Del relato K a la conversación política
El Gobierno no construyó aún un discurso que ocupe el espacio que dejó vacante el relato K; ante la necesidad, quizá pueda crear el marco para reemplazar el estilo vertical de la etapa anterior por otro polifónico y horizontal
Mauricio Macri ha alcanzado un logro del que no se habla lo suficiente: la extinción del kirchnerismo como discurso. La neutralización del capital simbólico del gobierno anterior resulta la principal conquista comunicacional de la gestión actual. No es mérito exclusivo del Gobierno: el kirchnerismo ayudó, y mucho. Los gobernadores e intendentes peronistas que dialogan con el oficialismo, la división del bloque del FPV en el Senado y el acompañamiento de medidas gubernamentales por parte de referentes K son hechos que responden más a las heridas que infligió en ellos el gobierno anterior que a la adhesión a la gestión de Cambiemos.
Tan importante como esto es la caída abrupta del prestigio comunicacional de las figuras del kirchnerismo residual. A esto se suman los íntimos del poder involucrados en casos de corrupción de gran impacto mediático como Ricardo Jaime, Cristóbal López y Lázaro Báez y sus cómplices. Que esto suceda es lógico: el kirchnerismo fue un relato de poder. La modificación del marco de acción de las fuerzas políticas, los poderes del Estado y los medios de comunicación introducida por el macrismo altera drásticamente las reglas de distribución del prestigio y la licencia para actuar. El periodismo tiene ahora más facilidad para completar sus investigaciones y mantenerlas en la agenda. Se escuchan voces antes silenciadas y al revés.
Sin embargo, en estos primeros cuatro meses de gestión apenas pudo Macri empezar a cubrir el vacío dejado por el relato kirchnerista, que fue la comunicación política más consistente, más verticalista y con más recursos del ciclo democrático. Efectivamente, el relato se mantuvo en el tiempo y penetró varias capas del sentido común colectivo. Por más de una década no pudieron contra él ni la oposición, ni los medios, ni las corporaciones, ni los tres juntos. Cuando la propaganda es poderosa, aun los medios críticos terminan reproduciéndola y trabajan secretamente a favor del statu quo.
Por estos días se habló a favor y en contra de la necesidad de construir un nuevo relato que sustituyera al extinto relato kirchnerista. ¿Empezó siquiera a narrarlo Macri? Quizá crean el Presidente o sus asesores que no es buena cosa contar la historia de hacia dónde vamos. La clara mayoría de la población, según los sondeos, acompaña las primeras medidas: la baja de las retenciones, la salida del cepo, la modificación de Ganancias, la negociación con los fondos buitre. ¿Necesitan, entonces, de un relato?
Los que más añoran un discurso cargado de conflictividad e ideología explícitas son las víctimas indirectas del discurso kirchnerista: los intelectuales K. Son una minoría, abandonada por casi todos, que se tomó en serio la resistencia en las plazas y en las redes sociales. Con una susceptibilidad que los opositores al kirchnerismo no alcanzaron en diez años de humillación y con un lamentable empobrecimiento de los argumentos, reducidos a falacias o insultos en muchos casos, pueden, sin embargo, constituir un contrapunto lúcido e idealista que el macrismo debería monitorear. Bien podrían ser lo más aprovechable de la era anterior.
Por ahora, a Macri se le fueron las energías en la gestión y en desmontar el relato. Pero es inevitable guiar con el discurso las expectativas y generar confianza, construir coherencia conectando las medidas concretas con las metas de largo plazo. De no hacerlo de forma sistemática y profesional, el marco de referencia para las interpretaciones de la opinión pública lo pondrán los otros enunciadores, incluyendo el kirchnerismo residual. Si el Presidente no sabe esto por la historia, lo sabrá por empresario: la estrategia sin discurso no encarna en la cultura de la organización. La gente pronto verá en las medidas de gobierno sólo decisiones coyunturales, inconexas y en general tendientes a saldar deudas con diversos sectores poderosos, al tiempo que relegan para más tarde las medidas populares. Una función central de la comunicación política es unir los puntos para mostrar el diseño, no visible al ras del piso, pero sí desde arriba.
Es necesario articular las voces de los distintos enunciadores, preparar y pautar la secuencia de las medidas de gobierno más complejas (algo que se hizo muy bien con el levantamiento del cepo, pero muy mal con la modificación de Ganancias), ubicarlas en un calendario que facilite su recepción (en lugar de anunciar el tarifazo en el momento de los apagones de la energía eléctrica). El discurso de Macri ante la denuncia de vinculación con empresas offshore mostró una estrategia contundente (anunció una ley con un organismo de control, la creación de un fideicomiso para sus bienes y su presentación ante la Justicia), pero llegó tarde.
Si la idea de relato no gusta en Cambiemos, no por eso el relato dejará de acompañar al Gobierno, aunque no sea él el narrador. Pero quizás otra idea pueda ser más aceptable: la de la necesidad de establecer un marco, un encuadre para canalizar las entrevistas y conferencias de prensa de los ahora múltiples voceros del poder. Ese frame vincula cada discurso y cada acción con los objetivos de largo plazo. Éstos ya fueron propuestos por el Presidente en el tramo final de la campaña y en el discurso de asunción: la unión de los argentinos, la lucha contra el narcotráfico y la pobreza cero. Se ha dicho ya que son irrealizables, pero tal vez ocupen el lugar de la visión en una empresa: un horizonte hacia el cual avanzar. Si no van acompañadas de un discurso, la formulación de estas ideas fuerza puede jugarle en contra al Presidente. Por ejemplo, ¿cómo se compatibilizaría con los despidos la afirmación de que la creación de empleo productivo es el camino para erradicar la pobreza? Esa aparente contradicción requiere de discurso. Hace falta explicar la relación de esto de ahora con los que viene después.
En la comunicación, sólo una parte es el contenido. La otra es la relación. El discurso político contiene también una propuesta de vínculo. Si no es relato, entonces el discurso macrista es conversación. Se trata, efectivamente, de una producción plural, polifónica, en la que la voz única es reemplazada por la de los equipos de gobierno. Un coro al que se invita a sumarse a los gobernadores e intendentes, a los políticos y a los líderes sociales de otros sectores, que bien pueden compartir una conferencia de prensa después de una reunión. La conversación implica el fortalecimiento del Congreso como lugar de deliberación. Un contexto de negociación y debate tenso, de avances y retrocesos, de articulación horizontal entre fuerzas políticas, funcionarios y personalidades muy distintas requiere más comunicación y no menos que el gobierno vertical de la etapa anterior. Más comunicación no violenta, más conversaciones complejas. Macri podría ser el moderador de una nueva etapa de la Argentina en la que la política se entienda como una conversación, a la que sean invitados a participar, en primer lugar, los que no han tenido acceso al discurso público.
Director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral