Dejen a la democracia en paz
Muchos dicen que Milei es un peligro para la democracia. Tal vez tengan razón: la violencia retórica y el discurso polarizante dañan la fraternidad cívica, indispensable para la convivencia ciudadana. Pero hace muchos años que los argentinos bebemos ese veneno y Milei no fue el primero en preparar el cocktail.
Por ahora, lo cierto es que Milei no propone ninguna reforma del sistema político y que varias veces ratificó su compromiso con el orden constitucional. Su autoritarismo es más gestual que sustantivo y de sus propuestas más extremas ninguna es viable: requieren mayorías que La Libertad Avanza no tendrá, o una reforma de la Constitución. Por otra parte, más allá del descontento generalizado con una democracia que sumió a la mitad de los argentinos en la pobreza, no hay razones para pensar que la sociedad convalidaría una salida autoritaria.
Lo que sí sabemos, en cambio, es que el peronismo ha tenido una convivencia incómoda con la democracia. Cuando estuvo fuera del gobierno apostó siempre por el caos: saqueos y paros generales contra Alfonsín, columnas movilizadas desde el conurbano para darle el último empujón a De la Rúa, 14 toneladas de piedras lanzadas contra un gobierno de JXC al que acusaron de ser una dictadura incluso antes de que asumiera. Si la democracia implica respeto por la voluntad de la mayoría, el peronismo no queda muy bien parado en el ranking.
Con los gobiernos K estas prácticas pasaron a una fase superior, dando inicio a un típico plan de transformación populista. Los recursos del Estado se usaron discrecionalmente para librar una guerra contra medios opositores, se distribuyeron beneficios a mansalva para cooptar a la sociedad civil y generar un aparato comunicacional propio, el Congreso se redujo a una escribanía vaciada de debate y se falsificaron estadísticas públicas bajo la jefatura de Gabinete de Massa. La ley de “democratización” de la justicia fue el clímax. De no ser por la Corte Suprema, la medida hubiera consagrado legalmente la subordinación de los jueces al poder Ejecutivo. La propia Cristina Fernández lo reconoció en un discurso: la democracia liberal es un invento del siglo XVIII que hay que dejar atrás.
Si Massa avanzará por la senda de una hegemonía forjada con transacciones, maniobras y operaciones maquiavélicas para anular a la oposición, no lo sabemos. Sus alianzas electorales y sus vínculos con las corporaciones no auguran lo mejor. Tampoco la presencia de los K en sus listas, a quienes deberá apaciguar con cargos, cajas y protección judicial.
A la luz de lo anterior, no deja de ser saludable que tantos argentinos se preocupen por la salud de la democracia, aunque convendría ser un poco más imparciales. Lo que se dirime en el balotaje es la elección entre un peligro potencial, encarnado por un gobierno que será muy débil, y el peligro real de un berlusconato que controlará ambas Cámaras. El que quiera hacer campaña por el ministro está en todo su derecho. Mientras tanto, dejemos a la democracia en paz.
Filósofo y politólogo