Desconfianza y desilusión detrás del fenómeno Trump
A dos meses de comenzadas las primarias estadounidenses, parece que finalmente Donald Trump se alzará con la nominación del Partido Republicano. Esto no deja de ser una sorpresa para la mayoría de los analistas políticos de aquí y allá, que habían pronosticado que el partido encontraría la manera de bloquear al revulsivo multimillonario (y que, aparentemente, aún intenta hacerlo: hay rumores de que el partido baraja una tercera candidatura más acorde con el paladar del establishment republicano). En cualquier caso, la pregunta que se desprende es: ¿qué explica el fenómeno Trump?
Una mirada a las encuestas que circulan en el país que ama las encuestas más que ningún otro muestra que los votantes de Trump comparten su enojo hacia el gobierno y los políticos. Esto no debería sorprender en los Estados Unidos, donde la desconfianza hacia el gobierno central es un rasgo casi estructural de la política y donde llegó a existir un Partido Populista a fines del siglo XIX, que hacía campaña en contra de la elite capitalista. Sin embargo, este enojo es significativo: un estudio reciente muestra que casi la mitad de los votantes de Trump se identifican como enojados con el gobierno, mientras que tan sólo el 27% de los votantes de su principal contrincante, el senador Ted Cruz, sienten lo mismo.
Para estos votantes, el enojo con el gobierno está además incentivado por su repudio a la elite del Partido Republicano, al que ven alejado de los intereses del votante blanco de clase baja. El Partido Republicano adquirió en los últimos años un sesgo extremadamente conservador en temas sociales (como el aborto, la tenencia de armas, el papel de la religión en la vida política o los derechos de las minorías sexuales). Este giro a la derecha en temas sociales "abandonó" a una clase trabajadora preocupada por temas más inmediatos como su situación económica personal. Esto distingue a los votantes de Trump del Tea Party, al que adscribe Ted Cruz: este último congrega en general a votantes más educados y en mejor situación económica que los de Trump. En términos algo simplistas: si el votante típico de Trump está preocupado por llegar a fin de mes, el partido parece estar concentrado en los "grandes temas".
Esa desconfianza hacia el gobierno y la desilusión con el Partido Republicano se apoyan además en un fenómeno propio de las sociedades contemporáneas: la adquisición de información vía redes sociales (y no solamente mediante los grandes actores tradicionales del medio). Como ha señalado recientemente el politólogo Ernesto Calvo en su libro sobre "el mundo Twitter", las redes funcionan como "cámaras de eco" en las que la información, las creencias y las ideas se amplifican y refuerzan mediante su transmisión y repetición dentro de un sistema cerrado: consumimos la información de quienes piensan igual que nosotros. Esto es muy evidente entre los votantes de Trump: en un estudio reciente se verificó que ellos no están desinformados, sino mal informados, y repiten hasta el cansancio datos que son verificablemente falsos (como la supuesta relación entre Hillary Clinton y el Ku Klux Klan, de la que no hay pruebas fehacientes). De este modo los votantes de Trump se retroalimentan entre sí con una cosmovisión particular sobre cómo funciona el mundo.
El votante de Trump es, entonces, un trabajador blanco con angustias económicas, que siente que su partido lo ha abandonado y que el multimillonario dice lo que nadie más se anima a decir, que es lo mismo que ellos sienten: que los inmigrantes roban sus trabajos, que la globalización es peligrosa, que los políticos son inútiles, que los medios tradicionales son parciales.
Trump, finalmente, ha ofrecido a estos votantes la sensación de que ellos "pueden estar a cargo", los ha empoderado. El país habla de sus problemas por primera vez. Un partido republicano ensimismado e ideologizado no se percató de la existencia de esa "mayoría silenciosa" y se ve hoy jaqueado por una eventual candidatura que parece, a primera vista, demasiado radical y poco competitiva en una elección general. Aunque tampoco deberíamos confiarnos sobre esto último; la democracia, finalmente, es la institucionalización de la incertidumbre.
Doctor en Ciencia Política, docente UNSaM-UTDT