Desvelada. Se apagan las luciérnagas
Fueron parte de la infancia de los que hoy rondan los cincuenta años, pero es probable que las nuevas generaciones se las pierdan
- 4 minutos de lectura'
El jardín está a oscuras, hace calor, no hay luna y si bien me da un poco de miedo, la idea de atrapar luciérnagas vence cualquier temor. Algunas vuelan encendiendo sus lamparitas intermitentes en vuelo. Son las más difíciles de agarrar porque cuando veo la luz y junto las manos en forma de esfera y creo tener una, se escapan. Mucho mejor es ir caminando lentamente por el pasto mirando hacia abajo y esperar a que se enciendan. On, off, on, off. Cuando lo hacen, hay que agacharse rápido para estimar su ubicación y esperar al próximo on. Ahí, hay que atraparlas entre los dedos con cuidado de no lastimarlas.
Lampyridae, así es su muy apropiado nombre en latín que suena a “lamparitas”, un nombre en latín como el que lleva toda especie que se precie (y haya sido catalogada por la ciencia). Veo mi mano pequeña, mis dedos infantiles agarrarlas con suavidad (y un poco de impresión). Apagadas son como cualquier bicho, más como pequeños escarabajos y más vale no mirarlas demasiado porque puede que se me vayan las ganas de tocarlas si siento sus patas caminándome por la piel. Apoyo una en mi palma y la dejo que se encienda una vez más con su luz amarillento verdosa antes de colocarla en un frasco de mermelada que me entregaron lavado y seco para que las junte. La inspecciono bien de cerca y casi puedo tocarla con la punta de mi nariz.
Los lampíridos, así también se las llama formalmente, se caracterizan por su capacidad de producir luz y por supuesto, como casi todo lo bello, esto está ligado a algún tipo de ritual que permita, en última instancia, el apareamiento. Esta sensual luz que emiten a intervalos de entre seis y ocho segundos se produce por la oxidación de una sustancia, la luciferina, en presencia de una enzima en un proceso más menos complejo llamado bioluminiscencia.
Hay unas 2200 especies de luciérnagas en el planeta y su luz parece estar apagándose. Los motivos son tan obvios que aplican a la mayoría de las especies en peligro y estamos cansando de leerlos. Aún así, hacemos muy poco al respecto. La destrucción de su hábitat, el cambio climático, pero sobre todo, en el caso de las luciérnagas, la polución lumínica. Un mundo que se oscurecía cuando caía el sol, hoy vive iluminado artificialmente cada noche, y desde el espacio, la tierra se ve más bien como una pequeña canica de luces que no descansa.
Las luciérnagas volaron entre los dinosaurios hace unos cien millones de años y en algún momento se dividieron en dos grupos: uno colonizó las Américas y el otro voló hacia Asia y Europa.
Cuando ya cuento con una cantidad suficiente, junto ramas de árboles cercanos, unos manojos de pasto (como lo hacía con la esperanza de poder alimentar a los camellos de los reyes magos) y alguna que otra piedra y pedazo de corteza de árbol que encuentro por ahí, y coloco todo dentro del frasco. Crearé para estas luciérnagas una casa parecida a la que viven. No tengo muy claro de qué se alimentan, pero asumo que su presa se encontrará en ese ecosistema en miniatura que les armé. ¿Tomarán agua? Tampoco lo sé.
La tapa del frasco tiene unos agujeros hechos por algún adulto responsable con la punta de un cuchillo y un golpe de martillo. Sé que necesitan respirar, eso sí. Llevo mi lámpara mágica con cuidado entre ambas manos y la coloco en la mesa de luz junto a mi cama. Antes de dormirme espero atentamente a que se enciendan y apaguen. Creo que lo hacen. Seguramente sueño con luciérnagas. A la mañana me las olvido y son escarabajos negros alargados que se mueven entre los pastitos verdes. Decido soltarlas en el jardín. Además, creo que algunas ya están muertas.
La seducción se hace en la oscuridad y no sale tan bien con las luces encendidas. Los fanáticos suben a lo alto de las montañas para encontrarse con esos insectos que los fascinaron en su niñez.
Es un recuerdo de la infancia para aquellos mayores de cincuenta y los científicos pensaron que en algún momento dejaríamos de verlas. Existe, de hecho, un turismo conservacionista de avistaje de luciérnagas y un millón de personas recorre algunos de los doce países donde las encuentran titilando cuando cae el sol en su ritual de apareamiento. La seducción se hace en la oscuridad y no sale tan bien con las luces encendidas. Los fanáticos suben a lo alto de las montañas para encontrarse con esos insectos que los fascinaron en su niñez.
Mi padre tenía dos apodos preferidos para mí, Bichito Bucky, en homenaje al primer personaje en debutar en las revistas de comics de Disney y Bichito de Luz. Como esos turistas que trepan montañas para verlas, cada vez que me encuentro con una luciérnaga, yo también me encuentro con mi niñez.