Desvelada. La timidez de la corona
Las copas de los árboles no se superponen ni enciman: crown shyness se llama el fenómeno, tan sutil como los recuerdos de infancia
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En la televisión la BBC funde a negro, como se esperaba, anunciando la muerte de la reina Isabel II. Hace ya algunas unas horas los conductores visten de riguroso negro como se sabe deben hacerlo en caso de morir el monarca. Negro, silencio absoluto y después una imagen de la reina inunda la pantalla con su nombre al pie, con una música pomposa que empieza a sonar. El elegido es uno de sus clásicos retratos. Por un momento, lo confundo con una de las innumerables tomas que le hizo el gran fotógrafo Cecil Beaton, el mismo que retrató a actrices, músicos y pintores en una colección tan ecléctica como maravillosa que va de Marilyn a Francis Bacon y de David Hockney a Jagger y Audrey Hepburn. Y la icónica foto de María Callas en blanco y negro sosteniéndose con las manos esa cara de cejas tupidas y labial (imagino rojo). Es esa imagen que tenemos de la Callas cuando pensamos en ella. Finalmente reconozco la imagen de la reina y se trata de una pintura hiperrealista de Richard Stone. Beaton hubiese sido una mejor elección, pienso. Cuando la reina vio los bocetos hechos en las primeras horas (de las siete que se le dio al artista para retratarla) opinó que se trataba de un buen retrato, tanto que podría usarse en estampillas.
Miro por la ventana. Veo pasar un tren colorido (les ha dado la manía de envolverlos como para regalo) que detiene su marcha llegando y otro en la dirección opuesta que va tomando velocidad mientras se aleja de la estación. Son unos pocos segundos y el ruido desaparece por completo. Me sorprende lo rápido que dejo de escucharlo. La música que despide a la reina vuelve a imponerse.
En mi vieja casa de Olivos el tren también era parte de nuestra vida cotidiana. Los niños que crecimos cerca de las vías contamos con ciertas destrezas tempranas que no sé si todos comparten. En alguna caminata, mi padre, que también había crecido junto a las vías del tren, me tomó de la mano en un paso a nivel, señaló algo en las vías y dijo, solemne: el tercer riel. No sé si entendí bien qué era exactamente lo que estaba señalando, pero sí comprendí la peligrosidad que significaba siquiera acercarse. Yo repetiría la enseñanza con los otros chicos del barrio salvo que diría Tercer Reich en lugar de tercer riel. En definitiva, letal.
A la hora de la siesta salíamos en nuestras bicicletas, desmontábamos y agarrábamos el borde con pasto de la vía muerta (el actual Tren de la Costa) desde la abandonada estación Borges hasta la cortada de la calle Rosales. Ahí, en la cortada del colegio escocés del barrio, solía escucharse la música de los gaiteros los sábados por la mañana. Me pregunto si ahora habrán tocado para ella. En el verano los costados de la vía se llenaban de pasto verde y crecían flores silvestres que yo cortaba con dedicación pero que se marchitaban antes de llegar a casa.
Uno imaginaría que las ramas de estos árboles añosos, altísimos, se tocan unas con otras allá arriba en la copa. Sin embargo, muchas no lo hacen. Timidez botánica. Así se llama este fenómeno por el cual algunas especies tienen coronas que, en lo más alto, nunca llegan a tocarse con las de otros árboles y dejan un saludable espacio entre ellas que permite a ambos ejemplares crecer con comodidad.
La primavera es inminente y las copas de la primera línea de árboles están repletas de pequeños botones fluorescentes desesperados por florecer. Si estiro un poco la mano desde el balcón puedo tocarlos. Más allá, en la fila de árboles del otro lado de la calle, las hojas ya empezaron a crecer y es cuestión de días para que formen una galería perfecta y nos den sombra. Ya estaremos agradecidos de no tener que caminar bajo el sol del verano porteño.
Uno imaginaría que las ramas de estos árboles añosos, altísimos, se tocan unas con otras allá arriba en la copa. Sin embargo, muchas no lo hacen. Timidez botánica. Así se llama este fenómeno por el cual algunas especies tienen coronas que, en lo más alto, nunca llegan a tocarse con las de otros árboles y dejan un saludable espacio entre ellas que permite a ambos ejemplares crecer con comodidad. De acuerdo a esta teoría, cada árbol fuerza al árbol vecino a formar un patrón por el cual maximiza la recolección de luz y recursos y minimiza la competencia que pueda resultar dañina para la supervivencia de la mayoría. Así, vistos desde abajo forman un dibujo que deja entrever, entre el verde y marrón del follaje, pedazos de cielo que lo recorren como un río. Ya sea por accidente o diseño natural, es una suerte de tregua entre competidores. En inglés esa timidez botánica se llama Crown shyness o timidez de la corona. Qué apropiado, pienso.