Desafíos de la pandemia en la sombra
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Confinada, la humanidad aguarda directivas cotidianas de sus respectivos gobiernos. La pandemia redefinió nuestro rol como ciudadanos: nuestras costumbres fueron interrumpidas por un estado de emergencia que impactó en todas las dimensiones de nuestras vidas. Los efectos devastadores en la economía, la parálisis en el movimiento de las personas, la necesidad de repensar la normalidad, marcan el compás de nuestra vida cotidiana. El aislamiento social tuvo impacto sobre la salud mental y profundizó las desigualdades.
La propagación del virus puso en jaque los avances logrados en materia de diversidad e inclusión en las últimas décadas. A medida que el distanciamiento se impone, la humanidad se atomiza y las brechas sociales aumentan. Las ciudades se transforman, hay un abandono de los espacios públicos y una migración a lo digital.
La exacerbación de las desigualdades es la pandemia de la pandemia. Un virus que no conoce de clases sociales y profundiza las grietas de la sociedad. La historia enseña que siempre que la sociedad atravesó períodos desafiantes, los más perjudicados fueron los postergados. ONU Mujeres señaló en su informe de abril que el impacto del Covid-19 es particularmente profundo para las mujeres y las niñas dado su género, desde la salud hasta la economía, la seguridad hasta la protección social; calificó ese fenómeno de “pandemia en la sombra”. Las desigualdades preexistentes recrudecieron: aumentó la violencia de género (más de 250 millones de víctimas en 12 meses), las tareas domésticas se volvieron más demandantes, al absorber la carga adicional del cuidado del hogar y la educación remota de los hijos. La pérdida de trabajo afectó primordialmente al trabajo precario e informal.
Cuando un individuo experimenta más de una identidad o característica de un grupo considerado minoría, se exacerban los sesgos cognitivos conscientes o inconscientes que llevan al racismo, sexismo, homofobia y otras formas de discriminación. Desconocer esa retroalimentación podría conducirnos a una normalidad pospandemia aún más desigual y violenta que la que la precedió.
El desafío es pensar la sociedad pospandemia. El palabra anglófona allyship describe el hecho de ser aliado como práctica constante y se enfoca en el papel que cada uno de nosotros debe o puede jugar en su comunidad. Ser aliado implica renovar nuestro compromiso ciudadano y reconciliarnos con nuestro sentido de responsabilidad personal. Requiere disciplina: desde la identificación de la causa que queremos apoyar hasta la traducción de nuestro deseo de activismo en acciones puntuales cotidianas. Se traduce en las micro decisiones que tomamos cada día: desde cómo consumimos hasta cómo nos expresamos o nos tratamos.
La pandemia minó los cimientos de la confianza interpersonal. Todo intercambio en el espacio público exige un reflejo de distanciamiento ¿Volverá la espontaneidad? Sólo el desarrollo consciente de la solidaridad puede sanar esas heridas.
Afortunadamente, empiezan a asomar tendencias promisorias. Se comparten conocimiento y experiencias en todas las ciudades; hemos visto nacer plataformas sin fines de lucro y espacios virtuales de contención con consejos para identificar señales de violencia doméstica, e incontables líneas de apoyo psicológico gratuitas para hacer frente al aislamiento, entre tantos otros foros.
La tecnología puede jugar un lugar central en la construcción de relaciones basadas en la confianza, la responsabilidad y la igualdad. Usémosla de forma ética y sustentable para enfocarnos en aquellos que más lo necesitan y para echar luz sobre esa pandemia en la sombra, en un ejercicio de reconciliación con el otro y con nosotros mismos.
La autora es experta en diversidad, máster en Marketing y Estrategia por Paris IX Dauphine University