Desacelerar en vacaciones
La idea del tiempo acelerado, de la velocidad del devenir y del cambio, no es nueva. Aunque parece exacerbarse en esta modernidad tardía y digital, hay controversia respecto de si efectivamente compone un fenómeno de época o si se trata de un lugar común en la historia de la humanidad. Remarquemos, por lo pronto, que la percepción de la fugacidad del tiempo es un problema de larga data.
Hartmut Rosa, sociólogo alemán, identifica tres categorías que integran un sistema: la aceleración tecnológica, la aceleración del cambio social y la aceleración del ritmo de vida. El autor señala que la retroalimentación entre estos elementos es positiva, de manera tal que se intensifican recíprocamente. Es un dato incontrastable en nuestros días que la búsqueda de la eficiencia y la competitividad se acrecienta en todas las esferas; tanto es así que introducir el modo pausa equivale a retroceder, a volverse obsoleto, caduco, anacrónico.
A este movimiento casi frenético de la existencia contemporánea, Rosa contrapone su tesis de la resonancia: una respuesta a los desafíos de la aceleración social. En su pensamiento esto sirve de marco para entender cómo podemos perfeccionar nuestro “ser en el mundo”, estableciendo una relación más significativa con el entorno. Una relación que, como sabemos, es interactiva: la persona modifica y es modificada, influye y es influenciada, trasforma y es transformada. Hallamos una reciprocidad de base en esta dinámica.
Lo cierto es que resonar con el mundo comporta una experiencia emocional y sensorial, no solo intelectual. Al estar involucrados y sentirnos vivos, se genera una especie de eco entre nosotros y el contexto. Muchas veces el sonido procede del contacto con la naturaleza, con los demás o con las diversas circunstancias y manifestaciones vitales que se despliegan a nuestro alrededor. En todos los casos, se tiene que producir una apertura, una actitud receptiva y auténtica que opere como contrapunto de la aceleración. Una forma de nexo que valore el ser sobre el tener, el experimentar sobre el lograr, el ser afectado sobre el controlar.
Por eso, en estas vacaciones, más allá del destino, del cambio de ambiente o de la decisión de cortar con la rutina, tenemos la posibilidad de vivenciar esta resonancia. De dejar de lado el ajetreo cotidiano y conectarnos con personas queridas, para fortalecer vínculos y plasmar recuerdos perdurables. En el ámbito familiar puede ser una oportunidad para aumentar la cohesión, instalar conversaciones abiertas, que gatillen reflexiones sobre lo importante y nos muevan a ajustar prioridades. Puede ser una vía de progreso hacia el bienestar común, incluso un estímulo para la creatividad y la espontaneidad.
Por qué no proponernos, entonces, expandir nuestros ejes de resonancia hacia relaciones de mutua receptividad con las personas, con las cosas, con los lugares y con el mundo. Así, las vacaciones no serán solo un escape temporal, sino la ocasión de concretar un aprendizaje esencial para nuestro bienestar, de abrirnos a experiencias profundas, de ensayar una verdadera presencia. Un ejercicio vital de reconexión con nuestro ser y con el entorno, un momento para robustecer lazos, mejorar la comunicación y originar situaciones que seguirán resonando.
Y, por qué no, impregnando nuestra vida con un sentido renovado de plenitud y propósito.
Docente e investigadora, directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral