literatura sobre el Estado y sobre la debilidad de las instituciones, pero no es tan sencillo encontrar argumentos que sostengan ideas sobre el tipo de sociedad y sobre el tipo de personas que se crean bajo los distintos temperamentos que puede asumir la democracia.
La fragilidad del inicio
Los primeros años de recuperación democrática fueron tan frágiles, tan quebradizos, que cualquier crítica, por mínima que fuera, resultaba altisonante y peligrosa. Había que cuidar lo más preciado y sugerir sus imperfecciones no parecía una buena idea. Luego, la inexorable rutinización de la institucionalidad democrática y las diferentes crisis generaron la falta de interés y la desafección, así como un desvío de la atención hacia otras dimensiones de la vida social y sobre todo económica.
Hoy, a 30 años, pensar la democracia sigue siendo una deuda. Esa morosidad no es ajena a dos de las particularidades menos virtuosas de la política nacional: las dificultades del medio cultural para pensar los partidos y de los partidos para autopensarse.
Durante estos 30 años, uno de los dos partidos populares, el radicalismo, prácticamente abandonó su obligación de representar a una parte de la ciudadanía. El otro partido popular, el peronismo, pasó de avalar la autoamnistía militar al libremercadismo para luego convertirse al emancipacionismo latinoamericanista mostrando una ductilidad sospechosa. Todo esto sin que mediara un ejercicio del pensar ni desde la cultura ni desde los propios partidos. Una de las consecuencias es que en nuestro país, como en ningún otro, se da un caso extraño de danza de candidaturas ante cada elección. En esos tiempos, los ciudadanos vemos cómo un personaje puede resultar candidato de este partido o del otro, sin que medie nada que justifique ni la pertenencia ni el cambio.
Otro problema derivado de la falta de pensamiento sobre la vida democrática es la tozuda vocación que existe en la Argentina por narrar los problemas sin solucionarlos. Todos los días se escucha a funcionarios relatando los problemas de sus áreas como si no les correspondiera solucionarlos. Son comentaristas de su propia inacción y se hacen expertos en diferir los temas en el tiempo y en el espacio. En 30 años de democracia, muchos de los problemas permanecen allí donde estaban, incluso agudizados.
En la oleada de democratización de la región, la Argentina era la mejor posicionada en términos relativos. Hoy, casi todos los países no han parado de avanzar y nosotros no hemos parado de retroceder. En el medio de este proceso, hubo gobiernos republicanos, neoconservadores y populistas. Hubo gestiones que pusieron el énfasis en el mercado interno y la concentración y los hubo aperturistas y liberalizadores. Hubo provincianismo y cosmopolitismo.
Me resulta imposible no hacer el vínculo entre estas situaciones y la falta de una conversación amplia sobre qué tipo de democracia imaginamos y deseamos los argentinos. Los deseos y las concreciones siempre empiezan por las ideas. No es un vicio intelectual, es una actitud humana.