Desvelada. La memoria y sus múltiples capas
Como los trazos de pintura en La habitación azul de Picasso, nuestros recuerdos se van superponiendo, uno sobre el otro
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Cuando nací, como era costumbre en la época, se encargaron de rapar el pelo notoriamente renegrido con el que había llegado al mundo, y al parecer de a poco eso dio lugar a una melena de rulos rubios al estilo de Shirley Temple que a su vez, con los años, se volvió lacia planchita. Un poco en broma mi padre conservó aquellos primeros mechones de pelo y los puso en un sobrecito de esos para incluir las tarjetas personales que se adjuntaban a un regalo de casamiento. En él se leía “Pelo de Carola recién nacida” y adentro, además de unos cuantos mechones de una pelusa oscura (bastante asquerosa), había una caricatura mía que había hecho, que tenía pegado un manojo de pelos. El sobrecito siempre anduvo dando vueltas por el fondo de una mesa de luz o entre cajas de fotos viejas hasta que le perdí el rastro. Lo recuerdo con una sonrisa como un gesto entre adorable y completamente bizarro: el dibujo de un bebé en pañales con la cabellera de Cacho Castaña.
Un año, previo a algunas remodelaciones hogareñas, mi padre hizo que me apoyara bien derechita contra una pared y con un marcador negro grueso señaló mi altura con una raya y le colocó fecha. Escribir en las paredes era casi un delito infantil, pero sabiendo que la pared iba a ser cubierta con un empapelado estaba permitido y no habría reto de mi madre. Tocando la raya hizo un dibujo de mí con el pelo atado en dos colitas, un jardinero, las manos escondidas detrás, los ojos mirando hacia arriba y fuera de cuadro y toda la cara de estar pensando en alguna travesura. Ese mismo día el dibujo desapareció bajo un empapelado tan de moda en la época.
En 2014 un grupo de investigadores e historiadores de arte de The Phillips Collection, la Universidad de Cornell, la National Gallery de Washington y el Museo Winterthur revelaron un descubrimiento increíble. Debajo de la obra de Picasso La habitación azul, pintada en 1901, yacía un misterioso retrato escondido. Los especialistas habían sospechado de su existencia durante décadas pero hasta entonces no habían contado con la tecnología adecuada para detectarlo. En la pintura, una mujer desnuda se baña dentro de una de esas fuentes de latón en lo que obviamente es la habitación en la que duerme y vive. Detrás de su cama, un poster de May Milton, de Toulouse Lautrec, que había muerto tiempo antes. Picasso estaba entrando en su período azul, con sus temáticas sombrías y pigmentos fríos.
Cuando La habitación azul fue sometida a tecnología de imágenes multiespectrales, ubicada horizontalmente en el lienzo se reveló la figura de un hombre, con barba y un elegante moño, su rostro apoyado sobre la mano. Los especialistas creen que fue pintada poco tiempo antes y que Picasso, apenas pudiendo pagar las cuentas, no compró un nuevo lienzo sino que le pintó La habitación azul encima.
“Pentimento” es un término usado en el mundo del arte que deriva del verbo pentirsi, arrepentirse en italiano, y en un cuadro es básicamente la huella que queda de un cambio de idea del artista, un arrepentimiento acerca de lo que había sido su idea original. En algunos casos son simples correcciones, la posición de una mano, un objeto que se quita de la composición original, el rostro de una reina que mágicamente es eliminado por motivos políticos. En otros casos, son obras enteras cubiertas por capas de pintura. El pentimento puede aparecer a simple vista o descubrirse tras un descascarado o por obra de la tecnología, como en el caso de La habitación azul.
En verdad somos un montón de capas descascaradas, una sobre otra, ninguna tapando por completo a la anterior. Y así vamos por la vida, medio como pentimentos errantes
Cuando ya vivíamos solas en la casa de Olivos, mi madre decidió cambiar la decoración de su cuarto. Los pintores rasquetearon con cuidado para remover los restos del empapelado de las paredes que ya se había vuelto demodé y casi como por arte de magia apareció el dibujo, esa versión en miniatura a la que para ese entonces doblaba en altura. Un rato después volvió a desaparecer bajo una pintura color ladrillo que cubrió las paredes del cuarto de mi madre durante años. En su lugar se colgó un poster de un gato japonés de la colección de Metropolitan Cats del MET neoyorkino.
¿Le habré dicho a mí padre lo mucho que disfrutaba de sus dibujos en la infancia y después? Seguramente no lo suficiente. Mirando mi imagen en marcador negro y la fecha borroneada, me pregunté cómo era entonces y me lo vuelvo a preguntar ahora. Uno oscila entre sentir que siempre fue el mismo y verse como a un completo desconocido. Pero en verdad somos un montón de capas descascaradas, una sobre otra, ninguna tapando por completo a la anterior. Y así vamos por la vida, medio como pentimentos errantes.