Después de la Revolución
Por Daniel Larriqueta Para La Nación
LA Argentina no fue fundada por Cornelio Saavedra y Mariano Moreno el 25 de mayo de 1810. No se trató de un espasmo de la historia que sucedió en una semana por la aparición de hombres providenciales. Ni tan rápido ni tan mágico. Necesitamos comprender esa realidad del pasado para aprender de nosotros mismos -con aplicación al presente, a todos los presentes- que lo rápido y lo mágico no forman parte de la vida política y están reservados para la fantasía de la literatura, del teatro, del cine.
Buenos Aires, protagonista exclusiva de aquellos episodios, era una ciudad triunfal. Había decuplicado su población en ochenta años (un récord que sólo lograría igualar en el siglo XX), era el mayor centro naval del imperio español en el Atlántico, recibía los mejores impulsos modernizadores de la España de la Ilustración, tenía una burguesía comercial activa y rica, y hacía treinta y cuatro años que era capital del virreinato más joven y dinámico de la América española.
El aguatero, la vendedora de mazamorra y el de velas recorrían las calles barrosas y en la costa del río las esclavas negras lavaban la ropa cantando ancestrales aires africanos que un día llegarían al tango. Pero en el Fuerte residían virreyes que eran distinguidos estrategas militares, cobrando sueldos capaces de enriquecerlos en dos o tres años de gestión, rodeados de una corte instruida y refinada, y alternando con una burguesía que hablaba varios idiomas, atesoraba en sus casas bibliotecas con los libros de moda en todo el mundo occidental e intercambiaba correos con sus representantes o socios comerciales en Lima, Río de Janeiro, Londres y Sevilla.
Una sociedad próspera
En el puerto recalaban barcos de todas las banderas no beligerantes (siempre había una guerra en aquellos años) y muchos propios, que traían azogue para Potosí o esclavos de África, sacaban plata y cueros y partían a la caza de la ballena y del bacalao en el Atlántico Sur. De tiempo en tiempo partían las expediciones militares y científicas hacia las nuevas costas patagónicas, que Buenos Aires tenía bajo su tutela imperial. El Protomedicato, la Escuela de Náutica (y matemáticas), la imprenta, el Teatro de la Ranchería, el Colegio Mayor de San Carlos, los institutos religiosos, las logias masónicas, los salones privados y las polémicas daban a la ciudad una jerarquía científica y cultural casi inigualada en el Nuevo Mundo. Los Romero, Larrea, Escalada, Álzaga, el conde de Liniers movían las grandes fortunas y los Vieytes, Lavardén, Maciel, Belgrano, Alvear, Cerviño sacudían las ciencias y las letras.
La declinación de la España metropolitana y el cambio en los asuntos mundiales encontraron una respuesta autónoma en Buenos Aires. En 1805, durante el virreinato del conservador marqués de Sobremonte, la ciudad le impuso la prolongación de la libertad de comercio, derrotando al grupo monopolista español que pugnaba por el retorno a las viejas normas y que terminaría en la desesperada "conspiración de Álzaga". En 1806, la ciudad modificó la estrategia militar española, expulsó a los ingleses, dio un golpe dinástico para imponer a Liniers y diseñó su propia política de defensa. Así, tres años antes de la Revolución de Mayo la ciudad había logrado su autonomía comercial y su autonomía militar. Quedaba sólo la delgada capa superior de la dependencia política. Eso es lo que se derrumba en la semana del 21 al 25 de mayo de 1810. La nueva burguesía comercial y la nueva dirigencia militar convergen en busca de una nueva clase política.
Pero esa convergencia tenía la sustancia de una revolución mundial, la que habían iniciado las colonias inglesas de América del Norte en 1776 y el pueblo francés, protagonista indiscutido de la historia europea y occidental, en 1789. Buenos Aires, fuerte de su esencia cosmopolita, se ponía al paso del mundo. El ventarrón liberal que recorría Europa iba a conmover al imperio español, partiéndolo, y la capital rioplatense tomaba la vanguardia de los nuevos sueños. No se trataba de una cuestión de facciones comerciales o militares, sino de un nuevo eje de la vida pública y privada. De entre los muchos hombres ilustrados y poderosos que tenía la ciudad, estaba surgiendo un grupo capaz de transformar la autonomía comercial, la autonomía militar y la autonomía política en una ideología y en un proyecto. La ideología fue la libertad y el proyecto fue la Patria. Esta unión de las autonomías en una gran idea y un nuevo destino es lo que empieza el 25 de mayo de 1810.
El cambio era inmenso, y tendría un costo condigno. Con la instalación de la Primera Junta, Buenos Aires y las provincias que se van adhiriendo entran en la guerra política que sacudirá al imperio español americano hasta la batalla de Ayacucho, en 1824, hasta dejarnos en la playa desolada y promisoria de la Independencia.
Imágenes de la guerra
La vida se alteró. Miles de hombres murieron en los campos de batalla, a veces muy lejos de sus pagos. Mendoza, cuna del Ejército Libertador, perdió casi la mitad de su población, desde los jóvenes de la burguesía comercial hasta la mayoría de sus negros y mulatos, que murieron heroicamente en las cargas de la infantería que aseguraron la independencia de Chile en Chacabuco y Maipú. Las grandes fortunas fueron confiscadas a punta de bayoneta, el comercio se desquició, la economía se detuvo. En su novísimo libro Los negocios del poder, Hugo Galmarini subraya que los recursos de plata provenientes de Potosí bajan a la décima parte entre 1810 y 1815, y reproduce esta afirmación del Registro Oficial de 1811: "Las ciudades no ofrecerán sino una imagen de la guerra. En fin, todo ciudadano mirará la guerra como un estado natural".
Entre 1810 y 1820 -cuando una Argentina exhausta empieza a desentenderse de las campañas de San Martín en el Perú-, la pérdida de vidas, la destrucción económica y el destrozo de las ciencias, la educación y las artes provocaron un daño gigantesco. ¡Y todavía faltaban la guerra con el Brasil y tres décadas de matanzas internas y la tiranía de Rosas hasta llegar al pacto constitucional de 1853! Cuarenta años de lucha y dolor nos había costado construir el sueño del 25 de Mayo. Nada fue rápido ni mágico. © La Nacion