Detrás del atuendo blanco, el mismo amigo
En enero del año pasado se lo veía agobiado, exhausto. Solíamos encontrarnos regularmente cada mes en dos oportunidades para grabar junto con Marcelo Figueroa dos programas por vez para el ciclo La Biblia, diálogo vigente . En las reuniones de aquel enero, nos decía: "Hoy sólo grabaremos uno".
Los programas eran una experiencia existencial, religiosa, muy e special, que exigía una gran concentración. Fijábamos los temas por analizar, cada uno los elaboraba y nos reuníamos sin haber consensuado aspecto alguno acerca de lo que íbamos a conversar. Lo desarrollábamos espontáneamente y nunca hizo falta regrabar o corregir lo que habíamos expresado, salvo por algún desperfecto técnico. Parecía haber algo en él que lo preocupaba mucho, en esos últimos encuentros, y le exigía una energía que luego le faltaba para la realización de los programas.
La última vez que nos reunimos para grabar, en los primeros días de febrero, le manifesté que una vez que finalizara su gestión a la cabeza del Arzobispado de Buenos Aires deberíamos continuar con el ciclo televisivo y seguir creando proyectos nuevos. Asintió. Nos despedimos con el compromiso de comunicarnos en marzo para fijar fecha y hora para la grabación del nuevo programa, cuyo tema había sido fijado hacía un buen tiempo ya, pero que, por su cansancio, iba posponiéndose semana tras semana. El tema era la amistad.
En febrero, Benedicto XVI anunció su renuncia al cargo de Sumo Pontífice, un acto de grandeza ejemplar. Al verse sin las fuerzas necesarias para encarar los difíciles problemas que la Iglesia debía resolver, dio un paso al costado. Ejemplo de lo que debe hacer un líder cuando debe enfrentar dramáticos desafíos sin el poder necesario para darles una respuesta contundente. Ratzinger dio una lección de humildad y grandeza.
Ya fuese por el gran cariño que nos une, o por algún sentimiento de razón ignota, me embargó la idea de que mi amigo, con quien había labrado una larga senda en la vida y en el diálogo interreligioso, podía ser electo Papa. Más que su última imagen de cansancio, aparecía en mi mente su incólume postura frente a la injusticia, sus inclaudicables esfuerzos por ayudar a los necesitados y su compromiso con la instauración de un diálogo profundo en el seno de la sociedad argentina. Lo vi en mi mente como el líder que podía dar un aporte significativo a su grey y a un mundo en búsqueda de valores para encarar la vida, que ansía la presencia de una figura que pueda inspirar fe.
Hace un año, sus colegas, los electores del nuevo papa, vieron esas mismas virtudes en Bergoglio, y seguramente muchas más, para elegirlo como cabeza de su Iglesia. Retrospectivamente intuyo que, tal vez, el tema que lo agobiaba, que demandaba casi toda su energía, era justamente el delicado momento por el que atravesaba la Iglesia. En el primer encuentro que tuvimos en el Vaticano, me relató que durante el cónclave un colega le preguntó si él aceptaría el cargo en caso de ser electo Papa, a lo que contestó: "En este delicado momento que vive la Iglesia, el que es electo Papa no puede negarse".
Múltiples razones llevaron a que mi amigo me invitase a hospedarme en Santa Marta los últimos días de septiembre y primeros de octubre del año pasado. Me ofreció compartir con él las tres comidas diarias. Me hizo sentar a su diestra. Pude observar su rutina diaria, y ver el cansancio en su rostro después de días de interminable labor y sumirse en profundos pensamientos entre bocado y bocado. Percibir cómo organizó un pequeño escritorio en el que el desorden testimoniaba el fragor de su trabajo, junto a la sencilla sala de recepción de su apartamento en Santa Marta, que prefirió a aquel que lo esperaba en el Palacio Apostólico. Era el mismo Bergoglio que en Buenos Aires, pero imposibilitado de usar libremente el subterráneo de Roma, como lo hacía en la que será por siempre su ciudad.
Detrás del atuendo blanco se encuentra el mismo hombre, que sabe equilibrar el poder de decisión y mando con la humildad y sencillez. Que no se embelesa con el éxito alcanzado en materia de popularidad, sabiendo que el éxito real se hallará en el profundo compromiso espiritual que pueda despertar en muchos. Que no se ufana con la presencia de los líderes de las naciones que van a intercambiar ideas con él, y entiende que sólo si estos encuentros han de aportar un avance hacia la paz en los diferentes conflictos del mundo habrá de justificarse su realización.
Detrás del atuendo blanco se encuentra el mismo amigo que, más allá de las distancia, sabe hallar los gestos para expresar su fraternidad con el mismo afecto y lealtad, sino aun mayores.
Sirvan estas líneas para compartir recuerdos, a un año de su elección, con todos aquellos a quienes la figura de Francisco sirve como paradigma para la propia superación. Fueron escritas peticionando a Dios, como él siempre implora, para que alcance a ver muchos frutos de su dura tarea, y la materialización de nuestros sueños acerca de cuyos detalles íbamos a hablar en aquel postergado programa dedicado a la amistad que, pese a la distancia, seguimos grabando con el más profundo de los afectos.
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