Derechos que son deberes
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, el documento histórico que enuncia los derechos que toda persona humana tiene por el mero hecho de existir, cumple hoy 75 años. Los derechos consagrados son inalienables, irrenunciables, imprescriptibles y están en relación unos con otros, por lo que además son inescindibles: todos los derechos humanos corresponden a todos los seres humanos.
Con seguridad se darán conversaciones a partir del tema propuesto por Naciones Unidas para este aniversario: dignidad, libertad y justicia para todas las personas. En estas líneas nos centramos en una dimensión de tales derechos, expresada en el artículo 29 de la declaración, que establece que toda persona tiene deberes para con su comunidad, puesto que solo en ella puede desarrollarse libre y plenamente. Aquí el enfoque de derechos exhibe una contracara indispensable para la vida en sociedad, que es la contribución individual al bien común, sustrato necesario para que los derechos se concreten. Porque es claro que, para mantener el ecosistema de los derechos humanos y robustecer su arquitectura, el aporte de cada persona se torna imprescindible.
El reconocimiento de la implicación individual en lo común que el texto presenta nos mueve a reflexionar sobre la experiencia de comunidad en las sociedades contemporáneas. Parte de la obra del filósofo surcoreano Byung-Chul Han gira en torno a lo que identifica como una crisis del sentido de comunidad. Argumenta que estamos transitando una era de individualismo exacerbado, con una tendencia a trabar relaciones superficiales basadas en intereses particulares y que esto conduce a una erosión del sentido de comunidad.
Zygmunt Bauman, en su teoría de la modernidad líquida, analiza cómo la constante fluidez de la sociedad afecta las relaciones humanas. En épocas de incertidumbre y cambio permanente, los vínculos se vuelven menos sólidos, lo que impacta en el modo en que interactuamos con el entorno. Las ideas de Bauman resuenan con las de Han en términos de cómo el individualismo y la falta de estabilidad relacional deparan un debilitamiento del sentido de comunidad y un aislamiento creciente.
La declaración confirma que los derechos humanos no existen en el vacío, sino que están enlazados con nuestras obligaciones hacia los demás. De ahí que formar en el cumplimiento de tales deberes sea crucial, porque la educación puede ser la llave para el ejercicio efectivo de derechos y la comprensión de las responsabilidades comunitarias que de ellos se desprenden.
Al tiempo que conmemoramos el 75º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, nos enfrentamos al desafío de fortalecer y expandir nuestro sentido de comunidad en un mundo en transformación. Esta efeméride nos recuerda la importancia de los derechos inherentes a nuestra humanidad, pero también subraya la responsabilidad colectiva en su reafirmación y promoción en momentos en que los lazos sociales parecen diluirse, por lo que cabe reforzar el valor de la comunidad como ámbito de derechos y de compromiso activo con su defensa, empezando por las familias y escalando a nivel social.
Hoy celebramos la declaración, no solo como legado, sino como instrumento vivo en el camino hacia la dignidad, la libertad y la justicia. Como puente hacia escenarios de futuro más inclusivos y solidarios.
Docente e investigadora, directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.