Dengue: lágrimas detrás de una epidemia subestimada
El impacto que está teniendo la epidemia de dengue en la población esta temporada no está ni cerca, definitivamente, de las estadísticas de salud. Se percibe, en cambio, en las lágrimas de los vecinos que han perdido a un familiar o un amigo y en la voz que se vence de padres, hijos, abuelos o nietos al contar lo que están atravesando ante la pregunta de LA NACION.
El lunes por la tarde, en la Redacción se tomó la decisión de viajar a Tucumán para la cobertura de un brote que, hasta ese momento, solo en esa provincia se definía localmente como epidemia. Los más de 13.000 casos –el valor más alto reportado por una jurisdicción en lo que va del año– y la mitad de los, hasta ese momento, 14 fallecidos por dengue que había comunicado el Ministerio de Salud de la Nación fueron lo que pesó para definir cómo continuar el relevamiento de puntos críticos en la ciudad de Buenos Aires y el conurbano. Por segunda vez en diez días, alertábamos en la sección Sociedad que los casos venían superando a los de la gran epidemia de 2020, que terminó superponiéndose con la pandemia de Covid-19. El Ministerio de Salud de la Nación, a través de Leandro Álvarez, funcionario a cargo de la relación con los medios, volvía a hacer silencio.
Antes de abordar uno de los primeros vuelos del martes a Tucumán, ya en el Aeroparque Jorge Newbery quedó en evidencia la falta de coordinación de medidas para contener el brote de dengue: si “el uso adecuado del repelente es fundamental”, como había afirmado la cartera sanitaria el día previo en una nueva reunión de ministros de Salud del país, y en las provincias afectadas hay faltante de unidades, ¿por qué la Policía de Seguridad Aeroportuaria ni siquiera permitía despacharlo en el equipaje? “No se nos informó de que haya una situación crítica en el norte”, me explicó uno de los uniformados.
Con un desafío extra a cuestas –conseguir repelente en el epicentro de una epidemia en la que hay que evitar la picadura de mosquitos–, desembarqué un par de horas después en el Aeropuerto Internacional Benjamín Matienzo. En el microcentro de San Miguel de Tucumán, a metros de la gobernación y la Casa Histórica, la realidad aplastó en segundos hasta los “más de 13.000 casos” que estaba informando el Ministerio de Salud provincial. En el olvido quedaron los 5132 que hacía 72 horas había reportado para esa provincia el Ministerio de Salud de la Nación en su Boletín Epidemiológico Nacional por el retraso de dos semanas con el que la Dirección de Epidemiología recopila las notificaciones de los distritos.
Transeúntes, kiosqueros, mozos, vendedores ambulantes, policías, estudiantes, taxistas, personal de salud… Nadie estaba a salvo del dengue. Barrios completos en plena capital provincial, a minutos del microcentro, seguían teniendo nuevos casos. Síntomas distintos a los que me había tocado ver durante la epidemia de 2015-2016 en barrios y hospitales de Misiones, Chaco y Corrientes o en los primeros meses de 2020, cuando la última epidemia se extendió más allá de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano.
Con el fotógrafo Fernando Font nos propusimos retratar lo que aparecía ante nosotros: el pedido, que de momentos era un ruego, de vecinos y profesionales de la salud de dar a conocer que los casos ya eran incontables. Bronca, angustia y miedo de perder a un ser querido eran los sentimientos que también hubo que contener con un abrazo en ocasiones. “Gracias por venir”, escuchamos varias veces a medida que caminábamos por Mercedes, Lules, San Pablo o la capital y alrededores. Se sentían abandonados, a la deriva, sin saber qué les está pasando o por qué es diferente a lo que vivieron en otros brotes. Fue frecuente la comparación con la pandemia de Covid.
No faltó el reclamo por “la insensibilidad” de las autoridades y la dirigencia política en general, más ocupada de la campaña para las elecciones provinciales el mes que viene que de responder sobre la realidad epidemiológica local. La referencia al ocultamiento de la información era constante entre los tucumanos que compartieron su testimonio al tocar un timbre o ingresar a un centro de salud.
Las historias de las pérdidas se fueron sumando a la par en esa recorrida. Y eran más que las ocho muertes por dengue reconocidas oficialmente hasta el miércoles. No fue posible saber, antes de viajar de regreso a Buenos Aires, qué falló en Tucumán si, como afirma el Ministerio de Salud local, se trabajó durante 2022 en la prevención, con el descacharrado y la información en los barrios. La agenda del ministro Luis Medina Ruiz no lo permitió.
Ya de regreso en el aeropuerto de Buenos Aires, con un repelente de citronela de uso pediátrico en la mochila –una de las últimas unidades en una farmacia céntrica en la capital tucumana–, se acababa de confirmar una muerte más y los casos registrados superaban oficialmente los 14.000.