Dejar atrás los discursos compasivos
En una reciente entrevista, Carlos Teves, haciendo gala de una sinceridad poco frecuente en los medios televisivos, contó su historia escolar: "Fui hasta octavo, salí sin saber leer, aprendí de grande y hoy tengo dificultades para comprender lo que leo". En cambio, Juanita, una nena que está en primer grado, tiene un cuadernito donde escribe sus propias historias y como a veces invierte las letras y a su papá le da trabajo leer en voz alta lo que ella escribió, se enoja y lo acusa de no saber leer.
A Carlitos le crecieron alas en las piernas que le permitieron remontar vuelo por sobre el destino que la amalgama de Fuerte Apache y escuela habían construido para él. A Juanita a lo mejor le crecen alas en la imaginación y es de esperar que la escolarización no se las pode, pero sea como sea crecerá con un abanico amplio de recursos para poder definir su destino.
Estas dos historias ilustran muy elocuentemente los núcleos más duros de la problemática escolar argentina.
El primero y el más evidente es la desigualdad de los aprendizajes, que están claramente asociados al origen sociocultural de los alumnos. Carlitos viene de los arrabales iletrados y Juanita nació en una cuna universitaria.
El segundo elemento tan evidente como el anterior es la asociación entre injusticia e ineficacia escolar para cumplir el cometido de transferir por sí misma los instrumentos básicos de la cultura. Juanita vive en un medio que tiene una relación con la cultura letrada que la predispone naturalmente a aprender tanto a leer como a escribir. Juanita lleva a la escuela una relación con esos saberes que hace que su tarea sea una prolongación de lo que sucede a diario en su casa.
Carlitos fue un niño ajeno a toda relación con la cultura letrada. Con él, la escuela no pudo o no supo. En realidad, se trata de dos caras de la misma moneda: la desigualdad y la ineficacia en la enseñanza. La escuela argentina pareciera enseñar sólo a quienes aprenden casi naturalmente y es inoperante con aquellos que necesitan una acción contundente que los inicie en prácticas culturales que no provienen de su medio de origen.
Las conclusiones son casi obvias: las metodologías utilizadas en el ámbito escolar no son las adecuadas, no son las que permiten que todos los chicos aprendan. Las estadísticas muestran que son muchos los "Carlitos" que atraviesan su escolaridad primaria sin aprender a leer y escribir. Están ocho años disponibles para aprender y la escuela no les enseña a leer y escribir.
La escuela primaria debe retomar su función pedagógica, centrar sus esfuerzos en la enseñanza, enfocar la atención en los aprendizajes de los alumnos y abandonar las prácticas y los discursos compasivos para con los chicos pobres. No son ellos los que la han despojado de su potencialidad emancipadora para transformarla en un espacio de reproducción social. Sin duda, la escuela tiene que conocer y considerar las condiciones de origen de sus alumnos, pero no puede abandonarlos y someterlos a esa condición, sino, por el contrario, debe proporcionarles los instrumentos que les permitan desarrollar todas sus capacidades.
El ejemplo nos proporciona pistas sobre otra problemática escolar, la de lograr una escuela que genere condiciones para que a los chicos les crezcan alas. Todas aquellas que ya traen de fábrica y otras muchas que les pueda sembrar la escuela, como la curiosidad, la creatividad y la imaginación.
Tenemos que transformar nuestras instituciones inequitativas, cuyo cometido es llenar las cabezas de sus alumnos de contenidos poco significativos, en talleres de investigación, resolución de problemas, invención de ideas, creación de historias y producción de imágenes. Necesitamos niños y jóvenes que hagan ciencia, arte, matemáticas y literatura. Docentes capaces de acompañar a todos los chicos en la aventura de aprender.
Investigadora de Flacso, miembro del Club Político Argentino, coordinadora del Consejo Provincial de Educación Continua