Desafío: irse a vivir solo, ¿una meta cada vez más lejana para los jóvenes?
Varios factores confluyen para que independizarse no sea un opción accesible en la ciudad de Buenos Aires antes de los 30 años
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Sofía Ducrey se cansó de buscar su primer departamento. “Busqué un montón, pero los alquileres están por las nubes y me resigné a entender que por ahora no puedo mudarme sola”, explica la joven de 27 años, que vive en el barrio Belgrano, en la casa familiar. Según sus cálculos, debería ganar en mano $70.000 para poder afrontar el pago de un monoambiente y vivir “bien, sin lujos”. Una cifra por ahora muy lejana a los ingresos que le genera su marca de ropa. “Mis amigas con trabajos en relación de dependencia tampoco logran independizarse por su cuenta: o los padres les prestan un departamento, o les pasan plata o les pagan las expensas. No conozco a nadie de mi edad que no esté recibiendo ayuda de algún modo, en mayor o menor medida”, dice.
Con los alquileres que aumentan por encima de los salarios de los empleados en relación de dependencia –y más aún de los de los trabajadores informales, que pierden más poder adquisitivo– acceder siquiera a un monoambiente en la Capital se convirtió en una tarea difícil para muchos. Tanto más para los jóvenes, que en el inicio de su carrera laboral suelen obtener trabajos precarios o peor pagos. De esa forma, el sueño de la independencia queda cada vez más lejos y la estadía en el hogar familiar se extiende más de lo deseado.
“De acuerdo con nuestros datos, el monto a desembolsar al momento de alquilar un monoambiente en Buenos Aires prácticamente se duplicó con respecto al año anterior, no solo por el retraso de los salarios, sino por los nuevos requerimientos de los propietarios luego de la implementación de la nueva ley de alquileres”, plantea Roberto Vivaldo, presidente de Century 21 Argentina, empresa líder en bienes raíces.
Según sus cálculos, el monto promedio de un monoambiente en la ciudad (sin amenities y cercano a medios de transporte) ronda alrededor de los $26.000 en promedio, a lo que deben sumarse unos $4500 en concepto de expensas ordinarias. Si se toman propiedades un poquito más grandes, de hasta 40 m2 como máximo, el precio del alquiler asciende por encima de los $30.000.
“Al mismo tiempo y cada vez con más frecuencia, los propietarios exigen seguros de caución, que para una operación de un contrato por 36 meses de este monto de alquiler mensual ronda los $45.000 para una suma asegurada de poco más de $1.000.000 y que exige un ingreso mínimo neto aproximado de $76.500. Si sumamos todos los ítems, deberíamos estimar la barrera de entrada de unos $75.500 solo de mes de alquiler, seguro de caución y anticipo de expensas”, detalla. A eso se debe sumar, si corresponden, los gastos de mudanza, que estima en $80.000. “En definitiva soñar con la independencia no cuesta menos de $155.000”, plantea. Este número no contempla el gasto que conlleva equipar un departamento.
Según el último informe técnico de la Evolución de la Distribución del Ingreso del Indec, que corresponde al primer semestre del año, la población total que percibe ingresos en todo el país recibió un promedio de $42.394.
Mantenimiento
¿Qué gastos demanda luego mantener el departamento? “El locatario debe afrontar, además del alquiler, las expensas y los servicios (luz, gas, electricidad). El ABL y las expensas extraordinarias corren por parte del propietario, y es importante recordar que en la Capital el inquilino no paga honorarios inmobiliarios”, detalla Francisco Altgelt, presidente de Altgelt Negocios Inmobiliarios. Desde allí informan que un monoambiente en la ciudad puede estar entre los $18.000 y los $40.000, según el lugar y la categoría.
Miguel Di Maggio, director de la inmobiliaria Depa, estima que un monoambiente en territorio porteño hoy promedia unos $30.000 mensuales, que no varían demasiado según la zona. “El corredor norte sigue siendo lo más caro: Núñez, Belgrano. Obviamente, si nos alejamos de ahí tal vez podamos encontrar precios un poco más bajos, pero no notoriamente inferiores. No es que porque nos alejamos y nos vamos a un barrio más lejos nos vamos a encontrar con mucha diferencia de precios”, describe. Donde sí destaca que se pueden encontrar oportunidades hoy es en San Telmo, el micro y el macrocentro, donde muchas unidades han quedado vacías por los cambios de trabajo que produjo la pandemia.
¿Qué ha sucedido con los contratos de los locatarios más jóvenes durante el 2000 y 2021? “Muchos, sobre todo en el momento de encierro más estricto, volvieron con los padres porque se quedaron sin trabajo o no pudieron generar los mismos ingresos. Muchos también han resistido la pandemia, pero tal vez no pagando la totalidad del alquiler. Y cuando llegó el momento de regularizar, se les hizo muy pesado económicamente y también se vieron en la necesidad de irse”, agrega Di Maggio. Y estima que recién en los últimos meses comenzaron a reaparecer jóvenes con el deseo de volver a vivir solos o de hacerlo por primera vez.
Al inicio de la pandemia, en marzo del año pasado, Marcos Caputo vivía con un amigo a una cuadra del Obelisco. Originario del municipio bonaerense de Esteban Echeverría, el joven de 31 años empezaba a generar ingresos con trabajos de fotografía luego de pasar por una decena de oficios que no lo convencían. En abril su amigo volvió a vivir a su país natal y él quedó a cargo de los gastos del departamento. Para junio ya había consumido sus ahorros y tuvo que volver a la casa de sus padres. “Por el momento, estoy en stand by, puse un mini local de artículos de limpieza en casa y cada tanto arreglo compus o hago algún trabajo de fotografía. Soy consciente de que ahora es imposible alquilar: ya de por sí está complicado y yo además tengo dos meses en los que me puede ir bien, pero al siguiente no sé. No se puede vivir en esa incertidumbre”, explica. En los últimos años, trabajó de seguridad, maestranza, recepcionista, encargado de un local de venta de medias y reparador de techos.
Paradigma
Para Agustina Corica, doctora en Ciencias Sociales, socióloga y coordinadora del Programa Juventud de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), la independencia de las generaciones actuales es más difícil de lograr si no viene acompañada de algún apoyo familiar. “Los trabajos que consiguen son más precarios, es decir, cobran salarios bajos, no les realizan las cargas sociales y son inestables”, afirma. El alto costo de los alquileres y la falta de acceso a créditos para la vivienda empeoran la situación.
Más allá del evidente costo económico que hay que afrontar para ingresar a un nuevo alquiler, de fondo subsiste cierto cambio de paradigma. “En teoría la etapa de la juventud abarca desde los 15 a los 29 años –señala Corica–, aunque en las últimas décadas esta etapa se extiende hasta los 34 años justamente por este fenómeno nuevo entre las nuevas generaciones de que se atrasa la salida del hogar familiar”.
Según apunta, para muchos jóvenes tiene que ver con que cuando egresan del secundario cursan carreras universitarias y no logran obtener un ingreso que les dé sustento para irse a vivir solos, por lo que prefieren continuar estudiando mientras siguen viviendo con su familia de origen. “Ahora hay otro grupo de jóvenes que deben salir a trabajar por su situación económica y, como consiguen trabajos precarios, tienen que permanecer en la casa familiar, conviviendo en edades que ya se llaman jóvenes adultos [son los que tienen de 25 años en adelante]. La estabilidad económica de la población joven se logra pasados los 30 años y no todos a esa edad logran obtener un trabajo en blanco, estable y con beneficios sociales”, indica.
Algunos entonces se irán de la casa familiar cuando formen pareja; otros, si pueden salir a estudiar con apoyo de la familia, y muchos terminarán construyendo alguna habitación en el terreno familiar. Muchos estudiantes que salen de provincias con menos oferta académica eligen vivir con varios conocidos en un departamento. “Las situaciones pueden ser diversas, pero claro está que la etapa de la juventud se alargó en el tiempo: cada vez más jóvenes se independizan pasados los 30 y cada vez más prefieren quedarse en la casa familiar hasta lograr una mayor estabilidad laboral para poder partir”, concluye Corica.
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