Desafíos de la revolución tecnológica
"Ojalá vivas en tiempos interesantes", dice la maldición china. Así son los momentos de cambio, en los que el mundo viejo choca con el nuevo. Esto pasó siempre, solo que en la era de la digitalización estos procesos se aceleran. No son tiempos de estabilidad. Están plagados de amenazas, es cierto, pero también de posibilidades inéditas para aquellos a quienes el statu quo perjudica.
A comienzos del siglo XX había más de 2000 empresas de carruajes. La llegada del automóvil las hizo desaparecer a todas, menos a una: Studebaker. Los hermanos Studebaker fundaron su compañía en 1852 y entendieron que su negocio era transportar personas, no construir carruajes. Esto alargó su vida hasta 1966, pasando de forma natural de la fabricación de carruajes a la producción de autos.
Armando Discépolo, hermano de Enrique (autor del tango "Cambalache"), escribía en 1923 la obra Mateo en homenaje a esa crisis que generaba el cambio tecnológico; hoy, el mateo es un objeto de culto utilizado por el turismo.
Pero aquí parece que solo miramos el corto plazo. Enfrentamos desafíos como los altos costos logísticos para sacar nuestros productos, mientras Google o Uber ya están en fases de prueba con sus camiones autónomos, donde parece que -en tramos largos- su ventaja competitiva es indiscutible, dejando al ser humano aportar su valor en la última milla, algo similar a los aviones que navegan en crucero con piloto automático y despegan y aterrizan manualmente.
Las tecnologías exponenciales (computación en la nube, internet de las cosas, impresión 3D, inteligencia artificial) van a impactar inexorablemente en nuestro trabajo, en la empresa y en su modelo de negocios, y en la economía, con la aparición de la economía colaborativa o de pares, en la que Uber es solo la parte visible del iceberg. Nuestro progreso depende de que empecemos a mirar el mediano plazo, antes de que la digitalización arrase con nuestra economía actual, con valores y prácticas más cercanas al siglo XX (el siglo de "Cambalache") que a un siglo XXI caracterizado por organizaciones más pequeñas, especializadas y ágiles en las que las jerarquías son cosa del pasado.
Vivimos la cuarta revolución industrial, y así como la tercera fue la era de la computación, que comenzó en 1969 con la llegada del hombre a la Luna, esta se define con una sola palabra: inteligencia. El reconocimiento de imágenes y de la voz, la traducción automática, la geolocalización y otras por el estilo generan un nuevo mundo de economía digital o de API (componentes de software) en los que todos estos servicios están disponibles para inventar todo aquello que la imaginación nos dicte y ganarnos nuestro sustento de forma creativa y moderna.
El gran desafío lo tienen la política y los gobiernos, que serán los primeros afectados por aquellas innovaciones disruptivas para las que las regulaciones no están preparadas. Vamos hacia un mundo XaaS (everything as a service, todo como servicio), y así como el taxi sufre con Uber y el hotel con Airbnb, debemos ayudar al trabajador a prepararse para su próximo trabajo, al propietario de cocheras para la reconfiguración de su negocio, cuando los coches autónomos ya no las requieran, y a los gobiernos y la política para interpretar un mundo con una economía colaborativa creciente, donde cada vez tiene más sentido compartir bienes en lugar de adquirirlos.
Hoy nuestra industrialización de bienes a baja escala está perdiendo competitividad y crecerá la demanda sin límites ni fronteras de todo aquello en que tenemos ventajas competitivas, como la agroindustria y los servicios basados en el conocimiento. Por eso, todo el foco debe estar en la educación. Podríamos llamarla "la revolución Sarmiento siglo XXI".
Profesor de posgrado en FCE/UBA y Torcuato Di Tella