Del Ego al Eco: la evolución de conciencia individual para crear una cultura de colaboración
Cada vez es más evidente que los resultados de un grupo o una organización dependen de las personas que la componen, y de la manera en que éstas se relacionan y trabajan juntas. La colaboración hoy es un imperativo para, entre otras cosas, responder en forma ágil a la volatilidad y la aceleración del contexto. Se habla y se escribe mucho acerca de cómo obtener esta cooperación, de cómo lograr que los individuos colaboren entre sí. Sin embargo, en la misma formulación está la trampa: nadie puede liderar este cambio desde afuera. Abraham Maslow decía que para que una persona cambie es necesario que cambie su consciencia de sí mismo. Para cooperar genuinamente, primero tenemos que tomar consciencia de que no estamos aislados, sino que somos parte de un sistema mayor dentro del cual estamos conectados con otras partes que también lo integran, a las que afectamos y nos afectan. De la apertura y la calidad de nuestra consciencia de interconexión va a depender la calidad de nuestras interacciones, y por lo tanto la calidad de los resultados colectivos que podamos lograr.
Estamos despertando a una nueva consciencia de integración que excede al ámbito laboral. Otto Scharmer y Katrin Kaufer, en su libro Teoría U: Liderando desde el futuro a medida que emerge (2013), describen esta transición como un upgrade del EGO al ECO, un viaje a través del cual vamos recuperando nuestra interconexión intrínseca con los demás, la sociedad, el planeta y el mundo, que se puede resumir así:
Cuando tomamos decisiones, cuando actuamos, ¿somos conscientes de a qué le estamos prestando atención? ¿Desde dónde estamos viendo una situación o una oportunidad? ¿Qué miramos cuando establecemos metas y prioridades? La perspectiva EGO nos hace enfocarnos en lo que es bueno para nosotros mismos, en nuestro propio beneficio, en lo que nos puede servir para tener más poder o influencia, ganar más, ser más exitosos y reconocidos. Si miramos alrededor es para saber qué nos aportan los demás o cómo podemos dirigirlos y controlarlos para alcanzar nuestras metas. Este marco angosto tiene su costado sombrío: muchas veces nos sentimos solos, aislados en el silo, impotentes, víctimas de fuerzas que nos trascienden. Tampoco nos damos cuenta de qué manera esta necesidad de ser protagonistas y competir con otros afecta negativamente el flujo de trabajo y la energía del grupo.
Desde la consciencia ECO, en cambio, nos percibimos incluidos en una red de relaciones complementarias sostenida por un propósito en común. Los límites entre nosotros y los otros dejan de ser zonas de separación y se vuelven zonas de conexión, espacios permeables, puentes por donde transitan energías, información, servicios, experiencias, reciprocidades. La consciencia de ser interdependientes nos estimula a ponernos en los zapatos de los otros involucrados y a ponernos a su servicio "con la cabeza, el corazón y las manos", como dice Scharmer, entendiendo que su bienestar y su evolución contribuyen al nuestro y al del todo.
Como dijimos antes, el proceso de apropiarse de los beneficios de la cooperación va de adentro hacia afuera, en un proceso de toma de conciencia de la interconexión. Cuantas más personas estén atentas a su calidad de observación y actúen desde la consciencia holística, la cultura se va a volver más colaborativa. De este modo, el rol de las personas que lideran cambios pasa a ser el de potenciador de este upgrade de conciencia, generando y nutriendo el terreno donde puedan germinar las conexiones, facilitando el apoyo, el tiempo y los espacios necesarios para pensar, dialogar y crear colectivamente el futuro que queremos habitar.