Dejar la magia para volver a las cifras
La publicación del primer índice confiable de pobreza en casi una década debería ser el punto de inflexión que permita dejar atrás los relatos para buscar soluciones en serio
El Indec anunció, finalmente, la tasa de pobreza en el país: 32,2% ¿Cuál es la noticia? La noticia es que existe nuevamente el Indec. Lo de que uno de cada tres argentinos es pobre lo sabíamos hacía rato. Por lo menos, los que nunca vivimos en Cristinolandia. Y es una noticia fundamental, la del Indec resucitado, porque permite volver a discutir sobre la base de datos y cifras después de 12 años de mentiras a medias y completas barrabasadas que asolaron el país.
Muchos dirán: ante una cifra de semejante magnitud, cualquier otra cosa pasa a segundo plano. Otros agregarán: alegrarse por el Indec es típico de un tecnócrata de corazón de piedra, de un insensible social. He allí la raíz de nuestro mal: no el kirchnerismo, sino el veneno populista que ha inoculado en la sociedad; el hábito naturalizado por años de venta de humo de discutirlo todo en el marco del relato, último capítulo de un libro que ha cumplido siete décadas desde su publicación original: “la leyenda del primer trabajador”.
Después de doce años en que el dinero entró en el país en carretilla gracias a la duplicación de los precios de nuestras exportaciones, ¿cómo no se les ocurre, muchachos, que el 29% de pobres que el kirchnerismo dejó en diciembre de 2015 y el desprecio populista por las estadísticas puedan tener relación? ¿Actúan con igual desprecio por las cifras y los datos los sensibles sociales cuando van al médico porque les duele la cabeza? ¿Le dicen: “Doctor, no quiero análisis de sangre ni radiografías, lo que tengo es muy grave para andarnos con fríos números, aplíqueme un tratamiento cualquiera y ya está”? ¿O en las cosas que realmente les importan, no la pobreza en el país sino su dolor de cabeza, actúan con racionalidad?
Para cualquiera que no sea un curandero, tener un número estatal confiable acerca de uno de los problemas centrales del país es un paso imprescindible hacia su solución. Extraño es que no lo reconozca esa secta delirante y festiva que hizo que debiéramos recurrir a estadísticas privadas mientras las cámaras del Congreso y las cadenas nacionales atronaban con el eslogan “El rol del Estado”. Sin embargo, tener a disposición datos confiables sirve de poco si no se los usa; si se sigue discutiendo sobre la base de leyendas, relatos y declaraciones de intenciones que carecen de verificación en la realidad. Acerca de la pobreza, en primer lugar.
El primer supuesto estadísticamente infundado pero mayoritariamente aceptado en la sociedad argentina es que la pobreza es fruto de ajustes económicos aplicados por gobiernos “ortodoxos” y “neoliberales” cuyo objetivo es aumentar el número de pobres. El impacto de esta teoría conspirativa en una sociedad habituada a las conspiraciones, como la nuestra, es devastador. Pero los datos no verifican la hipótesis.
No hay evidencia de que un gobierno haya intentado aumentar la pobreza deliberadamente. Por el contrario, la regla ha sido que, llegados al poder, los gobiernos argentinos –radicales, militares o peronistas– intentaron convalidarse empujando el consumo popular por medio de una “plata dulce” como las de 1946-1949, 1977-1981, 1991-1994 y 2003-2007. Esos períodos de fiesta se prolongaron hasta que los números no cerraron más y los respectivos modelos económicos entraron en crisis. Los grandes aumentos de pobreza corresponden a esos momentos de crisis, y no a un plan conspirativo. Y pueden ser administrados desde el Estado intentando direccionarlos con el menor impacto social posible, o por el mercado, instigado por un Estado que se lava las manos, evita cualquier recorte, emite pesos para pagar el déficit y hace que del ajuste se ocupe la inflación.
Por eso, el primer gran shock económico regresivo no fue en el 1976 dictatorial sino en el 1975 peronista, se llamó Rodrigazo y tuvo como consecuencia la inflación: 335% anual en 1975. El siguiente shock fue en 1981, con la caída de la tablita cambiaria de Martínez de Hoz, cuya consecuencia también fue inflacionaria: 131,3% en 1981 y 209,7% en 1982. Fue la primera vez que la pobreza en la Argentina llegó a dos dígitos. Siguió la hiperinflación: 4923% en 1989 y 1344% en 1990. ¿La pobreza? Un impresionante 47%, con 16% de indigentes, mucho más allá de todo lo que había hecho la dictadura y récord nacional. Hasta que llegó Duhalde.
Como producto del deliberado olvido de las cifras y el amor por leyendas y relatos, cuando se habla de pobreza todos los argentinos piensan en la Alianza. Pero la última medición del Indec durante 2001, en octubre, dio 38,3%. Para octubre de 2002, después de diez meses de gobierno de Duhalde y su equipo económico (De Mendiguren, Pignanelli y Remes Lenicov), había llegado al 57,5%. Tampoco subió en diciembre de 2001, ya que en su discurso de asunción de enero Duhalde denunció la existencia de “15 millones de argentinos por debajo de la línea de pobreza”, lo que correspondía al 39% de la población.
Ahora bien: pasar de 38-39% a 57-58% de pobreza implica 19 puntos porcentuales de aumento sobre 38 iniciales; es decir: más del 50% en un año; récord histórico mundial salvo casos de guerra civil, terremoto o tsunami. Ese mismo año de 2002, las ganancias de las 500 mayores empresas privadas del país subieron de $ 5356 millones, a $ 20.342 millones, con un incremento anual del 281%. Es que la masa salarial que pagaban siguió el ritmo de la devaluación y los salarios. Sólo un modesto aumento del 1,74%, en esas empresas, mientras en todo el país estaban congelados y sufrían un 40% directo de inflación. Paradojas del populismo sensible y renovador.
En cuanto a la “reducción de la pobreza mediante políticas públicas”, ningún dato la confirma para el caso del kirchnerismo. Por el contrario. La pobreza bajó más y más rápidamente con la convertibilidad que con el modelo nac&pop. A dos años, la diferencia era notable: de 100 pobres iniciales, quedaban 72 en la Argentina de Kirchner y sólo 45 en la de Menem. Y al final del período de cuatro años, la diferencia seguía existiendo, aunque era menos: 42 pobres en el primer caso, 35 en el segundo. Los datos de pobreza al final del menemismo: 26,7%, y al final del kirchnerismo: 29%, completan el panorama acerca del modelo nac&pop: lo hicieron peor que el efecto derrame.
Repasemos. Rodrigazo, caída de la tablita, hiperinflación, duhaldazo: es la inflación, compañeros. La inflación como método de recorte de ingresos populares característico del ajuste populista ha sido la gran generadora de pobreza en el país, y fue introducida como práctica por el mismísimo General. Más cifras: del 1,2% de inflación anual promedio entre 1900 y 1945 al 13,1% de 1948, al 31,1% de 1949, al 30% de 1950 y al desastre que siguió. Fue la inflación, no los intentos de salir del déficit con políticas estatales, cuyo ejemplo más exitoso fue el plan de austeridad aplicado en 1952 por Perón.
“Postergar lo que no sea imprescindible, renunciando a lo superfluo… Ahorrar, no derrochar. Economizar en las compras, adquirir lo necesario, consumir lo imprescindible. No derrochar alimentos. No abusar en la compra de vestuario… Evitar gastos superfluos, aun cuando fueran a plazos. Limitar la concurrencia a hipódromos, cabarets y salas de juegos”, propuso el General por cadena nacional. Y la compañera Evita lo secundó: “Cada mujer peronista será en el seno de su hogar centinela vigilante de la austeridad, evitando el derroche, disminuyendo el consumo e incrementando la producción”, dijo.
¡Qué bueno sería que el partido de los sensibles sociales se acordara de toda su historia y no sólo de lo que entra en la leyenda! Qué bueno sería que no recordaran solamente la fiesta peronista de 1946-1949, sino también el ajuste de 1952-1955. No sólo la crisis de 2001, sino también los diez años de menemismo de los que salió. No sólo el corralito de la Alianza, sino también el récord histórico nacional de pobreza y desocupación, que no corresponde al 2001 de De la Rúa sino al 2002 del “salvador de la Nación”. Ojalá abandonaran la leyenda y pasaran a las cifras, como cuando van al doctor. Y ojalá el primer índice confiable de pobreza del Indec en casi una década signifique un punto de inflexión en el aumento demencial de la pobreza que ha venido sufriendo el país desde que lo gobiernan payadores y guitarreros. Después de todo, como dijo Cristina, “sin números, hermano, no vamos a ninguna parte. No se gobierna el país con chamuyo y globito, sino con número y gestión”.