De refutaciones, Malvinas, integración y el futuro
En su editorial del diario Perfil, Jorge Lanata responde mi refutación sobre las Malvinas, publicada en LA NACION online la semana pasada.
Aunque me acusa de no entender una supuesta metáfora (que no existió) y de mi falta de talento para hacer chistes (lo que es absolutamente cierto), Lanata reconoce que "nadie ha ido preso por sus pensamientos", aunque advierte que "habrá que ver qué pasa cuando se aplique la Ley Antiterrorista". Temor con el que coincido, ya que fui de los primeros en hacer públicas advertencias en Página/12, aun antes de la sanción de esa ley.
También dice que leí su primera nota apresurado y sostiene que no entendí que él hablaba "de la política de la Argentina, y no de Cristina en particular (...) Quizá Giardinelli no lo notó, pero Argentina y Cristina no son lo mismo". Es claro que entendí perfectamente lo que acaso él escribió apresurado, pero, como eso en mi barrio se llama "chicana", para mí es asunto terminado.
Es una lástima perder tiempo en aclaraciones, pero en ninguna línea de mi artículo anterior, Lanata, ni nadie, podría seriamente pensar que, como "los argentinos", hablo "de las islas como si nadie viviera en ellas. Las Malvinas son una abstracción que nos enseñaron en el colegio; un lugar perdido donde no vive nadie". No pienso eso que, en cambio, quizás el colega sí piensa.
Para mí las Malvinas son un territorio histórica y geográficamente argentino que tenemos que recuperar pacífica y muy cuidadosamente, porque habitan allí personas a las que debemos integrar con mucha sabiduría, muchísimo tino y absoluto respeto. Ninguna abstracción.
Por eso cuando el colega da por hecho que "si los kelpers lo deciden, (los ingleses) comenzarán la discusión sobre la soberanía" y presupone que eso jamás ocurrirá, yo prefiero no discutir tal hipótesis para enfocarme, con argumentos y sentido común, en las preguntas que él sentencia que "nadie, ni el Gobierno ni la oposición ni Giardinelli parecen tener respuestas". Veamos lo que inquiere Lanata:
Pregunta 1: ¿Cuál sería la posición argentina frente a la supuesta decisión de "comenzar la discusión sobre la soberanía"?
Respuesta: la misma posición que ahora parece unir a nuestro país: garantizarles la paz; garantizarles el goce pleno de todos los derechos ciudadanos; garantizarles el respeto a su identidad y ciudadanía británicas, si es lo que desean mantener; garantizarles que no tendrán obligación de ser ni sentirse argentinos; garantizarles que así como cualquier ciudadano de cualquier nacionalidad puede habitar nuestro suelo, ellos con mucha más razón por sus fuertes lazos históricos y el respeto a su voluntad.
Asimismo, el gobierno argentino debería ofrecer la construcción y mantenimiento en las islas de un hospital y de un centro bicultural que trabaje para armonizar la cultura británica con la argentina y latinoamericana. Y sería bueno, además, proponer que empresas de nuestro país instalen pequeñas sucursales en las islas de marcas emblemáticas como Sancor, Arcor, Persicco o Banco Credicoop, por citar algunas.
Por supuesto que, para esto, deberíamos levantar la prohibición de desembarco de buques pesqueros con bandera malvinense, pero negociando una nueva fórmula compartida y controles conjuntos. A Gran Bretaña y a los isleños eso les conviene más que el conflicto. La paz siempre es mejor que el conflicto.
Preguntas 2, 3 y 4: "¿Pueden los kelpers decidir sobre su propio destino? Si recuperáramos las islas, ¿los tomaríamos como esclavos? ¿Ellos decidirían plebiscitar su destino frente a un pueblo que perciben como hostil?"
Sólo cabe responder la primera pregunta (las otras son chicanas y yo discuto desde la más absoluta seriedad: con ideas y sin ironías). Y la respuesta es que asumida la soberanía territorial argentina, desde luego que sí, los malvinenses decidirán su gobierno local. Podría estudiarse un estatuto de autonomía, como hizo España con varias comunidades. E incluso habrá que pensar en un estatuto fiscal especial.
Podemos y debemos pensar, además, en muchos otros recursos pacíficos y de integración amistosa, reconociendo los lógicos temores de los isleños y ofreciéndoles vías inteligentes y concretas de integración. Por ejemplo, y de acuerdo en esto con Lanata, darles la posibilidad de que estudien en el continente con todos los derechos de un argentino y disponer vuelos de Aerolíneas como antes de la guerra del 82.
Debemos encarar este desafío porque hay dos principios fundamentales para enfrentar la cuestión. Uno es que las Malvinas son argentinas y más tarde o más temprano eso será reconocido por Gran Bretaña como hoy lo reconoce mayoritariamente la comunidad internacional. Y el otro es que con ese reconocimiento se plantearán problemas políticos, legales y sociales que merecen, por lo menos, trato serio y ninguna frivolidad. Y grandeza propia, o sea sin mirar a los que suponemos que no la tienen.
Por eso, para mí, no deja de ser sorprendente que, en el tema Malvinas, algunos medios y no pocas personas parecen sostener la posición británica sólo porque odian a la Presidenta. ¿O acaso es un deseo inconsciente de auto confirmar que Malvinas es una causa perdida? Penoso, en mi opinión. Como penoso me parece aprovechar cada punto y cada coma para condenar sin ver más que la horca deseada.
Ahora lo sustancial es pensar en formas de integración que ayuden al gobierno actual a ampliar el horizonte diplomático. Porque no sólo el Gobierno debe pensarlo, más allá de cómo se maneje en el plano internacional. Creo que tanto Lanata como yo, y seguramente muchos otros ciudadanos, intelectuales, periodistas, académicos y gente de la cultura debemos darnos a la tarea superior de imaginar cómo integrar a los malvinenses a la Argentina continental. Misión imposible en lo inmediato, pero necesidad ineludible a partir de ahora.