Valencia, España
Multilateralismo degradado y nacionalismos reforzados, transición de poder y crisis de gobernanza global, malestar con la democracia y desglobalización. Si bien estas tendencias ya venían manifestándose desde hace cierto tiempo, el caos desatado por la propagación del coronavirus a escala planetaria no ha hecho más que acentuarlas, volviéndolas más evidentes aún. El mundo iba en una dirección y el virus aumentó la prisa.
La incapacidad de los principales líderes mundiales para concertar una salida colectiva a la crisis desatada por la pandemia del Covid-19, ofreciendo una solución global a un problema de naturaleza también global, terminó por confirmar los pronósticos que vienen anunciando el eclipse del orden internacional liberal.
Poco más de diez años atrás, el G20 se mostró proactivo y ofreció una respuesta efectiva y coordinada a la crisis financiera de 2008. Hoy, en cambio, el mundo observa con pavor cómo ciertos líderes reaccionan negando el peligro y burlándose de una amenaza invisible, pero de efecto devastador: desde su aparición en la ciudad china de Wuhan, a fines del año pasado, más de un millón de personas fueron contagiadas por el virus y los fallecidos ya superan los cien mil. Eso, sin contar el descalabro económico resultante de la paralización de las actividades que imponen las cuarentenas, que sin duda marcará un antes y un después en la historia de la humanidad.
En un mundo interdependiente, las acciones unilaterales tienden a ser ineficientes y contraproducentes. Sin embargo, el cierre de fronteras y el aislamiento nacionalista han estado a la orden del día ante la rápida propagación de la epidemia, imponiéndose sobre las soluciones que apuestan a la cooperación y la solidaridad global. Más allá del rol clave que está jugando la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la crisis en curso, queda claro que la autoridad de estos organismos debe verse reforzada, especialmente si se tiene en cuenta que sucesos similares pueden repetirse en el futuro.
En un escenario tan adverso, donde todo parece estar en juego, surgen algunos interrogantes: ¿cuáles son las implicancias de esta crisis para el tablero geopolítico mundial? ¿Qué lecciones deja para el multilateralismo? ¿Cómo impactará el virus en la globalización? En definitiva, la gran pregunta es si estamos esta vez ante un cambio de paradigma global. Y de ser así, ¿cómo será ese orden internacional poscoronavirus?
José Antonio Sanahuja, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid, afirma que esta crisis muestra las consecuencias de la globalización, que estaba en retroceso antes de la epidemia. "El hecho de que las cadenas de suministro global se acorten y las economías vuelvan a lo nacional no es algo que haya provocado el coronavirus. En todo caso, esta pandemia va a acelerar aún más ese cambio y se profundizarán aquellas tendencias que ya se venían manifestando en el mundo, como el proteccionismo comercial", apunta Sanahuja, que además es director de la Fundación Carolina.
Otra de las manifestaciones de esta globalización en jaque es la erosión de las instancias multilaterales. "Esta crisis, al menos a corto plazo, ha mostrado que el multilateralismo no ha estado a la altura", dice Sanahuja. Y trae a la memoria el papel clave que jugó el G20 en la crisis financiera de 2008, que rápidamente se constituyó a nivel de jefes de gobierno y proporcionó liquidez y financiación. "Esta vez, en cambio, se reunió tarde y solo testimonialmente, sin alcanzar ninguna medida concreta", apunta.
Estamos ante una peligrosa dinámica del "sálvese quien pueda", dice el experto, sin soluciones multilaterales a la vista: ni están ni se las espera. "La pretensión de un país de resolver por sí solo el problema es fútil y peligrosa. Es paradójico. Al tratarse de una crisis global, se supone que la respuesta también debería serlo", dice Sanahuja. "La cooperación internacional debería ser un imperativo. Esta es una crisis global y solamente vamos a salir juntos de ella".
Falta de coordinación
La falta de reflejos a la hora de activar mecanismos de coordinación colectiva en pos de lograr respuestas efectivas ante el avance del virus evidenció la ausencia de un actor dispuesto a liderar la gobernanza global. En todo caso, parece que si alguien desea jugar ese papel hoy es China. Según la mirada de los expertos, los esfuerzos de su diplomacia por dejar atrás el estigma de haber sido el país donde se originó el virus (se habló de Wuhan como del "Chernóbil chino"), y el haber ocultado información delicada para mostrarse hoy como un país solidario con las recetas más efectivas para combatir la epidemia, abonan esa teoría. El envío de insumos sanitarios a muchos países que hoy piden ayuda a gritos (como Italia y España) permiten pensar que esta es la ocasión elegida por Pekín para avanzar unos casilleros en su aspiración de liderar el mundo, un papel que Trump nunca se mostró demasiado interesado en jugar. De esto se trata la transición del poder que ya estaba en curso: Estados Unidos declinaba y China emergía.
Al respecto, Andrés Malamud, investigador principal en el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa, recuerda que, aunque al principio el régimen comunista mostró dificultades en la lucha contra el contagio, esto duró poco. "Si bien es cierto que la primera reacción china reflejó el autoritarismo del régimen antes que la capacidad del Estado, el cambio drástico de estrategia y la efectividad de su implementación salen bien parados ante las demoras, titubeos y negaciones de Occidente. A los ojos de quien recibe la ayuda, China aprendió de sus errores y no escatimó solidaridad", señala.
"Al mismo tiempo, la actitud indolente de Donald Trump y los espasmos unilaterales de Estados Unidos pintaron el contraste con China: de un lado, centralización y eficacia; del otro, descentralización y caos", dice Malamud. "China llegó a la primera división del soft power, donde los países lideran por su capacidad de atracción y no por coacción".
Consultado sobre un posible vacío de poder global –la falta de un actor que ocupe la silla de líder–, en el actual contexto de transición, responde: "Vacío es lo que se produjo mientras Estados Unidos se replegaba a medida que el coronavirus avanzaba, pero detrás vino China a rellenar el vacío con expertos y equipos". De cara al futuro, Malamud sostiene que el multilateralismo que el planeta requiere será bilateral o no será: "Solo dos países son necesarios, y juntos son suficientes, para que el próximo cisne negro nos encuentre a todos más robustos".
Tensiones
La desconfianza y la hostilidad entre Estados Unidos y China es otra de las evidencias preexistentes que se ha profundizado desde la llegada del coronavirus. En las últimas semanas, ambas potencias han librado una guerra de relatos para echarse la culpa sobre quién es el mayor responsable de la pandemia, alimentando todo tipo de teorías conspirativas.
En un reciente artículo publicado en Foreign Affairs, "Cómo liderar en tiempos de pandemia", Nicholas Burns, profesor en la Escuela de Gobierno de la Universidad de Harvard, alerta sobre la imperiosa necesidad de que Estados Unidos y China se acerquen. "El punto más bajo de esta crisis política ha sido el fracaso de Washington y Pekín para dejar de lado sus tensiones más amplias y combinar fuerzas para combatir la pandemia. Por el bien de sus propios ciudadanos y del resto del mundo, ambos países deben detener el juego de la culpa y comenzar a trabajar juntos en soluciones. Si China y Estados Unidos no pueden comunicarse y cooperar de manera efectiva, será casi imposible evitar nuevas tensiones, y dividirán un mundo que, ahora más que nunca, debería unirse y alcanzar una acción común", sostiene en su columna Burns, exsubsecretario de Asuntos Políticos en el Departamento de Estado.
Finalmente, deslizaba una advertencia para su país: "La imagen de un Estados Unidos que no estuvo allí para ayudar al resto durante la crisis más grave en la vida de la mayoría de las personas podría causar un daño irreparable a la forma en que el resto del mundo nos verá en el futuro".
Respecto de esta decisión de Washington de rechazar toda posibilidad de liderar un esfuerzo internacional para hacer frente al virus, Carlota García Encina, investigadora principal del Real Instituto El Cano, señala que Washington ya no quiere ser más el director de orquesta de una comunidad internacional de la que tampoco parece querer formar parte. "En otras circunstancias, una crisis de estas características habría empujado a Estados Unidos a asumir el liderazgo internacional, movilizando recursos y reuniendo a los países para remar en la misma dirección. Eso fue lo que ocurrió tras el tsunami en el sureste asiático de 2004, en la crisis de 2008 y con el brote del ébola en 2019", apunta vía telefónica García Encina, que además dicta clases en la Universidad Francisco de Vitoria.
En palabras de la experta, la llegada del Covid-19 echó por tierra la teoría de America First, es decir, la falsa premisa de que el bienestar y los intereses estadounidenses pueden quedar protegidos de forma separada del bienestar del resto del mundo", dice la experta, a quien la actitud tan poco empática de Trump no sorprende. "Desde su llegada a la Casa Blanca ha venido dando el mensaje de que el mundo no puede seguir contando con Estados Unidos para liderar el orden internacional, menos aún para la cooperación multilateral".
García Encina señala que el orden internacional liberal ya se había acabado antes del virus. "Desde hace tres o cuatro años tenemos un esquema marcado por el enfrentamiento entre Estados Unidos y China, con una Unión Europea tratando de encontrar su lugar. El virus es un factor más que se añade, pero los dilemas son los mismos y la situación económica los agrava", dice desde Madrid. "El virus está sacando a relucir todo aquello de lo que se estaba renegando en los últimos años: desprestigio de la ONU, fuerte competición y nacionalismos emergentes. La lección que podemos extraer de esta pandemia es la contraria: es necesario que haya instituciones internacionales fuertes y países que cooperen, especialmente ahora, cuando todos buscan la solución al mismo problema".
Reacciones populistas
Tras la llegada de la pandemia, los dirigentes políticos debieron enfrentarse al dilema de si enfermar a la población o a la economía. Algunos líderes populistas de Occidente –Donald Trump, Boris Johnson, Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador– optaron inicialmente por enfermar a la población. Sin embargo, las presiones sociales y el efecto contagio los llevaron a revertir su decisión; menos a uno: Bolsonaro.
Según Federico Finchelstein, profesor de Historia en la New School for Social Research, la reacción de estos líderes ha sido negar la realidad, y hoy aparecen las consecuencias. "En el caso de Trump, de decir que el virus no era algo de lo que debíamos preocuparnos pasó a liderar el medallero mundial de infectados. Eso demuestra la ineficiencia de estas políticas, que son pura ideología y negación de la realidad, donde la palabra del líder se vuelve artículo de fe".
Estas políticas, que Finchelstein denomina míticas o mágicas, llevaron además a que el mismo Boris Johnson se contagiara de Covid-19. Un ejemplo de otro elemento de estas políticas: el líder y sus seguidores terminan creyéndose sus propias mentiras.
En relación a Bolsonaro, según el historiador estaríamos ante un personaje cuyo narcisismo lo llevó incluso a desconocer las sugerencias de médicos y especialistas. "Es una locura, aunque con una clara matriz ideológica que se vincula a una historia más larga y antigua de la propaganda y la mentira fascista. Estas políticas irracionales tienen sus propias consecuencias: más muertes", subraya Finchelstein, autor del libro Breve historia de las mentiras fascistas (Taurus), de próxima aparición.
Consultado sobre el posible uso del virus con fines políticos en el futuro, Finchelstein considera que es una duda abierta que cada país responderá en términos de sus propias tradiciones políticas. Sobre lo ocurrido en el norte de Italia –una de las regiones más azotadas por el virus, gobernada por la agrupación derechista Liga del Norte– el experto sostiene que allí hubo un manejo de la crisis "totalmente irresponsable, al estilo trumpista", lo que generó que se convirtiera en el principal foco de la epidemia. "En Italia se usó la xenofobia y el racismo para combatir la enfermedad. Lo mismo hizo Trump al referirse al coronavirus como el virus chino, desencadenando además un aumento de la agresión a los asiáticos en ese país", alerta el experto desde Nueva York.
Crisis democrática
Otro elemento del telón de fondo sobre el que se despliega esta crisis multidimensional provocada por la pandemia es el malestar con la democracia liberal, una tendencia que venía arrastrándose desde hace algún tiempo. "La sensación de que la democracia sirve a los intereses de unos pocos y de que está desconectada de las necesidades reales de la gente podría acrecentarse ante las dificultades actuales provocadas por el virus, sacando a relucir un sistema sobrecargado de tensiones y contradicciones", advierte del otro lado de la pantalla Juan Gabriel Tokatlian, vicerrector de la Universidad Torcuato Di Tella, durante una charla virtual organizada por esa universidad donde abordó las consecuencias mundiales de la pandemia.
En este sentido, cabe preguntarse: ¿En qué medida la pandemia pone en cuestión valores y sistemas políticos? ¿Acaso esta crisis no desnuda las deficiencias de los sistemas de salud en el mundo? El experto realiza una analogía con la crisis financiera de 2008 y la crisis sanitaria provocada un año después por la gripe porcina. En aquel momento, las sociedades esperaban que de allí nacieran una mayor regulación estatal sobre el capital financiero y un refuerzo de los sistemas de salud. Sin embargo, se pregunta Tokatlian, ¿cuánto cambió el mundo desde entonces? "Nada de esto ocurrió. Por el contrario, hoy el capital financiero sigue desregulado y las deficiencias de los sistemas sanitarios en el mundo están a la vista, incluyendo a los países centrales", subraya el académico. "A partir de esta crisis, habrá que ver si podemos esperar otra forma de articular la relación entre Estado, sociedad y mercado".
Dependiendo de cuánto dure, el impacto del Covid-19 podría igualar al de una guerra mundial, en términos de la cantidad de personas que afecta, los cambios en la vida cotidiana que trae en cada continente y su costo humano. La ONU ya declaró que, en efecto, estamos ante la mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. A su vez, el impacto en los negocios, el comercio y los mercados podría derivar en la crisis económica más devastadora desde la Gran Depresión.
"El coronavirus representa una encrucijada de la que se puede salir de muchas maneras: con una gobernanza global reforzada o con un mundo más cerrado, más parroquial en sus funciones, con más opciones de ultraderecha, bastante peor en términos normativos. La salida dependerá de nosotros como sociedad y de nuestros representantes", advierte Sanahuja.
Si los países se vuelven unos contra otros, compitiendo por los escasos recursos disponibles, actuando en clave nacional antes que colectiva, no es impensable que puedan surgir nuevos conflictos y guerras.
En una era de xenofobia y nacionalismos rabiosos, hay una evidencia que parece clara: nunca antes la historia de la humanidad mostró tan claramente cuan vinculado está el destino de los 7.700 millones de personas que habitan el planeta.