Deconstrucción de la filosofía revolucionaria de Leo Fariña
Querían ficción y yo les di ficción." Siete palabras, solamente. Poco si las comparamos con la obra de otros pensadores de la talla de Leo Fariña. Y, sin embargo, condensan lo que posiblemente sea el mayor aporte realizado en la última década desde el campo de las ideas para la comprensión ontológica del kirchnerismo.
Olvidemos por un momento la banalización interesada de Fariña en tanto sujeto mediático (un episodio triste para quienes nos hemos consagrado al análisis de su pensamiento) y examinemos, en cambio, el sentido profundo de su obra, aquello que el filósofo nos ha querido decir con esas siete palabras luminosas por lo que revelan y revolucionarias por lo que proponen: "Querían ficción y yo les di ficción".
Vamos por partes. En primer lugar habría que decir, para entender desde dónde nos habla Fariña, que sería imposible comprender la profundidad de sus postulados si no valoráramos antes su carácter de pieza necesaria y superadora en el tronco evolutivo de la tradición filosófica occidental.
"Querían", nos dice el autor. Es decir, enuncia en primer término la existencia de un "ellos" que desea. El sujeto en Fariña ya no es un yo que confirma su propia existencia en tanto ser pensante, sino que su ser ontológico viene dado por el deseo. Existe un ellos, y la prueba de su existencia no es otra que su propio deseo.
¿Deseo de qué? Aquí viene la segunda parte del pensamiento del filósofo, quizá la más determinante y revolucionaria de todas. El sujeto que desea -y que en su deseo se reconoce como existente- no desea realidad sino ficción. Más aún: su existencia está sometida a ese deseo de ficción. Según Fariña, aquel que desea ficción es el que existe. Es decir, existe únicamente el ellos fariñano, asimilable según el caso al pueblo, o la audiencia.
¿Ven como el autor pone cabeza abajo y cuestiona en sus propias reglas todo el sistema de pensamiento de Occidente? El sujeto es el ellos, cuya existencia viene dada por su deseo, y que para ser requiere además de alguien que le provea aquello que desea, es decir, la ficción. Aquí aparece la noción del yo. Pero fíjense qué interesante lo que propone Fariña: ese yo no es una entidad autónoma sino que está allí para cumplir el deseo del ellos. "Querían ficción", dice el primer término del enunciado filosófico, y recién después aparece el yo, que ya no es el sujeto principal sino una entidad subsidiaria: "y yo les di ficción". He aquí lo revolucionario del pensamiento de Fariña y el punto que muchos no alcanzan a comprender en su justa dimensión.
Quien ofrece la ficción (el propio filósofo durante el reciente escándalo mediático; el Gobierno en forma permanente a través del relato) lo hace para cumplir con el deseo del pueblo, que encuentra en la satisfacción de ese deseo la realización de su ser.
¿Ven cómo todas las piezas encajan perfectamente? Para reducir a términos sencillos la complejidad que Fariña nos revela a través de su obra, deberíamos decir entonces, como conclusión lógica, que el pueblo existe gracias a la capacidad del relato kirchnerista de satisfacer las necesidades de ficción de los argentinos y las argentinas.
Otra conclusión lógica la aporta el ministro Lorenzino, en la misma tradición fariñana, cuando nos dice: "Me quiero ir".
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