Del sueño oficial a la pesadilla delta
El avance de la nueva cepa de coronavirus, junto al bajo porcentaje de argentinos vacunados con dos dosis, entraña un serio riesgo para las perspectivas económicas y las chances electorales del oficialismo
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Durante la campaña previa a su triunfo electoral en 2019, Alberto Fernández se autodefinía como “un tipo común”, que entendía los problemas de la gente y que iba a “ordenar el caos”. Hasta abril o mayo del año pasado, muchos argentinos le creyeron. Desde entonces, su valoración positiva sufrió en la opinión pública una caída de 40 puntos, un descenso que no registra antecedentes en tan pocos meses de gestión de un presidente argentino.
Hasta dirigentes que se reconocen parte de lo que alguna vez se dio en llamar “albertismo” exhiben inquietud por los recurrentes extravíos y exabruptos del Presidente en sus últimas apariciones públicas. Uno de los más recientes se registró cuando, desaliñado y a los gritos, ironizó sobre la posición de quienes, según él, “ahora nos reclaman la segunda dosis del veneno”, en referencia a la vacuna rusa y a las críticas que en su momento le formulara Elisa Carrió.
El primer mandatario sigue sin dar muestras de entender que, en política, el primero que se enoja pierde. Su nerviosismo puede explicarse por el explosivo cóctel que podría signar el próximo proceso electoral. El peor escenario para la coalición oficialista es hoy algo más que una mera hipótesis: profundización simultánea del descalabro económico y de una pandemia que, con la llegada de la tercera ola de Covid y de la variante delta a la Argentina, estaría lejos de ser resuelta.
La apuesta del oficialismo es que el segmento de la ciudadanía que normalmente vuelca una elección en favor de unos o de otros vea en la pandemia la explicación de sus penurias económicas. “Esperamos que la gente entienda que, a los tres meses de asumir Alberto, la economía sufrió un paro cardíaco por el coronavirus”, señala un allegado al Presidente.
La otra apuesta de los estrategas del oficialismo es machacar con menciones a Mauricio Macri, intentando explotar su alto nivel de imagen negativa y sus errores no forzados, como cuando dijo que el Covid era poco más que una gripe o cuando le confesó a Juana Viale que, durante sus primeros años en la presidencia de la Nación, llegaba a la quinta de Olivos a las 7 u 8 de la noche y se ponía a ver Netflix.
Prácticamente todos en Pro reconocen a Macri como un líder del espacio, aunque no pocos dirigentes también lo ven como un jarrón chino al que no se sabe dónde ubicar. Con todo, el expresidente hizo días atrás una contribución que fue poco destacada: reconoció que si este año tuviera que ser candidato se estaría ante “un enorme fracaso de Juntos por el Cambio”. Claro que a algunos de los hombres de Horacio Rodríguez Larreta les gustaría que Macri diera otro paso al costado para dejar la campaña en manos de quienes, a su juicio, podrían conducir a la coalición opositora sin tener que cargar con la mochila de los errores de la última gestión presidencial. En el medio de la hipotética disputa entre Macri y Rodríguez Larreta, y su correlato en las incipientes batallas entre Patricia Bullrich y María Eugenia Vidal en la Capital o entre Jorge Macri y Diego Santilli en el distrito bonaerense, irrumpió el radicalismo con la figura del neurocientífico Facundo Manes.
Las operaciones con manipulaciones de datos de encuestas y las bravuconadas de no pocos dirigentes con más ínfulas que votos estarán a la orden del día en los próximos días. Pero, en el fondo, son muy pocos los que desean en Juntos por el Cambio una competencia interna en las PASO. La mayoría de los gestos y acciones no son hoy más que rodeos y artificios tendientes a lograr la mejor posición posible en una lista de unidad. Entre otras razones, porque una lucha interna en la provincia de Buenos Aires exigiría en las elecciones primarias abiertas un mínimo de 50.000 fiscales para cada lista, en virtud del proyectado aumento de lugares de votación para satisfacer la necesidad del distanciamiento social.
Entretanto, unos y otros intentan imprimirle una cuota de dramatismo a la inminente carrera electoral. Desde Juntos por el Cambio se viene señalando que el kirchnerismo está a siete diputados nacionales de convertir a la Argentina en Venezuela. Y una treintena de intelectuales, encabezados por Santiago Kovadloff, Beatriz Sarlo, Juan José Sebreli y Daniel Sabsay, llamó días atrás a la oposición a “deponer mezquindades y personalismos estériles”. Pareció una convocatoria a evitar la confrontación interna, aunque esta no debería necesariamente ser mal vista si existiera un acuerdo para que quienes pierdan acompañen a los ganadores. La historia electoral argentina está llena de ejemplos donde la competencia interna potenció a las coaliciones opositoras, tales como la interna entre Carlos Menem y Antonio Cafiero, en 1988, o la que protagonizaron Fernando de la Rúa y Graciela Fernández Meijide, en 1998.
El Frente de Todos no tiene menos interrogantes, en especial porque no pocas encuestas muestran a sus eventuales postulantes a diputado nacional en la provincia de Buenos Aires –Victoria Tolosa Paz, Fernanda Raverta, Luana Volnovich– lejos de los porcentajes alcanzados por esa misma coalición en 2019. Es un secreto a voces en el cristinismo que el actual ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, mide mejor que el resto de los potenciales candidatos oficialistas. El problema es que Berni no solo ha expresado sus discrepancias con su par de la Nación, Sabina Frederic, sino sus insalvables diferencias con el gobierno nacional en general. Alberto Fernández solicitó tiempo atrás su renuncia, pero su pedido fue desoído por Axel Kicillof y por Cristina Kirchner. ¿Cómo le caería a la Casa Rosada que Berni terminara siendo primer postulante a diputado nacional?
De todas formas, el mayor inconveniente del oficialismo no pasa hoy tanto por la elección de sus candidatos como por el desencanto de la ciudadanía con la gestión del gobierno nacional. Los dirigentes de la coalición gobernante capaces de analizar con mayor ecuanimidad el escenario admiten que prevalece el enojo en la amplia capa de sectores medios independientes que fue clave para definir las dos últimas elecciones presidenciales. Esperan revertir tal situación con la ayuda estatal en los sectores más pauperizados y con la suba del mínimo no imponible de Ganancias en los grupos medios y medios altos. El mayor problema que reconocen pasa por cómo seducir a los monotributistas y a los trabajadores informales.
Es complicado remontar una situación que da cuenta, con datos oficiales, de que unas 16.000 pymes cerraron en 2020 desde el desembarco del Covid. Una cifra que la Confederación Argentina de la Mediana Empresa ha elevado a 41.000 pymes y 90.700 locales.
Los sueños de reactivación económica se convertirán en pesadillas si se confirma que la circulación comunitaria de la variante delta del coronavirus –60% más contagiosa– estaría a la vuelta de la esquina, con apenas un 8,6% de argentinos vacunados con dos dosis y con más de 6 millones que vienen aguardando angustiosa e infructuosamente la segunda dosis de la Sputnik V.
No menos daño a las expectativas causa el informe de la consultora Morgan Stanley Capital International (MSCI), que calificó a la Argentina como standalone, dejando al país fuera del radar de los inversores internacionales, como si se convirtiera en un NN para el resto del mundo. Algo equivalente a un equipo de fútbol que queda fuera de todas las divisiones y ni siquiera puede competir en la Primera D. Un indicador más del aislamiento internacional, al que está llevando una política exterior irresponsable que inmoló al gobierno argentino detrás de regímenes despóticos como los de Venezuela y Nicaragua.