Desarrollo inclusivo
Por Federico Gabriel Polak Para La Nación
EL esfuerzo por encontrar la alternativa al mundo de la exclusión resulta desgarrador y acaso patético. Se dice que la izquierda se distingue de la derecha por su preocupación social y por el sostenimiento del Estado regulador. Con el discurso de George Bush (h.), lo primero se desvanece, y desde luego existen conservadores que abogan por el control económico. La desconcertante siesta del pensamiento socialista es tan profunda, que Jacques Rueff parece revivir en estos días con su admonición clásica: "Sed socialistas o sed liberales, pero no seáis mentirosos".
Ciertos gobernantes europeos que se dicen socialdemócratas (excluidos los franceses) sostienen la alquimia de juntar el Estado de Derecho con la bendita economía de mercado, aunque justifican a China, que tiene lo segundo pero no lo primero, y sí una dictadura comunista.
Jorge Castañeda dice que Europa posee sociedades más humanas, con mayor productividad, pero carece del jingle para ofrecerlas, y aunque América Latina quisiera comprar el producto, no alcanza a oír la tonada porque nadie la está cantando.
En rigor, la realidad europea poco tiene que ver con la latinoamericana. Allí se hizo el desarrollo, y aquí no. Por lo tanto, Europa puede ocuparse de las cuestiones sociales con mucho mayores posibilidades de éxito.
El verdadero progresismo
La discusión es antigua. Un texto sesentista parece actual: también allí se discurre sobre la ayuda a las pequeñas y medianas empresas y la creación de empleo. La polémica corrió paralela con experiencias inconclusas que constituyen aportes valiosos para desentrañar la esencia del verdadero progresismo.
Dos ejemplos. El primero es la Cuba de 1959, procurando el desarrollo inclusivo, definido por Marifeli Pérez-Stable como el desarrollo económico con una distribución más equitativa tanto de los beneficios como de los costes del desarrollo para evitar la marginalidad socioeconómica de los sectores más pobres. Desde esta perspectiva, y olvidando por un momento su régimen político (¿acaso no soslayan ese aspecto quienes ponen a China como ejemplo?), Cuba promovió una mayor riqueza y una mejor distribución. Su ministro de Industria, Ernesto Guevara, afirmaba en 1961: "¿Qué piensa tener Cuba en el año 1980? Pues un ingreso neto per cápita de unos tres mil dólares, más que los Estados Unidos actualmente. Y si no nos creen, perfecto; aquí estamos para la competencia, señores. Que se nos deje en paz, que nos dejen desarrollar y que dentro de veinte años vengamos todos de nuevo, a ver si el canto de sirena era el de la Cuba revolucionaria o era otro".
Un derecho constitucional
El segundo ejemplo es argentino y contemporáneo de aquél, con la diferencia que el modelo de desarrollo se sustentaba en la reforma del Estado, la legalidad y el ingreso del capital extranjero. Pero en el fondo, desde sistemas políticos opuestos, la concepción era parecida, y por ello dos de sus líderes protagonizaron un diálogo histórico. El último mensaje del presidente Arturo Frondizi dirigido a la Unión Cívica Radical Intransigente pudo haber sido suscripto por cualquiera de los dos. Refiriéndose a la lucha que culminaba con su derrocamiento dijo: "Se está librando en nuestra América; la están librando a lo ancho y a lo largo de todo el mundo los pueblos que se levantan contra la opresión y el privilegio y combaten por la libertad, la justicia y el progreso del género humano".
Aquellas experiencias fracasaron -Cuba terminó sovietizada, y la UCRI, disuelta-, pero su legado es una contribución al debate. El nuevo artículo 41 de la Constitución Nacional, incorporado por la reforma de 1994, consagra el derecho al desarrollo humano, como lo recuerda Ricardo Balestra desde el seno de la International Law Association. © La Nación