Decálogo de los países ganadores y perdedores en la globalización
Las transformaciones que hay que realizar para dar vuelta la página requieren una mirada sistémica más allá de la coyuntura
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Hace mas de 20 años, invitado por la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), nos visitó Francesco Di Castri, un gran pensador sobre la globalización y la interacción entre la cultura y el desarrollo. Me encontré, por suerte, entre los pocos que mantuvo con él una relación intensa durante más de una década. Francesco, anticipadamente, advertía sobre la dinámica de la globalización, en la cual la capacidad de adaptación y visualización de las oportunidades podrían convertir a los países en ganadores o perdedores. Lo que sucedió en estos últimos 20 años solo será un activo si logramos aprender de los errores y rectificar el rumbo. La solución a nuestros problemas no solo depende de la estabilidad macroeconómica —aunque es indispensable y básica— o de qué moneda tendremos. Las transformaciones que hay que realizar para dar vuelta la página requieren una mirada sistémica más allá de la coyuntura, y un liderazgo que logre entusiasmar a las mayorías. El largo plazo es urgente. Repasemos con atención las recomendaciones de Francesco.
Para ganar en la globalización
Los países ganadores serían aquellos donde los gobiernos aprovechan la apertura para hacer cambios estructurales profundos en la función pública, los sistemas de educación, formación e investigación, los sistemas tributarios y de jubilación, y los servicios bancarios.
Muchos han propiciado un desarrollo específico y “sobre medida” a las características del país, evitando las simples imitaciones estereotipadas e ideológicas, tomando el ritmo de reformas que les era congenial y resistiendo, a veces, a las presiones exteriores, aunque sea de organismos de financiamiento internacional.
También han desarrollado los sectores tecnológicos de los servicios informáticos y financieros, y del turismo internacional, con el acento puesto en el marketing y el benchmarking.
Han invertido en capacitación, formación e investigación, dando énfasis a la calidad y a la selección, a la innovación, a la relevancia nacional de los resultados (incluso en lo que respecta a la evaluación estricta de carreras académicas, basadas ellas en la meritocracia) y a los contactos entres los sectores académicos y aquellos de la empresa privada. Es el desarrollo del capital social.
También fortalecieron la apreciación pública de la cultura de la empresa como base para el desarrollo de un país. Para afirmar la identidad cultural, se produjo una simbiosis de las tres culturas: literaria, artística e histórica; científica y tecnológica; y de la empresa y de la acción.
Se desarrollaron políticas económicas con una atención constante y permanente a los problemas del empleo, no a través del simple asistencialismo o la subvención a empresas no competitivas, sino con la formación permanente y una posibilidad de reciclaje hacia sectores en expansión (the enabling society). “Alfabetización al desarrollo”. Eventualmente, aprendizaje a distancia (e-learning).
Se avanzó en la descentralización, estatutos de autonomías administrativas y fomento de la gobernabilidad local (local empowerment), haciendo amplio uso de las nuevas facilidades proporcionadas por las tecnologías de la información. Flujos transversales, y no verticales y jerárquicos, de la información.
Se facilitó el principio de subsidiaridad, es decir, las decisiones tomadas al más bajo nivel jerárquico posible, en consideración al tipo de problema por resolver.
Se desarrolló una constante gradualización y contextualización de los cambios estructurales, teniendo en cuenta tanto la situación nacional como la internacional. Manejo adaptativo (adaptive management).
Además, realizaron grandes esfuerzos y mecanismos hacia la cooperación económica y política en el contexto de grandes agrupaciones regionales.
Perdedores de la globalización
Por otra parte, los países “perdedores” se caracterizan por la no aceptación y el rechazo político, social y cultural frente al cambio y a las aperturas o, por el contrario, por aperturas imitativas sin regulaciones, no específicas y no adaptadas al país en cuestión.
También por un exceso de confianza en el potencial para el desarrollo de sus propios recursos naturales no elaborados, atención inadecuada al progreso y capacitación de los recursos humanos, y al desarrollo del capital social.
Otras características de estos serían la inestabilidad política, las grandes brechas sociales y la marginalización poblacional. Además de guerras étnicas, riesgo de terrorismo y aumento de la criminalidad. Todo esto resultaría en una fuerte disminución de las inversiones a largo plazo y pérdida de atracción para el turismo internacional.
Otro problema sería el dirigismo excesivo del Estado, los planes de desarrollo rígidos y no adaptativos, la falta de escenarios alternativos de desarrollo, de visión del futuro y de contextualización en el mundo actual. Un asistencialismo sin opciones para el futuro.
A su vez, habría un centralismo de tipo jacobino o, por lo contrario, una descentralización regional con fines más políticos (centros de poder para caciques locales) con el objetivo de diversificar los sectores económicos, volverlos más específicos a la región y más competitivos frente a los retos de la globalización.
En estos casos las privatizaciones se llevan a cabo sin preparación adecuada o demasiado rápido. Y se dan grandes espacios de corrupción, los cuales —por cascadas sucesivas y por pérdida de confianza en las instituciones— llevan progresivamente a la degradación generalizada del civismo y de la solidaridad.
Se produce una excesiva uniformidad de los sectores de producción (el síndrome de “poner todos los huevos en el mismo canasto”) y, sobre todo, desarrollo insuficiente de los sectores tecnológicos y de los servicios. A esto se le suma la huida de capitales nacionales hacia el extranjero y la huida de cerebros (brain drain).
Por último, la degradación progresiva del patrimonio cultural (tangible y sobre todo del patrimonio intangible de las culturas, de los idiomas, de los sistemas de valores y de las trayectorias históricas) y natural (falta de conservación del patrimonio biológico y ambiental), además de una pérdida progresiva del sentido de una identidad nacional común, la que constituye la condición sine qua non para un desarrollo original, específicamente innovador y solidario.
Frente al cambio de gobierno y la necesidad de reformas profundas que no surjan de reacciones por oposición, comparto estas ideas que podrían alimentar una visión común y orientar las políticas públicas. La esperanza debe basarse en iniciativas concretas que resuelvan los problemas cotidianos, pero construyendo un futuro que entusiasme.