Delfina de Vedia de Mitre: la abnegada compañera
El 24 de diciembre de 1819, en la iglesia de la Merced, parroquia de la Catedral, era bautizada Delfina María Luisa de Vedia, de doce días, octava hija del general Julio de Vedia y de Manuela Pérez, naturales de Montevideo, apadrinada por el estanciero de la Guardia del Monte don José Zenón Videla y su mujer, Sandalia Dorna.
Vivían en una quinta en las afueras de la ciudad, donde el militar, ya retirado, llevaba el pan a la mesa dedicándose a fabricar ladrillos. Allí Delfina recibió de sus padres una notable formación. A los 15 años la familia se trasladó a Montevideo, cuando el general, como otros tantos argentinos, abandonó el país en tiempos de Rosas. Se instalaron en los altos del mirador de Reygate.
Fue en esa ciudad donde Delfina conoció al joven Bartolomé Mitre. Este contaba con los pocos pesos de modesto soldado, y con la anuencia de los padres, ya que ambos eran menores de edad, se casaron, el 11 de enero de 1841, en la iglesia Matriz. Como regalo de bodas la novia recibió un dedal de plata.
Adolfo Mitre afirma que el suegro sostenía que su yerno era “un joven sin porvenir”. Sin embargo, con mínimos recursos afirmaron un hogar que tuvo tres hijos del “exilio”, como los llamaba uno de ellos: Delfina, Bartolomé y Josefina, en Montevideo, en 1843, 1845 y 1847. Cuando nació la primogénita, en unos versos que le dedicó, el padre resumió de este modo la felicidad del matrimonio: “Naciste tú y has colmado la copa de nuestra dicha”.
Se dijo de Delfina que ella “con la ternura constante que sirve de alivio a la lucha y el aliciente a la empresa” llevó adelante la familia, especialmente en esos años en que Mitre debió tomar el camino del exilio que lo llevó a Bolivia, al Perú y Chile con la triste suerte del proscripto y de quien defiende causas que resultan perdidas. Todo ese tiempo allí en Montevideo estaba Delfina esperándolo. En sus páginas autobiográficas su hijo Bartolito le dedica un merecido recuerdo con fino humor y filial afecto.
Vuelto Mitre a Montevideo, poco habría de durar la vida familiar, ya que se incorporó al Ejército Grande, que al mando de Urquiza se batió en Caseros. La política lo llevó a conocer de nuevo el destierro después de los debates en la Legislatura porteña de junio de 1852, mientras otros tres hijos, Jorge Mariano, Emilio y Adolfo, completaron el hogar en 1852, 1853 y 1859, respectivamente.
No faltaron los disgustos que Delfina guardaba silenciosamente cuando su marido fue herido gravemente en la frente en los potreros de Langdon y lo llevaron así a la casa que habitaban en la calle Perú, entre Independencia y Estados Unidos. En medio del cuidado de los hijos mayores y la crianza de los menores, Delfina encontraba tiempo para escribir su “Diario íntimo”, como para la lectura y a veces traducir del francés y del inglés distintas obras, mientras desde distintas funciones el marido seguía sirviendo a la provincia de Buenos Aires.
Una carta de septiembre de 1859, cuando Mitre se encontraba desde un mes antes en la campaña que culminó en Cepeda, le avisaba: “Los enfermos de tu casa van muy bien; Delfinita y Bartolito están buenos; Josefina es la más atrasada, pero está casi buena. Delfina, después de triste disgusto, está atacada de erisipela, pues conocía el riesgo en que han estado los niños. Los chiquilines están buenos; Adolfito es lindísimo y no puede darse un niño más vivo ni de mejor carácter”. Una prueba de cuántas cosas Delfina debió vivir en absoluta soledad, sin interferir en absoluto en las decisiones de su marido más allá de que por su formación y carácter no dejó de decirle sus opiniones.
En la casa de la calle San Martín preservó la intimidad, a pesar de ser la residencia presidencial, y supo mantener la vida familiar, que fue cortada cuando Mitre partió a hacerse cargo del Ejército de la Triple Alianza. Desde siempre la mesa estaba pronta a recibir amigos, y según Adolfo Mitre era famosa su típica y nutritiva mazamorra. Era este un plato que comenzaba a desterrarse de las mesas de buen tono, y con el que muchas veces agasajaba a Domingo Faustino Sarmiento –cuando no tenía motivos de polémica con su marido–, lo que el sanjuanino agradeció hasta con “El poema de la mazamorra”.
Cuando Mitre dejó la presidencia, Delfina estuvo junto a su esposo en los días iniciales de La Nación, colaborando para ordenar la contabilidad, encontrar colaboradores, con traducciones y con cuanto estaba a su alcance. Fue una persona de consulta en muchos casos cuando su marido cumplía funciones en el exterior o cuando estuvo preso después del combate de La Verde, de 1874.
En 1870, el matrimonio perdió en Río de Janeiro a su hijo Jorge Mariano. Al año siguiente, Mitre viajó al Brasil y comenzó los trámites para repatriar sus restos. En una carta, a poco de llegar, apuntó: “Lloré sobre la tumba de mi hijo Jorge, lo lloré por mí, que lo perdí para siempre, pero más que por mí, por él, que se perdió a la vida de las esperanzas en la flor de la edad, y por su inconsolable madre que lo llorará mientras viva”.
La correspondencia íntima de Mitre con Delfina presenta interesantes aspectos sobre la vida política, personajes y episodios, ya que, escrita en confidencia, resulta un valioso aporte a la historia social de una época. No falta tampoco la nota de color, cuando le dice que se encuentra bien porque todas las mañanas toma soda, y que la “soda-water” era furor en Río de Janeiro, o preocupación de ella por su salud, las jaquecas, los resfríos y hasta las comidas.
Un contemporáneo afirmó que la conversación de Delfina “era seria y amena a la vez, con ocurrencias ingenuas, su estilo epistolar natural y elegante, y los escritos de carácter literario llevan el sello de la observancia propia y de la originalidad espontánea”.
Delfina de Vedia falleció el 6 de septiembre de 1882. Sus exequias en la Recoleta pusieron en evidencia que había muerto una de las mujeres más cultas de Buenos Aires, generosa en su caridad silenciosa al prójimo y abnegada compañera en las alegrías y los infortunios por cuatro décadas en la vida de Mitre.
Zelmira Garrigós, una niña que vivía enfrente, la describió así: “Una señora encantadora de ojos celestes y dulces, era fina, bondadosa, modesta y poetisa. Yo la veía a menudo porque mi madre me mandaba a llevarle cartuchos de papel llenos de jazmines de diamela”. Así como el perfume perdurable de estas flores, que el perfil de Delfina Vedia de Mitre sirva de inspiración a las mujeres que deben acompañar a la clase política o dirigente en todos los tiempos.
Presidente de la Institución Mitre