De Nixon a Clinton, derrota en China
PARIS.- AUN hoy, se cree generalmente que la visita de Richard Nixon a China en 1972 constituyó un éxito que sentó las nuevas bases del equilibrio geopolítico en condiciones favorables para los Estados Unidos. Así fue, en realidad, cómo se presentó la gira en aquella época, aunque incluso entonces no se entendía muy bien qué pudiera haber de cierto en ello, puesto que los Estados Unidos no habían ganado nada al parecer. El propósito de la iniciativa de Nixon era el de conseguir la ayuda de China para poner fin a la guerra de Vietnam al mismo tiempo que se trataba de neutralizar a la Unión Soviética.
A esa conclusión se arriba según las explicaciones del presidente Nixon y las memorias de su asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger. Pero la visita no arrojó ningún resultado positivo. Cuando Kissinger le pidió a Chou En-lai que lo ayudara en el problema de Vietnam, el primer ministro chino le contestó: "Ustedes tienen que salir de Vietnam. Dejen que los vietnamitas resuelvan sus propios asuntos". Era un consejo sano. Pero Nixon y Kissinger habían ido a buscar algo más que un consejo. La guerra continuó hasta que las fuerzas de Vietnam del Sur fueron derrotadas y los norteamericanos sobrevivientes se abalanzaron sobre los helicópteros en la azotea de la embajada de los Estados Unidos en Saigón.
Antes de la visita de Nixon, los chinos tenían dos grandes enemigos: la Unión Soviética en su frontera interior de Asia, y los Estados Unidos en el sudeste asiático y Asia septentrional, y en sus fronteras del océano Pacífico. Más tarde, podrían jugar la carta de Washington contra Moscú. El equilibrio geopolítico se había alterado, efectivamente, pero en favor de China.
La historia de este extraordinario episodio en las relaciones exteriores de los Estados Unidos se desarrolla con nuevos detalles en un documental de televisión titulado Playing the China Card (Jugando la carta China) que acaba de transmitirse por el Canal 4 de la TV británica y se proyecta difundir por la televisión pública de los Estados Unidos (la WGBH de Boston es una productora asociada), así como por las cadenas de Dinamarca, Bélgica, Suecia, Holanda, Finlandia y otros países.
El programa Playing the China Card presenta nuevas entrevistas con funcionarios de la administración Nixon y con miembros del ministerio chino de Relaciones Exteriores, así como documentación oficial y grabaciones particulares, para demostrar hasta qué punto Washington perseguía ansiosamente una invitación a Nixon a fin de que se encontrase con Mao Tse-tung, y cómo China prestó oídos sordos a la insistencia de Washington a lo largo de seis meses.
Cuando la delegación encabezada por Richard Nixon llegó finalmente a China se comportó de una manera curiosamente parecida a la de los "tributarios extranjeros" en tiempos de la China imperial: como si los norteamericanos fueran bárbaros de las fronteras exteriores del Celeste Imperio. Los presentes que traían no podían ser mejores. Nixon regaló a Mao Tse-tung y al primer ministro Chou En-lai el reconocimiento diplomático, revirtiendo una política norteamericana de dos décadas de vigencia y, con ello, otorgaba a China un sillón en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ocupado hasta entonces por el gobierno nacionalista chino, instalado en Taiwan desde su derrota en el continente, allá por el año 1950.
Los Estados Unidos no obtuvieron absolutamente nada a cambio. Lo extraño es que esta norma de concesiones diplomáticas gratuitas seguida con China, pese a su falta de reciprocidad, se ha venido repitiendo desde entonces por los gobiernos de Bush y de Clinton. El presidente George Bush y sus colegas hicieron cuanto estuvo a su alcance para impedir que la masacre de Tiananmen de 1989 deteriorase las relaciones entre China y los Estados Unidos, una vez más sin beneficio alguno para los EE.UU., como no fuera la continuidad de las relaciones comerciales... que, por otra parte, se han revelado una decepción para el lado norteamericano.
"Socio estratégico"
La administración Clinton ha procurado en vano una "asociación estratégica" con China, aun en menoscabo de las relaciones con el Japón. Washington ha dado un paso más hacia el divorcio de los Estados Unidos con Taiwan al anunciar la política de "Una sola China" que parece avalar la reivindicación china de Taiwan en las condiciones de Pekín. (Hasta entonces, la política norteamericana era la de "reconocer" que los chinos a ambos lados del estrecho de Formosa veían a Taiwan como parte de China, pero se oponían al uso de la fuerza contra Taiwan.)
Todo ello a raíz de la convicción por parte de las tres administraciones de que China ha de ser pronto la potencia económica y política más importante de Asia. Quienes lo creen así sostienen que está en el interés de los Estados Unidos la defensa de buenas relaciones con China, incluso a pesar de la mala conducta de los chinos. No van a admitir que China en el futuro continúe siendo económicamente dependiente y políticamente débil, o que Japón siga siendo la gran potencia del Asia oriental.
El viaje de Nixon de 1972 abandonó el apoyo finalmente insostenible de Washington a la pretensión de que los nacionalistas chinos en Taiwan fueran el gobierno de China. A fin de cuentas, los propios nacionalistas salieron ganando al desligarse de tal responsabilidad. Se dedicaron a modernizar la sociedad y la economía de Taiwan, de modo que en la actualidad Taiwan es no solamente una democracia sino una potencia mercantil y económica de mayor entidad internacional que la misma China continental.
Sin embargo, tal fue el afortunado hallazgo de la política norteamericana que, entonces como hoy, en lo que concierne a China se aferra a la ilusión de que tamaño más población es igual a poderío.