Del desencanto a la incertidumbre
Mientras el Gobierno se victimiza y traslada culpas, su relato se resquebraja ante una realidad con problemas fundamentales no resueltos; la desconfianza social puede llevar a la parálisis o generar un potencial creador y transformador
Por Diana Kordon, Lucila Edelman, Darío Lagos
Con el discurso del ajuste del martes 4 de este mes –al que se sumó anteayer un nuevo y duro mensaje –, la Presidenta volvió a ocupar el centro de la escena. Lo hizo necesitada de unificar sus propias fuerzas y reforzar el discurso oficial, ante la escapada inflacionaria. Su ausencia, como contrapartida de un protagonismo sobreactuado, incidía en la sensación de falta de referente. Su retirada transitoria a un segundo plano había sido sustituida por la presencia de algunas figuras que decían y se desdecían en función del internismo y de su propia desorientación.
Reproduciendo un estilo que la caracteriza, con una actitud de culpabilización amenazante, Cristina Kirchner reforzó los calificativos que ya habían esgrimido los funcionarios de su gobierno sobre quienes denuncian la pérdida del poder adquisitivo y osan pedir aumentos de sueldos o cortar calles en defensa de sus derechos.
Lo que durante años se podía visualizar como telón de fondo, adquirió en los últimos meses la fuerza de figura, quedando expuestos en primer plano los problemas estructurales que el "modelo" profundizó. Asistimos hoy a las consecuencias sin anestesia de una política que, lejos de encarar un proyecto nacional y a favor de las grandes mayorías, reforzó los lazos de dependencia y el papel de los monopolios exportadores de la producción agrícola, la acumulación y extranjerización de la tierra en pocas manos y no impulsó el desarrollo de una verdadera industria nacional.
Fue esta política la que condujo a la crisis actual, en la que aplican un ajuste ortodoxo con las características neoliberales que tanto han criticado.
En una sucesión que parece no tener fin, hemos vivido la crisis de las policías provinciales y las "zonas liberadas" con su saldo trágico de muertes, la irrupción pública del narcotráfico con sus lazos visibles e invisibles con sectores del Estado, los cortes de luz prolongados que alteran la vida cotidiana, principalmente en la Capital y zonas del Gran Buenos Aires, una inflación descontrolada que afecta diariamente el precio de los alimentos y que se realimenta con la devaluación.
El nombramiento de Milani, a pesar de las denuncias sobre su responsabilidad personal en el accionar genocida, forma parte del inevitable sinceramiento de la política del Gobierno. Esta decisión se comprende mejor con los posteriores nombramientos del área de inteligencia, que muestran claramente un reforzamiento de los sistemas de control y espionaje que ya habían emergido con el llamado Proyecto X. Con las fuerzas armadas y de seguridad mirando hacia adentro todos estaremos controlados, al estilo Orwell.
El aumento del 11% a los jubilados por cobrar un mes y medio después parece una burla. La utilización de los fondos de la Anses para intentar regular el precio del dólar crea una oportunidad de especulación financiera a los sectores sociales de altos ingresos.
Mientras, el Gobierno culpabiliza y amenaza a los asalariados y a aquellos provenientes de sectores medios o de bajos recursos, que buscan en la compra de pequeñas cantidades de dólares una forma de resguardar mínimamente el producto de su trabajo.
Los voceros del Gobierno se victimizan. Acusan al "poder" como si ellos nada tuvieran que ver con él, como si no fueran un grupo de poder que disputa con otros sectores del poder económico y no tuvieran el instrumento que da el ser gobierno para tomar las medidas necesarias que permitan saldar la crisis a favor del pueblo.
No podemos hablar de un terremoto, pero la sensación de que el piso no está firme produce un fuerte desapuntalamiento subjetivo. Desde ya la situación no es la misma que la de la hiperinflación de fines de los 80 o de la profunda crisis de 2001, que implicaron enormes padecimientos sociales y arrasaron con dos gobiernos. Pero esas experiencias traumáticas dejaron su impronta e inciden en los sentimientos angustiantes que nos atraviesan.
Sin embargo, la incertidumbre no es pura fantasía o repetición traumática; se apoya claramente en el principio de realidad. El conjunto de la situación objetiva, la pérdida del poder adquisitivo y el riesgo de inestabilidad de los puestos de trabajo generan la base material que hace caer el andamiaje encubridor y sostiene los temores y la incertidumbre sobre lo que vendrá.
Con la irrupción de la crisis económico-social se ha diluido el efecto organizador del accionar del Gobierno sobre la subjetividad. El tan mentado "relato", desde la percepción de anhelos populares montaba una explicación que supuestamente daba cuenta de un antes, un presente y un futuro. Nos proponía una ilusoria plenitud, con una épica que daba por realizados nuestros sueños y tenía cierto poder de encantamiento. Hoy nos encontramos con las hebras de ese relato. Los argumentos son tácticos y se dan en el día a día.
Este gobierno encantó a muchos con un supuesto proyecto que ahora perdió su maquillaje y dejó al desnudo los problemas fundamentales nunca resueltos. La fuerza del desencanto potencia la angustia de la incertidumbre.
En cualquier encuentro, hasta circunstancial, que hace a la sociabilidad básica, aparece como tema casi excluyente la crisis. Incertidumbre, desorientación, enojos, miedo a la pérdida de lo conquistado expresan con diversos matices las vivencias de desprotección social que acompañan las pérdidas materiales.
El estar "a oscuras" en un sentido literal y el no vislumbrarse se perspectivas de resolución de la crisis afecta violentamente todos los aspectos de la vida cotidiana y alimenta el creciente clima de desconfianza.
"¿Cuándo volverá la luz?"; "¿cuánto costará la carne?"; "¿a cuánto está el dólar?" son algunas preguntas desasosegantes que nos hacemos todos los días, que expresan la angustia subyacente frente al porvenir.
El agrupamiento espontáneo ante los cortes de luz, en la realización de "cortes de calles", por parte de sectores de capas medias, especialmente, muestra que ese tan criticado procedimiento surge como necesidad de romper la invisibilización y de compartir con otros para salir de la impotencia.
La incertidumbre es una de las vivencias subjetivas más angustiantes. La pérdida de brújula tiene un efecto desestructurante que moviliza sentimientos de indefensión y desamparo y, por lo tanto, dificulta la posibilidad de tomar medidas adecuadas ante una determinada situación. La vivencia de continuidad de nosotros mismos y de nuestra pertenencia a un conjunto se apoya en ciertos puntos de certeza compartidos. Esto no obsta a que el espíritu crítico nos demande cuestionar estas certezas y pugnar por configurar colectivamente nuevas significaciones y sentidos.
La cadena de frustraciones que inunda la sensibilidad popular excede ampliamente al gobierno actual. Después de la catástrofe social que significó la dictadura militar, todos los gobiernos posteriores generaron una secuencia de ilusión-desilusión que se mantiene hasta la actualidad. Una cuota de malestar, de insatisfacción es inevitable en determinados momentos, y las frustraciones son inherentes a las vicisitudes subjetivas de la pertenencia social. Pero estas frustraciones pueden ser toleradas y elaboradas en la medida en que sean vividas como necesarias en un camino por recorrer en función de un proyecto.
Muchas veces las quejas nos invaden y abruman. Efecto inevitable de ese lamento sin acción reparadora es la melancolización. El descreimiento no marca rumbos ineludibles. Puede deslizarse hacia la parálisis o la búsqueda de imaginarias salidas privadas. Puede también generar un potencial social creador y transformador. La respuesta social permite que no se privaticen la angustia, la impotencia y la indefensión. Tratar de comprender los hechos y los discursos, apreciar las líneas de fractura y actuar para transformar son construcciones colectivas que rescatan la subjetividad en una perspectiva de futuro. Vemos en el protagonismo expresado en prácticas sociales contestatarias y propositivas que hoy muchos parecen interesados en evitar una herramienta que permita sostener la potencia y pasar de la desesperanza a la esperanza.
© LA NACION
Los autores son médicos psiquiatras, psicoanalistas, miembros de Plataforma 2012
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