De una grieta a la otra, sin pausa y sin salida
“Tiene que haber tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”, decía Willy Brandt en 1958, cuando era alcalde de un Berlín dividido y que aún luchaba por resurgir después de la derrota de la Alemania nazi. Brandt tuvo una carrera política exitosa que coronó como canciller alemán entre 1969 y 1974, y mucho tuvo que ver en el desarrollo de uno de los países que pasó de la destrucción total a ser una potencia mundial, además de ser reconocido con el Premio Nobel de la Paz.
¿Por qué recordar esa frase de uno de los intelectuales más brillantes que aportó la socialdemocracia? Porque sintetiza lo que no se discute en la Argentina, donde todo parece ser a todo o nada, sin grises, o es estado o es mercado, donde alzar la voz, insultar, utilizar metáforas inapropiadas para descalificar al otro es moneda corriente. Esa es una de las peores herencias que nos dejan tantos años de populismo, donde lo único que creció fue el fanatismo político, porque los indicadores sociales y económicos no dejan de hundirse en un mar de fracaso arrastrados hacia el fondo con un ancla en el cuello que no permite asomar la cabeza para, siquiera, comenzar un tenue diálogo con quien piensa distinto.
La famosa “grieta” nos marcó durante casi dos décadas de la mano del fanatismo kirchnerista, todo debía ser como ellos pensaban, de lo contrario se pasaba rápidamente a ser considerado un “cipayo”, “traidor”; “derechoso” o “anti-pueblo”. También allí nacieron otros adjetivos como “la corpo”, para denostar al periodismo crítico. O imponían su voluntad con la fuerza del dinero público clientelizando la pobreza, con el avasallamiento de los medios públicos que oficiaban de jueces de aquellos opositores, no necesariamente políticos: podían ser jueces, periodistas, empresarios o simples ciudadanos de a pie, que podían ser expuestos de manera que rozaba la persecución. Es cierto, no llegamos a ser la Venezuela chavista, la democracia pudo más, pero los intentos por parecerse estuvieron a la orden del día, agazapados. Cuando tuvieron lugar y oportunidad, no dudaron en sojuzgar derechos y de utilizar el estado como un brazo partidario. Los populismos, cuando se descontrolan, suelen emparentarse con los fascismos, sobre todo cuando la defensa de hombres y dirigentes despóticos se vuelve irracional y baja a la conversación pública de esa manera. Porque fanatizar fieles no es una virtud de aquellos que creen en la democracia como modelo político superador.
Pero esa “grieta” que comenzaba a desterrarse, no por una evolución política sino por el fracaso del modelo de quienes la impusieron, que les hizo perder credibilidad y apoyo popular, está siendo rápidamente reemplazada por otra, la que propone el espacio libertario. Este nuevo intento de imposición de ideas y propuestas tiene características distintas en cuanto a su impronta ideológica, claramente contraria al kirchnerismo, pero es muy coincidente en los modos y comportamiento de su líder que, como sucedió con Cristina, sus seguidores adoptan e imitan, castigando y humillando a quienes piensan distinto o son adversarios o críticos del modelo libertario que genuinamente proponen. Esta nueva “grieta” está en construcción, se palpa, se vive, no solo en el debate de los políticos, sino que, al igual que la instaurada por el kirchnerismo, bajó a la calle, a los hogares, a las redes sociales. Pero tiene algo que la hace más preocupante. Esta resquebrajadura social, por motivos políticos, no está naciendo desde el poder político, con los recursos y favores que cuenta un gobierno en el estado, sino que nace y crece desde el llano.
No es casual, que al igual que Cristina Kirchner, que sometía con su prosa y señalamientos descalificadores a quienes se oponían al rumbo que su gobierno encaraba, el líder libertario, Javier Milei, lo haga del mismo modo, incluso peor, porque muestra modales y comportamientos totalmente repudiables, como llamar “mogólico”, a modo de insulto, al economista Roberto Cachanosky, que lo criticaba exponiendo con derecho su postura contraria, o “burra” a la periodista salteña Teresita Frías, por la calidad de su pregunta, hecha con respeto y profesionalismo. Pero también utilizando metáforas totalmente desafortunadas, en el mejor de los casos, comparando al estado con un pedófilo, al decir: “El Estado es el pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina”. Pudo encontrar mil maneras para criticar la presión fiscal o de pésimo funcionamiento del estado, desde su óptica, sin llegar a utilizar una comparación que banaliza la pedofilia. No es gracioso, ni siquiera parece ocurrente, es una desacertada y salvaje manera de expresar una idea, al parecer, cargada de odio. Pero también parece acorde de quien piensa que las mafias a diferencia del estado “tienen códigos y compiten”. Las mafias matan, secuestran, roban. Milei debería darse una vuelta por Rosario y ver los efectos de las mafias compitiendo al ver quien tira más cadáveres a la calle.
Pero el problema está en sus seguidores, que no criticaron esas actitudes y en muchos casos la celebraron, pudiendo separar una cosa de la otra: pueden votarlo porque les interesa su programa de gobierno, pero también repudiar estas actitudes. No sucedió. Ni siquiera se escuchó el rechazo de otros candidatos libertarios que posaron fijamente su mirada perdida en una pared para no ver esa realidad indecorosa que su líder exponía. Cuando a Milei se lo calificó de loco o de nazi, o a Mauricio Macri de dictadura, de modo injustificado y totalmente fuera de lugar, muchos alertamos que esos no son los comportamientos que una democracia exige. Fue así que en el caso de Milei los suyos reaccionaron con razón para defenderlo, pero no lo hicieron cuando los ataques desmedidos vienen de su persona hacia otros. Entonces imitan. Ahora aparecen los epítetos difamadores a los periodistas, a los que califican de “ensobrados” por criticar o informar algo que no les conviene o no les gusta, y eso los hace dependientes de una supuesta pauta de publicidad. Algo parecido vivimos con el kirchnerismo. No asusta, pero da mucha pena volver a caer siempre en las mismas acciones poco tolerantes. También hay agresiones a dirigentes políticos, pero no a todos por igual. Hay cuidado, por ejemplo, en no enojar a la burocracia sindical, a quienes al parecer consideran posibles aliados. Al mejor estilo del conductor de televisión Guido Kaczka, podríamos decir que algunos “son casta, pero no tan casta” como fue sumar al reservorio del último gobierno menemista. Como todo espacio político los libertarios también tienen sus preferencias y contradicciones respecto al mundo de la política. Tienen todo el derecho a tenerlas, pero claramente no desayunan agua bendita ni son transparentes por no tener pasado partidario en otras contiendas electorales. Varios de sus candidatos son o fueron funcionarios del peronismo.
Ojalá que esta nueva grieta no llegue para quedarse, ya padecimos la otra, que tuvo y tiene mucho que ver con el fracaso económico que padecemos. Al comenzar esta columna recordábamos la frase de Willy Brandt para entender que en la política se consigue más prosperidad en las zonas grises del diálogo que en los extremos intolerantes. Se trata de practicar y explorar mucho más las infinitas posibilidades que nos permite la democracia y lo que necesitamos es no obstruir sus caminos, porque de seguir así, agrietándonos una y otra vez, inexorablemente terminaremos todos encerrados en un mismo laberinto.