Desinformación internacional asimétrica
Aunque la desinformación proveniente de fuentes extranjeras es histórica, las tecnologías de la información y en particular la inteligencia artificial (IA) amenazan con crear verdaderas armas de desinformación masiva a ser lanzadas sobre otras naciones. Ante esto, las democracias liberales –con su libertad de opinión– están en clara desventaja ante los regímenes autoritarios, que controlan y censuran la información del exterior.
Si la desinformación es la propagación deliberada de información falsa o engañosa, la internacional es la que proviene de otro Estado, convirtiéndose en un arma peligrosa al no poder identificar su origen. Un ejemplo notable es el caso de Rusia tratando de influir en elecciones en EE.UU. y en Europa, minando la opinión publica en países del este europeo y el Báltico para que no se unan a Occidente, o manipulando la información en la guerra en Ucrania. Si ya Rusia ha propagado desinformación a través de los canales RT y Sputnik, un peligro aún mayor surge cuando el público no logra identificarla como fuente de desinformación online.
EE.UU. ve la desinformación como una seria amenaza, implementa medidas para controlarla, pero enfrenta gran oposición interna por miedo a la censura, o a que se cree un orwelliano “ministerio de la verdad”. Así, se propone actuar en forma “soberana” en su dominio digital en el ciberespacio. En particular, en identificar el origen de la desinformación y detectar si ha sido generada mediante IA, pero sin censurarla. Hará falta una gran inversión en programas y capacidades técnicas.
Dados los potenciales peligros que plantea la AI, EE.UU. tendría más colaboración de sus empresas tecnológicas, a diferencia de 25 años atrás, cuando surgió internet. Así, en adición a los deep fakes, un uso inquietante de la IA es la creación de sofisticados “modelos lingüísticos” que pueden producir contenidos en lenguaje original. Esto permite la generación sistemática y masiva de desinformación, un arma poderosa para propagandistas extranjeros a un país-objetivo. Esto aumenta las posibilidades de modificar las creencias del público-objetivo, de corroer su confianza en sus fuentes de información, o de desplazar temas de su interés (crowding out).
La prioridad tecnológica es identificar el origen de la información. En el caso de los “modelos lingüísticos-IA”, se actúa sobre las tres condiciones necesarias para que funcionen: acceso al “modelo lingüístico”, la infraestructura digital y el público a convencer. Así, se busca dificultar el acceso a propagandistas, o que los modelos posean “marcas de agua” que dejen identificarlos. En infraestructura, desarrollar un estándar de procedencia digital. Con el público, Finlandia implementa una “alfabetización mediática”, para que desde jóvenes puedan identificar la desinformación.
Mientras se avanza en la tecnología para identificar la desinformación extranjera, la Unión Europea (UE) y países cercanos a Rusia realizan acciones complementarias. La UE, creando la plataforma digital EU vs. Desinfo, para detectar acciones que buscan corroer su unidad. Polonia –que enfrenta los retos de Rusia y Bielorrusia– condena en su Código Penal la desinformación-espionaje a 10 años de prisión y castiga a los proveedores. La República Checa creó un comité para combatir esta amenaza “híbrida”.
Las democracias liberales deben prepararse, ya que según el embajador norteamericano, Marc Stanley: “Si hoy enfrentamos olas de desinformación, mañana enfrentaremos un tsunami”.