Democracia o populismos radicales, el dilema de hoy
Un futuro de progreso común nos exige recomponer los lazos políticos para enhebrar los acuerdos alrededor de un programa de reconstrucción económica y social que nos saque del pantano en el que estamos sumergidos
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El mundo de hoy es cada vez más complejo y peligroso. La sociedad de redes transformó las formas de la comunicación y creó burbujas en las que impera el deseo de cada uno. El lazo social que preocupaba a Durkheim es cada vez más frágil. Cisnes negros asoman por doquier.
El futuro es pura amenaza no solo porque una guerra nuclear se vuelve verosímil. Lo que nos parecía imposible se torna probable. Un rasgo definitorio de las transformaciones en curso es la velocidad de los cambios que hace más difícil aún generar los conocimientos y las aptitudes para adaptarnos.
Moisei Ostrogorski decía en la primera década del siglo XX: “Los partidos políticos han sido exitosos para asegurarse el control del gobierno, pero han fracasado miserablemente en sus funciones representativas”. La insatisfacción con la representatividad viene de lejos, pero hoy ataca el corazón mismo de la legitimidad de la autoridad al desconocer los resultados de elecciones libres y competitivas cuando no conforman a los perdedores y al manipular las reglas electorales cuando no benefician los intereses de los poderosos de turno.
El tiempo desgasta a los gobiernos incapaces de dar soluciones a los problemas concretos de la gente. Sin embargo, esto no debe ser justificativo para cuestionar a la democracia como régimen político. Cuando se aduce que la velocidad de las transformaciones imposibilita enhebrar consensos y, por lo tanto, no hay tiempo para poder vivir en democracia, como lo hace Xi Jinping, se abre camino a las autocracias que conculcan las libertades de cada uno y que no son más justas para todos como prometen. Los argentinos ya lo experimentamos con los sucesivos golpes militares que venían a ordenar el “caos” y prometer futuros de grandeza. Solo nos sumieron en el horror.
En América Latina, como en Europa y en Estados Unidos, asoman derechas radicales que intentan canalizar el descontento y la rebeldía con propuestas antisistema, cuyo blanco es la democracia entendida como un juego de castas corruptas. Las derechas que crecen son las derechas autoritarias, las derechas antiliberales que prometen eficiencia de la mano de liderazgos disruptivos que hacen política negando la política y echan mano a un discurso populista. El pueblo –casi siempre bajo la forma de los consumidores– vs. la casta.
Una mirada a la región muestra que la debacle de los partidos tradicionales desató la radicalización de los extremos del arco político. Fue el caso de la Concertación y la Alianza de la derecha en Chile, del APRA y Acción Popular en Perú; del PRI y el PAN en México; del estruendoso declive del Centro Democrático, el partido de derecha liderado por el ex presidente Álvaro Uribe, en Colombia; del PNL y el PUSC en Costa Rica. El ascenso de Petro, en Colombia, y de Andrés López Obrador, en México –ambos presidentes de izquierda– fue consecuencia del derrumbe de los partidos que dominaron la política nacional de esos países durante décadas. En México conviven hoy dos opciones democráticas, el lopezobradorismo y sus adversarios. Como en México, en Colombia preocupa la radicalización de sectores de la derecha con escaso peso electoral que se quedaron sin opción para encontrar un lugar en democracia.
En la Argentina, Milei encarna la tendencia antisistema y ultraliberal en economía que caracteriza a las derechas radicales como Vox en España o Bolsonaro en Brasil, admiradoras de Trump y conectadas entre sí en una suerte de internacional de derechas. Esta tercera fuerza, autodefinida de derecha, es una novedad en la Argentina. Hoy, no hay otras fuerzas políticas en las que el término aparezca en sus denominaciones. Hay que remontarse a finales de los años 20 cuando se formó la Confederación de las Derechas, integrada por los partidos conservadores para tener registro del uso del término. El Frente Nacional en esa época reunió a conservadores, nacionalistas y liberales. Más tarde, la Federación de Partidos de Centro se presenta en las elecciones de 1963, sosteniendo la candidatura presidencial del ingeniero Emilio Olmos como un agrupamiento que era en realidad de partidos conservadores. La denominación “centro” había sido ya reivindicada en la convención constituyente de 1957 por esos mismos partidos. La Unión de Centro Democrático aparecerá en 1982 con el liderazgo definidamente liberal del ingeniero Álvaro Alsogaray, quien nunca consiguió superar sus diferencias con los partidos de antigua raigambre conservadora desde noviembre de 1956, en que lanzó, en el Teatro Maipo, el Partido Cívico Independiente.
La identificación de derecha en el espectro ideológico aparecía políticamente incorrecta en una cultura política dominada por la idea de una sociedad igualitaria e integrada. Hoy, la sociedad está fracturada entre los que no tienen y los que tienen y, en el medio, las clases vulnerables que ven sus ingresos carcomidos por la inflación y sufren una presión impositiva que los indigna. Milei canaliza la rebeldía, sobre todo de los jóvenes que no ven una salida en una sociedad a la que describe bien la metáfora de la playa de estacionamiento. Ya no hay ascenso social ni futuro de progreso. Por lo tanto, hay desánimo y pesimismo, sentimientos que, combinados con la intolerancia de una sociedad polarizada, alimentan liderazgos disruptivos dispuestos a arrasar con lo existente. El electorado que se autodefine de derecha crece en las encuestas.
Lo distintivo del sistema político argentino ha sido la larga duración del clivaje peronismo versus radicalismo y el hecho de que derechas e izquierdas habitaran en ambas formaciones políticas, incluso con distribuciones parecidas (circa 2011). Torcuato Di Tella estaba esperanzado en un futuro del sistema de partidos que sumara a radicales y peronismos tanto en un polo socialdemocrático como en un polo de derecha para conformar un bipartidismo estable. El mundo en que reflexionaba Di Tella no es el de hoy. Juntos por el Cambio agrupa a la UCR, PRO y otras formaciones políticas menores, incluido el Peronismo Republicano. El Frente de Todos no termina de conciliar sus diferentes vertientes, atravesado por los conflictos de autoridad en una inédita fórmula presidencial bicéfala.
En la Argentina, como en el resto de las democracias occidentales, el centro se debilita. La derecha extrema crece. En Brasil, la centroderecha, el PSDB de Fernando Henrique Cardoso, fue diezmada por el bolsonarismo. En Chile, parte de la centroderecha se unificó con la extrema derecha que llevó a Kast a la fórmula presidencial. En Francia, el centro sobrevivió con Macron y una colección de restos de partidos en extinción.
Lula logró un apretado triunfo en Brasil y la distribución institucional de fuerzas resultante incentivará una política moderada. La marea roja no llegó a Estados Unidos y aunque el trumpismo sobreviva, queda claro allí, como en Brasil, que el dilema hoy es entre democracia y autocracias vestidas de populismos radicales. Con Lula ganó la democracia, y en las elecciones intermedias de Estados Unidos, también ganó la democracia.
Acaso sea esta una clara señal que desaliente los fanatismos, que solo conducen a la violencia. No lo sabemos con certeza, pero es un paso importante y una advertencia para los argentinos: construir un futuro de progreso común nos exige recomponer los lazos políticos como condición para enhebrar los acuerdos alrededor de un programa de reconstrucción económica y social que nos saque del pantano en el que estamos sumergidos.