Detrás de una gran amistad
Sobre Un mal nombre, de Elena Ferrante
La primera entrega de la tetralogía Dos amigas, de Elena Ferrante, se llama en italiano L’amica geniale, título que fue traducido como La amiga estupenda. "Genial" no significa sólo una propensión a la intuición extraordinaria, sino que evoca la idea del Genio, esa divinidad benéfica que para los romanos funcionaba como numen tutelar, una especie de ángel de la guarda. "La amiga genial" es pues mucho más que una amiga estupenda: es la que, por un lado, deslumbra por su inteligencia, y, por otro, protege y resguarda. Un mal nombre, segundo título de la serie, se llama en italiano Storia del nuovo cognome ("Historia del nuevo apellido"), porque narra el pasaje de la condición de soltera a mujer casada de una de las protagonistas y prosigue la historia de amistad entre Elena Greco (Lenù), la narradora, y Lila Cerullo, que ahora se llama Lila Carracci.
En el libro inaugural se contaba la relación atormentada entre ambas niñas, nacidas y criadas en un barrio periférico de Nápoles en los años de la posguerra, sus primeros pasos y sentimientos, signados por la violencia, explícita o agazapada y al acecho. Violento es el ambiente familiar en que crecen: padres y hermanos golpeadores, mujeres sometidas a sus maridos y al mismo tiempo madres tiránicas, sádicas y carentes de afecto. Violento es el barrio donde, de modo claustrofóbico, transcurre la acción: camorristas y fascistas, prestamistas usureros, hombres violentos y pedófilos. En esa realidad traumática se afianza la amistad de las dos niñas, especular e interdependiente: la supervivencia de una necesita de la fuerza sanguínea de la otra. Mientras que Lila, por su inteligencia penetrante y aguda, brilla en la escuela, que abandona ni bien concluida la primaria, Elena se caracteriza por su capacidad de sacrificio. Mientras que Lila es brutal, desbocada, impulsiva y feroz, Elena es paciente, tímida, educada y reprimida. Pero es suficiente una nimiedad para que los roles se inviertan, para que Lila aparezca cauta y sabia, y Lenù, grosera y petulante.
Un mal nombre narra el desastroso matrimonio de Lila. Maltratada por su marido, conocerá por fin, en un verano en Ischia, el amor clandestino. Pero en esta historia de amistad femenina entendida como pasión y mutuo saqueo, el joven que hace renacer a Lila es el mismo que Elena relega desde hace años a los pliegues de las más íntimas ilusiones. A Lenù no le queda más remedio que apuntar a sus estudios para intentar salir de ese entorno sofocante y perturbador. Y, en fin, llegará, gracias a una beca, a la prestigiosa Scuola Normale di Pisa, una de las universidades más importantes de Italia. Protagonista indiscutida de la novela, sin embargo, es Nápoles, representación absoluta de lo sórdido, lo oscuro y lo tenebroso. La ciudad italiana, más allá de los datos realistas con que se identifican plazas, calles, monumentos y playas, es el escenario en que afloran, inconscientemente, las fuerzas de lo arcaico, lo instintivo, lo irracional.
Hay un pasaje significativo hacia el final de la novela, cuando, concluida la universidad, Elena regresa a Nápoles en busca de Lila. En ese periplo por barrios pobres y calles desoladas, piensa: "Nápoles me había servido en Pisa, pero Pisa no servía en Nápoles". La novela, en efecto, plantea una cuestión crucial: ¿hasta qué punto es posible revertir los signos de la infancia?
Se ha escrito mucho sobre este ciclo de novelas. En Estados Unidos, se convirtieron en un fenómeno editorial increíble para un escritor europeo; en Italia fueron recibidas con más cautela. Se achaca a la autora, que persevera en su anonimato, una escritura ajustada a las expectativas del mercado. Juicio por cierto injusto. Tampoco puede pensarse la obra sólo como manifiesto político femenino: la visión del mundo de Elena trasciende la cuestión de los géneros.
La potencia del conjunto está en lo que esconde tras esas dos niñas que sellan un pacto de amistad imperecedero. En realidad, la historia que se cuenta, la lucha encarnizada por emerger de una infancia atroz y perversa, es la misma que se libra entre las dos idiomas de la novela en el original: el italiano, lengua de la racionalidad y el conocimiento; y el dialecto napolitano, lengua de la pasionalidad inmediata, pero también de la identidad auténtica que no puede ser borrada. El resultado de esa lucha es la conservación a ultranza de la identidad abrasiva que Lila y Elena arrastran consigo, entre la repugnancia, el estupor y el desconsuelo, no obstante el inquebrantable deseo de rescate. Nadie en Italia, después de Elsa Morante, ha sabido contar con tal intensidad el mundo a su alrededor.
UN MAL NOMBRE
Por Elena Ferrante
Lumen
Trad.: Celia Filipetto
560 páginas
$ 349