De no creer. Apogeo y gozosa caída del gran Meme Fernández
Acabamos de asistir, perplejos, a la cancelación del Presidente consorte. La cultura destituyente se ha cobrado una nueva víctima, no sé si llamar “de peso”, pero sí encumbrada y de gran exposición mediática. Hasta esta semana, él llevaba con orgullo su nombre de casado: Alberto Fernández de Kirchner. Después del affaire Basualdo sabe que lo lleva como una tobillera electrónica: cuando quiera apartarse del papel que le ha sido asignado, el geolocalizador hará sonar la alarma. Quién iba a decir que el profesor de Teoría del Delito iba a terminar preso por delinquir, por permitirse un espacio de autonomía. Eso sí, preso en la Casa Rosada.
La refriega por la frustrada destitución de Basualdo tuvo un final previsible y, al mismo tiempo, sorprendente. Lo previsible es que ganaran las tropas de Cristina; lo extraño: el jefe del bando aniquilado hoy es vocero del general, o la generala, que le propinó su más dura derrota. En el “acto de la unidad” de Ensenada, el miércoles, Alberto no asumió con estoicismo sino con total regocijo el tener que decir las cosas que diría Cristina, paradita a su lado; con ese discurso, él le estaba entregando su libertad y su alma. “Disponga usted de mí, señora”. Tarde: hace rato que la gran titiritera lo viene titiriteando. Como no hay teatros, puse a mis nietos frente a la pantalla para que vieran esa comedia de marionetas; les expliqué que ella se había puesto barbijo, que jamás usa, para ocultar el movimiento de sus labios; es mejor oradora que ventrílocua.
Fue llamativo también que tanto la balacera del conflicto como la decapitación de Meme Fernández ocurrieran en la plaza pública, a la vista de todos. Un verdadero reality. El Frente de Todos tiene esas cosas hollywoodenses: Alberto no era nadie y terminó presidente; Guzmán empezó a creerse importante y tuvo que postrarse ante un tal Basualdo, empleado suyo, y el tal Basualdo mutó de desconocido al villano que convirtió en nadie al Presidente y a Guzmán. Lección aprendida: Meme ahora sabe que entre sus facultades no está echar a un subsecretario. Ojo, no es que tenga que pedir permiso hasta para ir al baño; basta con que lo notifique.
Sin querer resultar antipático, creo que Cristina hizo lo que tenía que hacer: poner las cosas en su lugar. En todo régimen presidencialista como el nuestro, la que manda es la vice. Lo contrario es subvertir el orden natural de las cosas. Seamos sinceros: puestos a elegir entre Alberto, que nos conduce a la catástrofe, y Cristina, que nos lleva a la ficción de que la luz y el gas son regalados, y de que lo que deberíamos pagarle al FMI vamos a destinarlo a los pobres y a comprar vacunas, ¿con quién nos quedamos? Sospecho que muchos ya eligieron. Uruguay; o, de última, Miami.
"Alberto, nuevo vocero de Cristina, ahora sabe que no se le permite echar a un subsecretario"
Si algo debemos reconocerle al querido profesor es que tiene un dios aparte. No lo digo solo por la soja, que cuando asumió estaba a 331 dólares la tonelada y ayer rozó los 600, lo cual le da margen para seguir sin plan económico; tampoco por compartir cartelera con Kicillof, otro gigante de los furcios, otro titán de los memes. Es un hombre afortunado porque su Waterloo fue de alguna manera opacado por el fallo de la Corte favorable a la ciudad de Buenos Aires en el pleito por las clases presenciales (interesante, ¿no?; la Corte tuvo que recordarle al Gobierno que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es autónoma). Aunque adverso a los intereses de “Alverso”, el fallo le permitió distraernos en su tránsito de Presidente a vocero de Cristina. En el acto de Ensenada, al estrenarse en esa función, alberteó como en sus momentos más estelares de kirchnerista convencido: críticas a la oposición, a la Justicia, a los medios, y nada de moderación o prudencia, ni de “vengo a terminar con la grieta”; hasta, dicharachero, se animó con el “Juan Domingo Biden”, seguidismo aumentado de lo que había escrito su jefa en Twitter. Se trataba de tapar con rayos y centellas la capitulación, la renuncia a ser lo que muchos soñaban que fuera. Fue un discurso fundacional. El profesor está fundido.
Igual, sigo pensando que es un hombre con suerte. Pichetto suele decir que la presidencia no es para cualquiera, que es indispensable tener un temperamento especial, piel de titanio, control de monje zen, resiliencia y un buen equipo detrás. No sé cuál de estos atributos adjudicarle a Alberto, y ahí lo tenemos, encarador de micrófonos, ligero para travestirse, inmune sin vacuna. Me olvidé de contarles: mis nietos se divirtieron con la mímica.
Ahora, la provincia de Buenos Aires da marcha atrás y reabre algunas aulas, Cafierito convocó a negociar a Rodríguez Larreta, a Guzmancito lo llevan de paseo a París y Roma en el avión presidencial, un intendente recontra cristinista parafrasea a Galtieri, en el conurbano proliferan las ferias multitudinarias en las que se consigue el virus a buen precio, y a Berni le roban armas cerca de su despacho (falta que le hagan también la BMW R1200 y habrá lanzado al mercado un nuevo motochorro).
Quiero decir: Alberto ha sido cancelado, pero la Argentina perpetrada por la canceladora sigue su marcha.