Desvelada. El color que tiene una sirena.
Juego y desafío: la autora propone bautizar los recuerdos con un registro de tonalidades a la medida de cada uno, como el catálogo de Pantone
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Leo una publicación científica que concluye que tendemos a recordar más los colores cálidos, mejor los rojos y amarillos que los azules y los verdes. Conozco una mujer que dice soñar exclusivamente en blanco y negro y aún así recuerda sus sueños a la perfección. El color está siempre presente, aún cuando no está.
Uno de los primeros libros que recuerdo es uno en inglés, apenas más largo que una postal en ese mismo formato apaisado: Feliz cumpleaños con Hormiga y Abeja. Tenía rayas rojas y blancas en diagonal en la tapa y un enorme moño de regalo celeste en el centro, con un cartel amarillo para el título en tipografía manuscrita en negro. El amarillo es casi idéntico al del impermeable que tengo en una foto a upa de mi padre en la que el que él aparece usando un sweater borravino que no picaba y solía estar perfectamente perfumado si uno le apoyaba la mejilla. Ese sweater era del color del sillón que estaba en casa de mi amiga Malaque y al que no nos permitían subirnos porque la leyenda decía que había pertenecido a Mariquita Sánchez de Thompson: estaba cuidadosamente protegido con un cordel dorado para que las niñas salvajes que corrían empapadas por la casa no se lanzaran allí después de salir de esa clásica pileta ochentosa en forma de riñón cubierta de venecitas turquesas.
La madre de otra amiga, Magdalena, nos contó una vez que en su época al rosa le decían “Chá chá chá” y que a ese turquesa lo llamaban “calipso”
La madre de otra amiga, Magdalena, nos contó una vez que en su época al rosa le decían “Chá chá chá” y que a ese turquesa lo llamaban “calipso”. Calypso, como el barco de Jacques Cousteau, que conservaba su acento francés aún en el doblaje al español que llegaba a estas costas. Como el Inspector Clouseau en la Pantera Rosa. No digas sí, di oui. La Pantera Rosa era de un rosa chicle y cuando salía del secarropas se inflaba como una burbuja de algodón azucarado de las que vendían en el zoológico. Esas nubes de azúcar no eran particularmente ricas pero sentir cómo se deshacían las hilachas empalagosas en la boca en los primeros tres bocados valía la pena.
Tras siglos de clasificación de los colores y muchísimo escrito sobre el tema, un poco por suerte, otro poco por moda y otro tanto por valor estético, el catálogo Pantone se impuso como sistema estandarizado en el mundo del diseño y una suerte de oráculo a la hora de generar, imitar, reproducir o predecir un color. Si hay una tonalidad en el universo, Pantone tiene su fórmula y muy probablemente, más allá de nomenclatura técnicas con sus proporciones exactas de cian, magenta, amarillo, y negro, también tendrá en algunos casos un nombre de fantasía específicamente definido para él, como un bautismo cromático.
Así es que existe un gris musgoso al que nombraron Sirena (asumo por las escamas de pescado en su cola) y un amarillo que fue bautizado muy apropiadamente Sauterne después de un vino blanco. Entre los verdes elegiría el Aceituna de Martini y el Jade gastado. El azul Cielo de noche es una elección obvia para cualquiera que haya apagado las luces de la casa y se haya alejado un poco y mirado hacia arriba en plena Pampa. Es muy distinto a ese otro azul, el Isla idílica, como el agua que golpea despacio las costas de esos pueblos blancos del Mediterráneo. El Ether es pálido y se está despidiendo de la gama de los azules para convertirse en gris pero no del todo. Otro que está cayendo irremediablemente en el cartón de los grises pero esconde algo de verde en su esencia es el Ostra, y si uno lo mira detenidamente tiene un dejo a tormenta marina, limón y sal.
Propongo un registro “a la Pantone” de recuerdos para bautizar los propios: hablar de un inolvidable vestido “Kir royale” o del “plateado coupé Taunus” en el que íbamos al zoológico de animales sueltos a ver leones.
Los de Pantone le pusieron un nombre y tienen la fórmula exacta del camino amarillo (Spectera) que recorrieron las zapatillas rubí de Dorothy en El mago de Oz (que según el catálogo son de un rojo Amapola). Ese amarillo del camino que hay seguir para volver a casa es más bien anaranjado y si cierro los ojos creo que es idéntico al de las cortinas en el cuarto de mi infancia en Olivos que daba al río y recibía todo ese sol de mañana que hacía que fuese tan difícil salir de la cama en invierno. Había que abrigarse con esas batas de matelassé que usábamos los chicos en los setenta y las pantuflas peludas que según Pantone eran color Crema de canoli.
Propongo un registro “a la Pantone” de recuerdos para bautizar los propios: hablar de un inolvidable vestido “Kir royale” o del “plateado coupé Taunus” en el que íbamos al zoológico de animales sueltos a ver leones. Si alguien visitó Siena alguna vez entenderá lo acertado de haber bautizado con el nombre Tierra Siena Natural a esa témpera que usábamos con la vieja profesora de arte Mrs. Danuta, que nos retaba por reírnos nerviosas de la modelo posando desnuda en medio de la clase. Una guía de recuerdos en colores es importante, diríase que fundamental, porque nunca se sabe cuándo uno va a tener que encontrar el color que tiene una sirena.