Debates necesarios y postergados
La educación argentina viene siendo objeto de fuerte atención en las últimas semanas a causa del operativo de medición de resultados. Este operativo desató un amplio debate que no se corresponde con la naturaleza de los problemas que enfrentamos en la educación primaria y secundaria. La Argentina mide resultados desde hace muchos años. Aplicamos dispositivos internacionales (OCDE/PISA), regionales latinoamericanos (Unesco/Serce), nacionales (ONE) y, en algunas jurisdicciones, se aplican mediciones locales. Muchas de las críticas al actual dispositivo se podrían aplicar a todos estos instrumentos vigentes en la década pasada. Sin duda hay que seguir midiendo y mejorando los instrumentos que utilizamos en la medición, pero con la información disponible es mucho lo que se puede hacer.
El problema no es medir, sino mejorar los resultados. El debate debería estar concentrado en estrategias para la enseñanza y el aprendizaje de la lectura y la escritura, de las matemáticas y las ciencias exactas y naturales, de los valores ciudadanos que promuevan adhesión a la democracia y a la justicia social. Nos debemos un serio debate acerca de la formación, carrera y las condiciones de trabajo de los docentes, que son la clave para políticas de mejora de la calidad. Asimismo deberíamos estar discutiendo públicamente la transformación de la escuela secundaria, las estrategias para la educación inicial obligatoria o las políticas para la incorporación de las tecnologías de la información.
El sobreactuado debate sobre la medición oculta la urgencia de estos otros debates sobre los cuales ya tenemos información suficiente o sobre las orientaciones de la actual política educativa. Resulta llamativo el silencio acerca del artículo que publicó el ministro de Educación hace unas semanas en el diario Clarín, donde postula la necesidad de terminar con propuestas de parches para el sistema educativo y dar un salto revolucionario hacia un modelo diferente, sugerido a través de la metáfora del "Falcon" y la "nave espacial". Más allá de la discutible metáfora, el punto más inquietante de su propuesta se refiere a las condiciones necesarias para dar ese salto: mayores inversiones privadas e inversiones extranjeras en educación. El artículo, en realidad, termina donde debería haber empezado. ¿Qué significa mayor inversión privada? ¿Será en desmedro de la inversión estatal? ¿Será orientada a la formación profesional o a la educación en general? ¿Qué significa inversores extranjeros en educación? ¿Compraremos paquetes enlatados de recursos didácticos para que los apliquen nuestros docentes? Si se trata de inversores, buscarán tasas de retorno atractivas. ¿Pondremos el lucro como pauta para el financiamiento de la educación?
No hay dudas de que la escuela y la educación necesitan cambios profundos. Pero la ausencia de un debate serio sobre estas transformaciones viene de lejos y no se soluciona con esloganes y discursos retóricos de defensa de la escuela pública. Gran parte de las ideas de transformación ya está en los proyectos de los educadores más progresistas de nuestra historia. Podemos volver a leer a Cousinet, Montessori, Washburne o Freinet. No se trata de sentimientos nostálgicos, sino de entender las razones por las que esas ideas no lograron penetrar en los sistemas educativos, particularmente en los segmentos del sistema al que acceden los sectores sociales más desfavorecidos. Las razones no son sólo pedagógicas, sino políticas.
Insisto: no hay dudas acerca de la necesidad de adoptar una política renovada de innovaciones educativas, exigida por el cambio en el papel del conocimiento en los procesos productivos y por el impacto de la globalización sobre la cultura y el desempeño ciudadano. Pero se necesitan cambios sistémicos que democraticen la capacidad de desarrollar innovaciones, particularmente aquellas destinadas a romper el determinismo social de los resultados de aprendizaje.
Abrir el debate sobre estos temas es necesario incluso para saber qué deberíamos medir en los operativos de evaluación. Si queremos mejorar los resultados a través de un sistema educativo basado en escuelas bien equipadas, maestros formados y con adecuadas condiciones de trabajo, diseños curriculares comunes elaborados con participación de los actores sociales involucrados, modelos de organización institucional que requieran el trabajo en equipo y mayores niveles de responsabilidad por los resultados, deberíamos medir variables muy distintas a las que mediríamos si queremos abandonar ese sistema y avanzar hacia un terreno desconocido donde el riesgo es que no solucionemos los problemas actuales y provoquemos otros de mayor complejidad.
Ex ministro de Educación