Ni todas las promesas de Internet se cumplieron, ni el mundo previo a la era del Big Data desapareció: un nuevo malestar empieza a ganar terreno y habilita otros modos de interactuar con la tecnología
En tiempos de avances tecnológicos que empujan el límite de lo posible, el mundo analógico se toma revancha. En los últimos años repuntó notablemente la venta de vinilos (sí, esos discos grandes, de color negro, que la mayoría desechó ante la irrupción de los CD), con cifras lo suficientemente relevantes como para que gigantes como Sony retomaran su producción. Por otra parte, el gusto amargo que empezó a dejarnos la costumbre de tener miles de fotos subidas a la Nube pero ninguna en papel marcó la vuelta de Polaroid y sus cámaras instantáneas. Y, contra los diagnósticos agoreros que señalaban que la irrupción del libro electrónico significaría la muerte inevitable del libro físico, se ha demostrado que la lectura en papel tiene una larga vida útil y que ambos soportes pueden coexistir sin recelo.
La reconocida consultora Accenture se hizo eco de este clima de época cuando enumeró las principales tendencias del mundo a lo largo de este año, las Fjord Trends 2018. La primera de ellas no deja lugar para dobles lecturas: "Lo físico contraataca", provoca el estudio. Y, acto seguido, se aportan elementos de contexto: "En los últimos cinco años […] se enfatizó la creación de experiencias posibilitadas a través de pantallas digitales y como resultado la gente pasó más tiempo interactuando a través de los dispositivos que en persona. […] Las personas ya están comenzando a apartarse de las tecnologías digitales intrusivas y a oponerse a la saturación digital. Como resultado, son receptivos a un enfoque más personal frente a los productos y servicios", señala el informe, que pone como ejemplo el caso del gigante digital Amazon que, en los últimos tres años, ha abierto 11 librerías y 40 tiendas físicas.
El fenómeno ha demostrado un alto potencial en términos de marketing y así es como tenemos numerosos ejemplos de productos con reminiscencias retro. Líneas de ropa y hasta de muebles vintage, la vuelta de videojuegos pixelados a la manera de los que se jugaban en los años 80 y hasta el lanzamiento de un coqueto teclado digital con forma de máquina de escribir son ejemplos que demuestran que, a la par de innovaciones en materia de inteligencia artificial e Internet de las cosas, la nostalgia continúa siendo económicamente rendidora.
Pero, a la luz de otras iniciativas que están aportando cierta nota crítica a las delicias de la vida digital, todo hace suponer que estamos ante algo que trasciende ampliamente el hecho simpático de recuperar y revivir objetos de antaño. Como si este revival analógico fuera la cara visible de un malestar más profundo provocado por la sensación de estar cada vez absorbidos por la tecnología sin saber muy bien cómo ponerle freno.
En este sentido, ya han comenzado a alzar la voz agrupaciones que denuncian el supuesto secuestro de nuestras mentes perpetrado por los gigantes que dominan el entorno tecnológico, y nos ofrecen consejos para revertir la situación. Y, a contramano de la lógica que impera en el mundo virtual, crece la oferta de experiencias que involucran todos los sentidos. Algo de este espíritu, de la búsqueda de ser creativos más allá de métricas y big data, está presente en el Laboratorio de Investigación Analógica de Facebook, un espacio de exploración artística que recupera un elemento de impresión propio de los años sesenta: el risógrafo, redescubierto en los últimos años por diseñadores y artistas.
En el mundo editorial también resuenan los ecos del desencanto, con numerosos libros que denuncian los aspectos más peligrosos de la Red (dark web, fake news, etc.). En tanto, agrupaciones como el movimiento Digital Detox, que propone retiros, campamentos y hasta charlas motivacionales, hacen foco en la necesidad de una vida menos conectada. En este sentido también se orientan bares y restaurantes sin wi-fi y hasta se han vuelto regla, en algunos ámbitos corporativos, las reuniones en las que no se admiten celulares.
En el país resisten algunos videoclubes y se consolidan iniciativas que promueven la socialización cara a cara… jugando juegos de mesa. También hay espacio para movimientos que cruzan el arte con la acción política mediante el live coding, que consiste en transformar algoritmos en música, en performances de improvisación llamadas algoraves.
"En los años 90, creíamos que Internet iba a ser la panacea del conocimiento, pero lo que hoy tenemos es la Internet de los antivacunas y los terraplanistas. Uno esperaba que Internet nos facilitara la vida porque íbamos a tener acceso a toda la cultura del mundo y que, por eso mismo, seríamos una sociedad más difícil de engañar, pero todas esas creencias se fueron desmoronado", dice Beatriz Busaniche, presidenta de la fundación Vía Libre.
Todo por nuestra atención
"Han pasado cosas, como las revelaciones de Snowden, con las que el gran público se desayunó acerca de la existencia de la sociedad de la vigilancia y el control. El hecho de que los chicos empezaran a escribir mal, a tener problemas en la escuela y dificultades para la comunicación nos mostró el lado peligroso de que estén todo el día metidos en el mundo virtual", analiza la especialista, quien recuerda que los principales empresarios del rubro –Zuckerberg, Gates y, en su momento, Jobs– nunca fueron partidarios de darles a sus hijos en forma temprana los dispositivos que ellos mismos crearon.
En su página web, el Centro de Tecnología Humana, promotor del movimiento Time Well Spent (Tiempo bien usado) sostiene que "Facebook Twitter, Instagram y Google han producido productos increíbles […]. Pero estas compañías también están atrapadas en una carrera por nuestra atención, ya que la necesitan para ganar dinero. Constantemente obligados a superar a sus competidores, deben usar técnicas cada vez más persuasivas para mantenernos pegados". Sus responsables saben lo que dicen. El equipo está compuesto por algunos exempleados de estas compañías, liderados por Tristan Harris, exdiseñador ético de Google, quien se ha convertido en un referente ineludible si lo que se busca es frenar cualquier sensación parecida a la tecnodependencia.
El mencionado sitio aporta gráficos y cifras preocupantes, y ofrece consejos para retomar el control de nuestra atención, desactivando las notificaciones de nuestros teléfonos, cargando los dispositivos fuera de nuestra habitación, eliminando las redes sociales de nuestros teléfonos y hasta descargando apps que ayudan a no pasar tanto tiempo absorbidos por la tecnología.
Sin embargo, para el emprendedor y tecnólogo Santiago Bilinkis, el retorno de objetos propios de la era analógica es un fenómeno de nicho. "El 99,99% de la música que se escucha hoy es digital y después tenés a unos pocos que compran discos de vinilo. Lo mismo ocurre con las cámaras analógicas. Despiertan más interés por lo contracultural, pero son insignificantes. Creo que lo más relevante ha sido la no desaparición del libro en papel. Este fenómeno sí va más lento de lo que cualquiera hubiera creído", reflexiona.
Bilinkis relativiza, también, el papel de la tecnología en la pérdida de ciertas costumbres. "En el fondo, tener o no más tiempo libre no depende tanto de las herramientas tecnológicas como de los valores que uno tiene en la vida. Y si el valor supremo que tenemos es la acumulación de bienes o de poder, ninguna tecnología nos va a salvar de eso. Internet no venía a cambiar nuestras motivaciones sino nuestras posibilidades. En todo caso, potenció eso que nosotros ya éramos y nos ayudó a seguir buscando eso que nosotros ya queríamos".
Con él coincide Pablo F. Iglesias , consultor de marca y reputación digital: "La tecnología, per se, es un grupo de herramientas cada vez más óptimas para solucionar una serie de labores. No es buena ni mala, ni tampoco pretende dirigirnos hacia uno u otro lugar. Somos nosotros los que decidimos su ética y su función".
Para el especialista es fundamental, de todas maneras, una mejor interacción entre humanos y tecnología. "Además de ofrecer una mejora en la calidad de vida de todos, la tecnología debe encontrar el ritmo y, sobre todo, el lenguaje adecuado para que este cambio evolucione de forma asumible por la sociedad. Debemos crear una tecnología invisible, una computación relajada, haciendo hincapié en su condición de usable, que no se intuya como invasiva. Y en eso estamos".
El desafío de lograr una tecnología que no se perciba invasiva es decisivo en una época como la nuestra, marcada por la expansión de la conectividad hacia todo tipo de dispositivos, fenómeno conocido como Internet de las cosas. Según Accenture, en 2015 había unos 15.400 millones de dispositivos conectados en el mundo. Se espera que la cifra se duplique en 2020, hasta llegar a 75.400 millones de dispositivos en 2025.
La antropóloga norteamericana Amber Case, que estudia las interacciones entre los humanos y la tecnología, está entre quienes creen que hemos dejado que la tecnología reclame demasiada atención en nuestras vidas. "Lo que necesitamos es precisamente lo contrario, la calm technology, una metodología diseñada para lidiar con el respeto y la conservación de los valores humanos –expresó recientemente–. No necesitamos dispositivos más inteligentes; necesitamos humanos más inteligentes. Está en nosotros, como individuos y como colectivo, decidir de qué forma queremos integrar la tecnología en nuestra cultura y construir nuestra sociedad".
A nivel local, el tema también es objeto de estudio. "Hay autores y expertos que sostienen que, si antes teníamos que sumergirnos y navegar en el ciberespacio, ahora estas redes forman parte de lo cotidiano –dice Carolina Di Próspero, especialista en antropología de lo digital y del aprendizaje– . Es muy difícil, casi imposible, dejar de estar conectados. Sin embargo, hay una crítica creciente a la omnipresencia de lo digital. En ese sentido, un frente de crítica proviene del mundo del arte", explica Di Próspero, doctora en Antropología Social por la Unsam.
La experta estudió en Inglaterra a un grupo de programadores que hacen música en sus laptops: live coding. "Este colectivo, que va creciendo en pequeños focos en distintos países, plantea el uso de los algoritmos en forma artística, es decir, para lo que no fueron ideados. En su afán por explorar las fronteras entre el arte digital y el analógico, suman piano, guitarras, batería y otros instrumentos", agrega Di Próspero, quien señala que la iniciativaya ha llegado al país.
En línea con aquellos que buscan rescatar experiencias eclipsadas por la tecnología se inscriben, también, algunas iniciativas que proponen el encuentro para jugar juegos de mesa. Xavier Pérez, estudiante de Ingeniería, es uno de los organizadores de las "Noches de Juegos de Mesa" que se hacen una vez por mes en el comedor de la Facultad de Ingeniería de la UBA. La iniciativa cobró impulso en 2016, organizada por el Centro de Estudiantes, y está abierta a todo público. "Por un lado está el juego en sí, con sus mecánicas, formas y conflictos; y por el otro, el tema social. Para nosotros es clave lo segundo", explica Pérez, que no se manifiesta en contra de la tecnología y comenta, incluso, que algunos juegos han incorporado apps o admiten el uso del celular de diferentes maneras.
"Internet sirve de punto de encuentro para que los aficionados a los juegos de mesa nos encontremos en forma virtual para debatir y recomendarnos nuevos juegos. Tenemos grupos de todo. Pero además usamos la Web como herramienta para salirnos de lo digital y encontrarnos en la vida real", agrega.
Tal vez de eso se trate, en definitiva, esta revancha de lo analógico: comprender que a estas alturas la experiencia humana necesita de ambos mundos –el físico y el digital– si se trata de llevar una vida plena y saludable.