Desde la malversación de las ideas a la construcción de un liderazgo positivo
Como sucedió en la época del kirchnerismo, con la “solidaridad” como herramienta dialéctica para justificar nombramientos sin considerar el “mérito”, una vez más estamos frente a un escenario en que nobles ideas se malversan en función de agendas oficiales propias. Un ejemplo de esta malversación es la interpretación y aplicación del concepto de la “libertad”. La “libertad”, eje de campaña del actual gobierno, se sigue enarbolando desde la retórica. Todo lo que se propone es en aras de la libertad de los argentinos. Sin embargo, paradójicamente, se cuestiona y limita su uso cuando las opiniones o acciones no encajan con las expectativas del gobierno.
En ese mismo sentido va la evolución de la definición de “casta” que comenzó en la campaña electoral tipificando a un cierto sector privilegiado de la política y de la sociedad que siempre está y que arruina al país, para extenderse hoy a todos aquellos que no piensan como el núcleo presidencial. Y esto sin mencionar que ha tenido un impacto extraordinario en la ciudadanía que hayan accedido a puestos en el gobierno fieles representantes de aquella demonizada casta original.
Esta contradicción entre el discurso y la práctica evidencia un desvío preocupante que puede llevar a consecuencias peligrosas. Es que la malversación de ideas suele ser el primer paso de la desinformación de la ciudadanía y esta, a su vez, puede derivar en fanatismos inconducentes.
Muchas veces se ha puesto el foco en la responsabilidad de los medios en cuanto a evitar la desinformación, pero esa responsabilidad se multiplica cuando es el gobierno o la oficina presidencial los que comunican. Cuando el presidente y las cuentas oficiales del gobierno tildan de “delincuentes que quieren una Argentina peor”, o de “traidores” a los legisladores que habiendo aprobado la Ley ómnibus en general, no apoyaron algún inciso del articulado en particular, se encienden todas las alarmas. Es que el camino para una mejor Argentina no se pavimenta armando listas negras que recuerdan pasados oscuros ni escrachando aparentes traidores. De ese modo lo único que se logra es alterar la paz social e incitar a la violencia en una sociedad como la nuestra, golpeada por dolorosos fracasos y anhelante de un cambio positivo.
Por eso, es contraproducente señalar a aquellos que proponen en forma constructiva vías alternativas apartándose del pensamiento oficial, y menos a los que intentan moderar con paciencia y espíritu cooperativo los impulsos y las desprolijidades de un gobierno vulnerable, atrapado en sus propias rigideces.
Si hoy se realizara una encuesta a ciudadanos y dirigentes con una única pregunta: “Usted quiere un cambio en la situación del país y en su propia situación?”, la respuesta afirmativa sería prácticamente unánime. Esto abre una gran oportunidad de transformación que no hay que desperdiciar con pasos en falso.
Los legisladores, que ocupan sus bancas porque fueron votados, tienen tanta legitimidad de origen como los gobernadores y el propio presidente. Así funciona nuestro sistema republicano. Esa legitimidad permite que, tanto los gobernadores tengan el derecho a defender los intereses de sus provincias, como los legisladores a ejercer la libertad de pensamiento y de elección entre las alternativas que plantea su rol específico. Por todo ello la única salida para nuestro país en sus actuales circunstancias es negociar, cooperar y configurar un armado virtuoso, que tenga en cuenta todos los intereses genuinos.
La experiencia del complejo derrotero de la fallida ley ómnibus debe llamarnos a una reflexión profunda. Los cambios positivos no se logran con imposiciones, ni desoyendo las voces de igual valor en la dinámica de la democracia, ni dividiendo a la sociedad en iluminados y réprobos, cuando todos sabemos que los mayores réprobos son aquellos corruptos que no han cumplido decentemente con sus obligaciones como funcionarios públicos, estafando a los argentinos en su conjunto. El riesgo es terminar desvirtuando las premisas que interesaron a la ciudadanía para así llevar a los que gobiernan a la posición en donde están. El apoyo legislativo que el gobierno requerirá en los próximos cuatro años se construye sobre la base a confianza y reciprocidad, logrando una coalición amplia de voluntades.
En una Argentina de semejante complejidad, la responsabilidad y la prudencia son los atributos claves de un liderazgo positivo en el gobierno. Lo que menos necesita nuestro país es liderazgos destructivos que erosionen permanentemente los principios de convivencia democrática que tanto nos ha costado conseguir.
Se necesitan líderes que construyan consensos, que escuchen, integren y guíen hacia un futuro mejor, respetando la diversidad de opiniones y fortaleciendo la democracia. Esta construcción de consensos involucra tanto al oficialismo como a la oposición. Y aquí cabe distinguir entre aquellas facciones que por cuestiones ideológicas tienden a adoptar posturas obstruccionistas de manera constante y la oposición dialoguista que ha demostrado repetidamente su capacidad para aportar lo mejor de sí en este proceso.
El desafío que enfrenta hoy el presidente Milei es encuadrarse en esa clase de liderazgo. Se trata de motivar a la gente a desarrollar su mejor versión. Porque con la mejor versión de cada uno se logrará la mejor versión de nuestro país. Ojalá pueda.
La historia juzgará no solo las decisiones tomadas, sino también la capacidad de adaptación y cambio en busca de lo mejor para el país y su gente.
Presidente de Iniciativa Republicana