Desafíos de vacaciones
Aprovechando el receso escolar, los meses de verano plantean para muchos la posibilidad de compartir vacaciones en familia. Alejarse de la rutina abre las puertas a nuevas experiencias compartidas, que no siempre se capitalizan de forma provechosa.
Las nuevas familias incluyen variantes como las de estructuras ensambladas, en las que los cónyuges suman cada uno a sus hijos de anteriores uniones y los comunes a la hora del descanso estival. Muchos padres separados o no involucrados en nuevos vínculos encuentran en estos meses también la oportunidad de disfrutar del tiempo libre con sus hijos. Para ello, es menester acordar, planificar y autorizar las salidas, si son al exterior, frente a lo cual, en muchos casos, los niños suelen quedar expuestos en la línea de fuego entre sus padres separados, incluso más allá de la judicialización o no de los procesos.
La edad de los chicos pasa a ser clave si pueden elegir con cuál de sus padres pasar ese tiempo. Es entonces cuando los mayores debieran priorizar el bienestar y la tranquilidad de sus hijos a la hora de las definiciones en lugar de lanzarles y lanzarse cruzadamente acusaciones que los culpabilizan y que afectan seriamente su emocionalidad infantil. Alimentar sanamente el amoroso vínculo filial en un nuevo statu quo implica superar sanamente los rencores y odios instalados a fin de que las elecciones de los chicos no aviven enfrentamientos e injustificadas competencias entre los padres. No son solo las palabras que indebidamente puedan escuchar los niños por falta del cuidado y la prudencia de los progenitores. Son también las tensiones en los rostros, en los gestos, en las mil y una formas de expresión que se perciben con todos los sentidos y que pueden afectar nocivamente la inmadura estructura emocional de un niño. Ni que hablar del malsano hábito de torturarlos con reproches y quejas referidas al otro progenitor, buscando desautorizarlo en sus acciones o dichos, solo lastimando y tironeando ese afecto tan básico como vulnerable a los ojos de un chico.
Si los padres pudieran entender y aceptar que los hijos no son una propiedad personal ni un botín de guerra de una contienda en la que debieran preservarlos lo más posible; si asumieran que está bien que ellos tengan ganas de estar con uno o con otro según los momentos, también sufrirían menos y los tiempos compartidos adquirirían un valor superador, instalando nuevas modalidades y experiencias al servicio de sanar el dolor de una separación que pueda volverse menos traumática para todos.
Hacer de las vacaciones un tiempo de crecimiento y encuentro es un desafío para cualquier familia. Mucho más para aquellas que deben aprovechar este momento para reinventarse y asegurar a los más chicos el afecto y la contención necesarios, obligados a superar las disputas entre padres. Como se afirma reiteradamente con sabiduría: a pesar de no haber podido o sabido funcionar como pareja, el futuro de los hijos depende en gran medida de que los progenitores asuman y encarnen el desafío de convertirse en los mejores padres posibles.