Detrás del debate de las PASO está la provincia de Buenos Aires
Al no haber ballotage, una eventual eliminación de las primarias dejaría toda la disputa atada a una sola elección, lo que beneficia la continuidad del oficialismo bonaerense
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¿Se puede pensar una verdadera transformación de la Argentina sin gobernar la provincia de Buenos Aires? Este interrogante está vinculado con otro, si se quiere más instrumental, que hoy domina el debate coyuntural de la política: ¿la oposición puede ganar en la provincia si se eliminan las PASO?
De las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias se pueden discutir muchos aspectos, entre ellos el de la obligatoriedad. Pero si se analiza su incidencia en el comportamiento electoral se verá que en el distrito bonaerense las primarias juegan un papel fundamental para dirimir la elección general. Al no existir ballotage, funcionan en la Provincia como una virtual primera vuelta. Es una instancia en la que el voto tiende a dispersarse en un amplio abanico de opciones y afinidades, pero que marca una pauta para la elección general, en la que generalmente impera, después, un criterio de voto útil.
Para decirlo con nombres y apellidos, en las PASO bonaerenses el sufragio opositor podría dividirse entre los precandidatos de Juntos por el Cambio, pero también los del partido de Javier Milei y de otras fuerzas que, hacia la izquierda o la derecha, propongan alternativas diferentes a las del oficialismo. A partir de la evaluación de ese mapa, el electorado elegirá en la general las opciones más cercanas a sus preferencias que hayan quedado mejor posicionadas.
Que Milei haya anticipado su rechazo al cambio de las reglas electorales es un dato auspicioso, porque –al menos en la provincia de Buenos Aires- la existencia de las PASO podría jugar en contra de los intereses de su partido. También es alentador que en los últimos días se haya “desinflado” la intención de un sector del oficialismo de suprimir el año que viene esa instancia electoral. El riesgo, sin embargo, está latente y muchos han vuelto a “empujar” su eliminación.
Es fundamental que se mire con amplitud lo que se juega en este debate. Y que se ponga sobre la mesa un interrogante central: ¿privilegiamos el interés de las partes o el interés general?
Desde 1983 hasta acá, el peronismo perdió en la provincia de Buenos Aires solo en dos turnos electorales. Podría intentarse un análisis particular de esas “excepciones”, pero basta la mera estadística para confirmar que en ese estratégico distrito electoral la oposición enfrenta, en general, un desafío muy complejo.
La provincia se suele ver como un trampolín o una “escala” en tránsito hacia la Presidencia. Esa visión forma parte del gran problema argentino. Tenemos que empezar a ver a Buenos Aires desde la identidad, el compromiso y la vocación bonaerense, pero a la vez desde la perspectiva de una estrategia nacional.
Los dos presidentes de la democracia que tuvieron que convivir con un gobierno opositor en la provincia (Alfonsín desde 1987 y De la Rúa desde el inicio de su gobierno) no pudieron terminar sus mandatos. Son datos históricos que también merecerían análisis específicos, pero corroboran la dificultad, tanto política como institucional, que implica la disociación entre la Nación y la Provincia.
Más allá de los intereses y cálculos cortoplacistas que pueden hacerse en cada una de las parcelas del universo opositor, las PASO (sobre todo en la provincia) pueden contribuir a fortalecer la alternativa que enfrentará finalmente al oficialismo en la elección general, pero también pueden hacer un aporte a la construcción de una “agenda bonaerense” y un debate de mayor espesor sobre los problemas propios de la provincia.
Lo hemos dicho muchas veces: Buenos Aires necesita reformas estructurales que resuelvan sus problemas de fondo. Es más que una provincia: es un país dentro del país. Si se dividiera en cuatro, cada uno de esos fragmentos constituiría las provincias más pobladas de la Argentina. En términos demográficos, Buenos Aires (con casi 18 millones de habitantes según la proyección del Indec) cuadruplica a la segunda provincia del país (Córdoba). Pero su complejidad es mucho mayor cuando se pone la lupa sobre el Conurbano: concentrados en el 1 por ciento del territorio provincial viven dos tercios de los bonaerenses y un cuarto de la población total de la Argentina. En la provincia habita casi el 40 por ciento de la población nacional.
Unos pocos datos son suficientes para describir la complejidad del territorio bonaerense. En una superficie equivalente a la de Italia se distribuyen 135 municipios con características demográficas, culturales, productivas y geográficas absolutamente heterogéneas. Incluyen desde pequeñas poblaciones hasta grandes urbes de 2 millones de habitantes. Y detrás de ese mosaico se esconden profundas desigualdades y asimetrías para una provincia que produce el 40 por ciento de los recursos nacionales y recibe el 22 por ciento por la coparticipación.
Estos temas deben formar parte de un debate profundo y serio que no solo involucre a los actores políticos sino también a la dirigencia empresaria, al sector gremial y al mundo académico.
El “problema bonaerense” es un problema nacional. Los contrastes agudizados entre el Conurbano sur (donde se expanden los asentamientos y las usurpaciones) y el Conurbano norte (donde crecen las urbanizaciones privadas y la fragmentación social) expresan un drama de la Argentina que exige un abordaje global.
Cualquier proyecto de transformación del país debe incluir un capítulo central sobre la provincia, que tiene que dejar de mirarse (y por supuesto de gobernarse) desde la ciudad de Buenos Aires. No es irrelevante, ni meramente estadístico, el dato de que cuatro de los últimos ocho gobernadores bonaerenses (desde el 83 hasta acá) fueron dirigentes porteños.
Cuando discutamos sobre las PASO, elevemos la mirada. Allá está la provincia de Buenos Aires, que es mucho más que una disputa política.
(*) El autor es diputado nacional por la provincia de Buenos Aires; expresidente de la Cámara de Diputados de la Nación