Del museo imaginario al museo virtual
Por Antonio M. Battro Para La Nación
"Un crucifijo románico no era originalmente una escultura, la Madonna de Cimabue no era un cuadro, tampoco la Palas Atenea de Fidias era una estatua". Así se expresaba André Malraux al iniciar su obra magna sobre el Museo Imaginario. ¿A qué se refería? Nada menos que a la metamorfosis que padece la obra de arte cuando se transfiere de su sitio original al museo. En el museo cambia el significado primigenio de la obra y adquiere otro valor, insospechado -y tal vez no querido- por su propio autor. Y, sigue Malraux, " los museos han impuesto al espectador una relación absolutamente novedosa respecto de la obra de arte". "El museo separa la obra del mundo ´profano´ y la acerca a otras obras opuestas o rivales. Es una confrontación de metamorfosis."
En occidente tenemos apenas dos siglos de cultura de museos, en oriente menos aún. Pero ya nada es igual cuando la obra entra al museo. Exige un aprendizaje especial. Y los educadores no pueden desaprovechar esta oportunidad. Muchos museos se han convertido en verdaderas escuelas de arte para todos. Y los visitantes del museo son cada vez más numerosos. Se cuentan por millones los del Louvre, el más grande del mundo ¿Quién podrá recorrer sus 4000 pinturas, 2 500 esculturas, 10 000 objetos de arte y 144 000 antigüedades? La mayoría no están siquiera expuestas. Pero su tesoro inagotable puede difundirse por arte de magia gracias a la reproducción. Como decía Malraux, "se ha abierto un museo imaginario que empujará hasta el extremo la incompleta confrontación impuesta por los museos verdaderos. Respondiendo a éstos las artes plásticas han inventado su imprenta". ¿A qué invención se refiere? A la fotografía en blanco y negro o en color y, deberíamos agregar ahora, a la imagen digital y a la realidad virtual.
En definitiva, sabemos que toda obra de arte original puede tener su "doble" en el espacio de la imagen visual, en una reproducción de altísima calidad. La virtud de la imprenta fue permitir que la imagen se difundiera sin límites de lugar y de tiempo. El "museo imaginario" de Malraux era esa colección infinita de reproducciones a disposición de la humanidad, pero siempre limitada al espacio restringido del catálogo, del libro, del afiche. Ahora la tecnología digital nos permite cambiar con facilidad de escala, pasar a una reproducción de igual, mayor o menor tamaño que el original. Esto es lo que sucede con el museo virtual. No es la prolongación del museo imaginario, tampoco es una réplica digital del museo real. Es algo absolutamente diferente.
También son otros sus visitantes. Son visitas virtuales, remotas, de personas venidas de todas partes del mundo que van al museo virtual a aprender y gozar, que pueden copiar sus cuadros, mover sus esculturas , comprar sus libros y catálogos y obtener una información siempre disponible y actualizada. En algunos casos esas visitas virtuales superan en número a las reales. Seguramente también abren el apetito del visitante remoto para que se acerque un día a "tocar lo que ha visto" de lejos, en su pantalla doméstica, desde internet. Muchas veces una foto es el origen de un viaje, se dice. ¡Cuánto más una visita detallada por un museo que está activo en la red! Algunos educadores han comenzado a organizar estas visitas virtuales con gran éxito.
Como todos sabemos el museo era la casa olímpica de las musas, de Erato, Euterpe, Calíope, Clío, Talía, Melpómene, Terpsícore, Polimnia y Urania, hijas de Zeus y de Mnemosine. El museo virtual tiene también su propia musa. La recién nacida se llama Dactilia es una musa digital, tiene infinitos dedos. Los mortales no podemos contar sus dígitos y las artes de todas las épocas la celebran incesantemente en cuadros,esculturas,joyas,íconos, y vestidos. Todos esos dedos, oran, acarician, abrazan y juegan un juego sin fin. Es el juego de Dactilia, el de la belleza divina, que ilumina el museo virtual.
El autor es doctor en medicina y en psicología experimental. Es consultor en eduación y nuevas teconologías