¿De qué hablamos cuando hablamos de cultura? Una política pública sin debate
Apéndice de la economía, palanca del desarrollo social, vehículo de propaganda o excusa para espectáculos masivos: desde el Estado, a la cultura le cuesta encontrar un lugar propio
El reciente nombramiento del músico y director de orquesta Ángel Mahler, que jamás se había asomado antes a la gestión pública, como ministro de Cultura porteño y la brevedad del debate que le siguió dejaron en evidencia una constante en la gestión estatal de la Argentina: las dificultades para definir qué es una política cultural, la ausencia de reflexión en un campo que suele verse como apéndice de la economía, palanca de políticas sociales, organización de eventos públicos masivos o vehículo de propaganda, según los gobiernos. ¿De qué hablamos cuando hablamos de una política pública para la cultura y cuál debería ser su objetivo estratégico? ¿Puede o debe pensársela como parte del desarrollo nacional? ¿El concepto mismo de cultura se restringe al criterio del gobierno de turno? Interrogantes que son parte de una discusión que cada quien salda por su cuenta y en la que los funcionarios que van pasando tienen su cuarto de hora sin promover el debate.
Como pasa en distintas áreas del Estado, la cultura incluye una cantidad y diversidad de aspectos y temáticas, que van desde la promoción de la lectura hasta la legislación, de la infraestructura de teatros y centros culturales a la formación de nuevos públicos, de los emprendimientos artísticos a los eventos masivos. Y se vincula con una multiplicidad de actores: el sector privado, el artístico no comercial, los gestores y promotores culturales independientes, los propios artistas y escritores, las distintas comunidades nacionales y étnicas, para nombrar algunos.
Más allá de las variaciones en enfoque y prioridades de distintos gobiernos, desde ideologías diversas se destaca hoy mucho de lo que en este campo se hizo desde el regreso de la democracia. Los centros culturales de los inicios del alfonsinismo; la apertura del Centro de Experimentación del Teatro Colón en tiempos de Sergio Renán; las bibliotecas de la ciudad en épocas de Josefina Delgado; el plan de barrios de Pacho O'Donnell y la gestión del primer Darío Lopérfido, que fundó el FIBA para el teatro y el Bafici para el cine como forma de insertar la ciudad de Buenos Aires en el circuito internacional.
El actor y director de teatro Rubén Szuchmacher, uno de los primeros críticos de Mahler, señala la falta de un plan estratégico para la cultura en el actual gobierno. "El macrismo apuesta a la espectacularidad de la cultura y no a trabajar sobre su conflictividad. Básicamente le temen a la cultura, que no entienden", dice. Administrador de las salas Payró y ElKafka, ex director del FIBA y miembro del consejo asesor del Complejo Teatral Buenos Aires, Szuchmacher considera que la gestión de Hernán Lombardi en la ciudad tuvo un prestigio mediático que no se verificó en los hechos: "Hay decadencia en todas las instituciones, no sólo en el Complejo Teatral y el edificio del San Martín, al que se dejó caer en los últimos ocho años. Hay problemas en las bibliotecas, en las escuelas de arte, en los centros culturales. Lombardi tuvo una gestión basada en el mercado y no en las necesidades propias del sector".
Szuchmacher sostiene que gestionar la cultura requiere de una constante reflexión sobre la forma de producción cultural colectiva para pensar, desde ahí, la articulación con las instituciones. "La gestión cultural debería realizar programas que nadie hace, ni los privados, ni el mercado, ni otras reparticiones de gobierno. E incorporar a los referentes de todas las áreas involucradas en la discusión sobre las políticas públicas. Pero los ministros se encierran en sus ideas", dice.
El abogado especialista en legislación cultural, docente y ex director del Incaa y del Centro Cultural Rojas José Miguel Onaindia rescata la diversidad cultural que produjo la eliminación de la censura, la apuesta al cine como instrumento de política internacional, la legitimación de las vanguardias. Sin embargo, dice, "en el menemismo y especialmente en el kirchnerismo predominó un modelo con intención hegemónica que debe ser sustituido por otro de convivencia entre formas culturales plurales y contradictorias, que vele por las minorías estéticas y su derecho a expresarse".
Onaindia señala tres grandes desafíos para la nueva etapa: "La renovación legislativa -las leyes vigentes son obsoletas porque son preinformáticas y corporativas-, la mejora de la infraestructura cultural -la pública es vetusta en su gran mayoría o está mal diseñada- y el acceso a la cultura de toda la población, que es un derecho humano esencial".
Editora, escritora y ex directora del Instituto Goethe, Gabriela Massuh asegura que, en una sociedad donde no hay tiempo de pensar una gestión cultural pública, se la sustituye por el entretenimiento y el espectáculo. "Una política pública en esta constelación donde impera la economía no es posible porque ya no se piensa en el bienestar general sino en la ganancia para el Estado y para los desarrolladores", dice. Massuh afirma que la cultura pública necesita ocuparse de las minorías, de la formación artística, de la calidad estética, del fomento de los independientes y del sector artístico no comercial. Pero -aclara- se considera que todo eso es marginal y por eso se lo descuida.
Para salir del corto plazo
Respetado incluso por muchos de los críticos más duros del macrismo, el secretario de Cultura y Creatividad del Ministerio de Cultura de la Nación, Enrique Avogadro, reconoce que el primer problema de la gestión pública es la incapacidad de reflexionar sobre lo que se está haciendo. Coincide en que existen "muy pocos espacios donde discutir seriamente, más allá de la barricada, cómo salir del corto plazo y pensar a diez años". Avogadro opina que se da un falso debate entre cultura del espectáculo y gestión cultural y que las dos cosas deben combinarse. "Con una perspectiva regional, se ve claramente que hay una deriva de la política cultural a la cultura del espectáculo. Los ministerios solamente organizan eventos. Por eso estamos hablando con el BID para pensar la cultura como factor de desarrollo", explica.
Avogadro tiene 39 años y fue funcionario porteño durante la gestión de Mauricio Macri. Habla con preocupación de un divorcio absoluto entre la gestión cultural a nivel práctico y actores interesantes con aportes muy positivos a nivel teórico. Dice que es necesario mapear el territorio y encontrar a esos actores para promoverlos y que la Nación está abriendo mesas sectoriales en artes, en música y en el tema audiovisual para dialogar y escuchar. "El Estado no debe tener el monopolio de la política cultural", asegura.
Según Avogadro, el objetivo del gobierno es consolidar y desarrollar el gran ecosistema cultural y creativo que hay en la Argentina. ¿Qué significa eso? "Hacer foco en la gestión cultural, que tenga impacto en todo el país, que el sector público tenga una mirada innovadora. Tenemos un programa en gestión cultural pública en todo el país y otro que ayuda financieramente a universidades públicas que tienen que ver con las artes y la cultura. Además, existe el programa Puntos de Cultura para fomentar el amplio campo de la cultura pública no estatal con una inversión de veinte millones de pesos y una convocatoria abierta todo el año."
Para el sociólogo y escritor Hernán Vanoli, en la Argentina la especificidad de la cultura nunca termina de quedar clara. Es utilizada como rueda de auxilio de políticas de contención o desarrollo social o como rama de un ministerio de producción o de economía: la economía creativa y las industrias culturales. "El kirchnerismo y el macrismo privilegian la dimensión económica, uno desde una perspectiva populista-desarrollista focalizada (subsidios para los pobres o no rentables, reuniones y entornos de negocios para las clases medias) y otro desde una perspectiva similar pero sin subsidios y con el curioso sistema del mecenazgo. Nadie sabe cuáles son los objetivos de la gestión cultural por cada disciplina, ni cómo esos objetivos se concatenan en un plan más general", dice.
Editor de la revista Crisis y co-creador del sello independiente Momofuku, Vanoli entiende que la idea es que el Estado funcione como una especie de lubricante para un sistema que se supone que se autorregula y, en el mejor de los casos, como un federalizador de recursos. "La figura que se privilegia siempre es la de la gestión, que es lo opuesto a la imaginación, y a fin de cuentas las partes más redituables de esta economía siempre quedan en manos de privados. Bajo la idea de tolerancia y de respeto a la diversidad, y bajo la supuesta confianza en la eficiencia del mercado como donador de recursos, se incuba la imposibilidad de pensar una inserción virtuosa de la producción cultural en un plan más ambicioso de desarrollo nacional."
Desde el Ministerio de Cultura, Avogadro -en parte- coincide. "Tenemos estructuras de fomento como el Incaa, el Instituto Nacional del Teatro o el Fondo Nacional de las Artes pero muchas veces se limitan a repartir fondos y tienen poca capacidad de reflexión sobre la planificación estratégica. Lanzamos un laboratorio de innovación cultural que busca pensar permanentemente la forma en que gestionamos cultura en la Argentina. El ministerio de Nación estaba muy concentrado en la ciudad de Buenos Aires. Estamos trabajando con provincias y municipios porque es la única forma que tenemos de tener impacto en el territorio."
Formar ciudadanos
Un capítulo específico dentro de la política cultural tiene que ver con la lectura y la producción editorial, un campo sumamente activo en la Argentina y, junto con otras manifestaciones artísticas, el que se supone cerca del objetivo de formar ciudadanos críticos. ¿Qué debería hacerse desde el Estado para potenciar la lectura y al mismo tiempo acompañar los proyectos de autores y editoriales independientes nacionales? Leandro de Sagastizábal, presidente de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip), dice que lo primero es tener un presupuesto para eso. "Conabip lo tiene y lo destina a cuatro tipos de acciones: la compra del material de lectura, la capacitación de bibliotecarios, el fortalecimiento en infraestructura y tecnología, compras de computadoras y recursos para conexiones a Internet, y, por último, acercar a los escritores a esos espacios", cuenta.
Para Gabriela Adamo, directora del Filba y ex directora de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, son temas distintos que requieren estrategias diferentes pero que tienen en común la necesidad de "potenciar la demanda": si hay más lectores, a la larga se beneficiará también a las editoriales y los autores. "En busca de avanzar en la construcción de ciudadanía y pensamiento independiente, creo que la prioridad debería estar puesta en el estímulo a la lectura. Es, también, lo más difícil de implementar y de evaluar."
Sumar lectores y trascender a la vez el círculo cultural de la ciudad de Buenos Aires, explica Adamo, no resulta sencillo con distancias que encarecen todo viaje y comunicación. Sin embargo, recomienda trabajar con instituciones que ya hayan ganado terreno como la Conabip, la Fundación Mempo Giardinelli, la Red de Bibliotecas Escolares o el Filba Nacional. De Sagastizábal dice que ése es, precisamente, el punto de partida. "No hay modo de gestionar si no se recorre y conoce el terreno; heterogéneo en lo geográfico, en lo social, en lo cultural", dice.
Para Vanoli, lo que queda claro es que la Argentina carece de un proyecto para la cultura como existe -con distintos criterios- en otros países: "No se dinamiza la cultura popular como sucedió en los Puntos de Cultura de Brasil, no se financia a los creadores con estímulos a la producción como en México o Chile, no hay políticas agresivas de defensa y difusión del idioma como tiene Francia, y tampoco existe un sistema de premios o competencia fomentado por el mercado interno y la filantropía, como pasa en Estados Unidos".
Actual coordinador general del Instituto Nacional de Artes Escénicas de Uruguay, Onaindia rescata del país en el que trabaja el sostén de políticas públicas más allá de los turnos políticos, la fortaleza de las instituciones y la preocupación por programas de accesibilidad. De España, el trazado de una red en todo el territorio de instituciones públicas nacionales y locales de impecable renovación tecnológica y de Colombia, la utilización de la cultura como instrumento para la integración social. Adamo menciona la experiencia de las bibliotecas de Medellín, que lograron instalarse como un lugar alternativo a la violencia y la pobreza y posicionar la lectura como mejor opción.
También Avogadro resalta los parques bibliotecas de Medellín y el caso de Vale Cultura en Brasil, que estimula la demanda al darle un porcentaje de recursos adicionales a la población sólo para consumir en bienes y servicios culturales. De Sagastizábal elige valorar experiencias locales como la de las llamadas bibliotecas piloto o las salas híbridas que funcionan en San Juan, donde se experimenta con lo digital.
En un campo donde las miradas pueden ser antagónicas, el acuerdo generalizado es la falta de debate y la necesidad urgente de iniciarlo; cómo poner en marcha un proyecto cultural ambicioso que obligue a todos a abandonar la comodidad; cómo incorporar lo que hoy sobrevive en los márgenes; cómo pensar la cultura en la era digital y, finalmente, cómo se vincula todo eso con el rumbo político y económico del país. Parte del desafío que sigue pendiente.