De los escombros de la guerra a símbolo de la reconciliación
La iglesia Frauenkirche de Dresde, en Alemania, que fue bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial y reconstruida varias décadas después, recuerda su historia por medio de la música
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DRESDE, ALEMANIA.- Un estrépito de tambores retumba en el poderoso recinto. No pretende describir las bombas que detonaron en la ciudad la noche del 13 de febrero de 1945 ni el atronador derrumbe que sucedió en la mañana del 15, dos días después del bombardeo sobre Dresde. Sin embargo, en el interior de la Frauenkirche, la imponente iglesia de Nuestra Señora, lo que evoca la música de Toshio Hosokawa es indefectiblemente eso: los ecos del estremecimiento, la violencia atronadora y el espanto de la destrucción.
Esta pieza para percusión llamada Intermezzo orquestal con la que abrió su concierto la Orquesta Filarmónica de Dresde bajo la batuta de Kent Nagano en el reciente festival de primavera (la 45a edición del Dresdner Musikfestspiel), forma parte de la ópera Stilles Meer (mar silencioso), compuesta por Hosokawa como un réquiem para las víctimas del terremoto, tsunami y accidente nuclear de Fukushima en Japón en 2011.
Alguna vez a Dresde se la llamó “la Hiroshima europea”. El mote nunca fue asimilado por sus propios habitantes debido a la naturaleza diversa de la agresión y del tipo de devastación que sufrió cada una de esas urbes hacia el final de la Segunda Guerra Mundial
“Después de mucho reflexionar sobre qué tocar en la Frauenkirche, una iglesia con una acústica muy especial y una historia de reconstrucción que es un milagro –explica el director angloestadounidense de origen japonés en un encuentro que mantuvo con LA NACION en la capital sajona–, he concluido que, si bien hay muchas obras sobre la guerra, en el contexto de este edificio y de la conmemoración que se impone, quise exponer un significado más abstracto y universal. ¿Cuál es el sentido de escuchar esta música? Esta microforma de Hosokawa explora el poder de la naturaleza, el antes y el después del desastre. Antes del terremoto siempre se produce una pausa, un silencio profundo y extraño, una quietud donde los pájaros ya no cantan, donde el cielo adquiere unos colores desconocidos y una temperatura rara. Es una extrañeza desoladora la que se produce antes de la devastación. Finalmente, cuando llega el terremoto, el sismo, el gran movimiento… recibimos esa brutal acción de la naturaleza (o del hombre) y luego las consecuencias, los after-shocks, esos golpes que llegan como olas de reacciones en cadena ¿Qué significa todo eso? El concierto es hoy y es aquí. Entonces mi idea del programa es que ‘oímos’ el pasado de un modo sensible y lo traemos al presente, pero no de una manera directa asociada al preciso momento histórico, sino a través de temas que son relevantes para nuestra vida actual. Es una mirada universal del conflicto –la guerra, el bombardeo, el tsunami, la pandemia, la política, las guerras actuales–, cualquiera sea el conflicto, esto es, un espejo, una forma de proyectar paralelos en el abstracto lenguaje de la música”.
Alguna vez a Dresde se la llamó “la Hiroshima europea”. El mote nunca fue asimilado por sus propios habitantes debido a la naturaleza diversa de la agresión y del tipo de devastación que sufrió cada una de esas urbes hacia el final de la Segunda Guerra Mundial con la finalidad, por parte de los aliados, de quebrar la moral y la férrea resistencia del Eje. No obstante, vale mencionarse el fortuito hecho de que Toshio Hosokawa –un compositor que dedica su arte a reflexionar sobre la existencia de la música y la relación del ser humano con la naturaleza–haya nacido justamente en una de las ciudades que fueron aniquiladas con un ataque nuclear: Hiroshima, 1955, diez años después de la bomba atómica. Una explosión que cambió el mundo para siempre.
La destrucción
A las 10 de la mañana del 15 de febrero de 1945, después de los ataques aéreos de los bombarderos británicos y estadounidenses, la Frauenkirche se desplomó. Tras dos días soportando las altas temperaturas del incendio, los pilares interiores, todavía candentes, cedieron al peso de la cúpula, esa descomunal cúpula redonda que con sus más de 90 metros de altura era considerada la más importante de Europa continental al norte de los Alpes y que, con la fascinación que despertaba, hacía de Dresde “la Florencia del Elba”.
La que más tarde se comparó con Hiroshima había gozado hasta ese entonces del clásico apodo florentino desde el siglo XVIII. No por un parecido real con la metrópolis italiana, sino por una aspiración hacia los ideales de la estética y la majestuosidad de la arquitectura, por la abundancia de su cultura y las colecciones de arte, y por su mágica identificación con la música que siempre fue su distintivo: las orquestas (porque se precia de contar con una Staatskapelle que es la más antigua del mundo), los grandes coros, los conciertos y las óperas.
Los testigos de la época describieron el derrumbe de 1945 con un sonido más terrible y ensordecedor que el de las bombas, como una de esas “olas de reacciones en cadena” que menciona Nagano reflejándose en la música de los tambores de Hosokawa, tal vez porque con la Frauenkirche se desmoronaba una historia milenaria, desde la primera iglesia de los misioneros que evangelizaron los alrededores antes de la fundación de la ciudad hasta la construcción de la obra maestra del Barroco completada en el año 1743 como un prodigio de piedra arenisca.
Con ella se hundían también el orgullo, el punto de referencia, la brújula que había constituido durante siglos esa fisonomía curva que dotaba de elegancia y magnificencia a la silueta de Dresde.
En su lugar, al final de la guerra, quedó una gigantesca montaña de 22.000 m³ de escombros que, durante medio siglo, permaneció intacta e integrada al paisaje de la ciudad en el corazón de su centro histórico. Si bien muchos deseaban verla reconstruida, para la ex República Democrática Alemana (RDA), la recuperación de una iglesia no entraba en sus planes. Más bien al contrario, hizo uso de su imagen como propaganda y exhibió las ruinas como una muestra de la destrucción a manos de Occidente. En 1966, la declaró “monumento a las víctimas de los bombardeos en la guerra”.
El 13 de febrero de 1982 –en un nuevo aniversario del bombardeo–, un grupo de jóvenes se congregó por primera vez frente a los escombros con unas velas encendidas, creando una cultura del recuerdo en silencio. La acción fue replicada y con ella, ante los despojos de la iglesia, se dio inicio a una forma de movimiento de protesta pacífica en la ex RDA que no cesó hasta 1989 con la caída del Muro de Berlín y la reunificación de Alemania.
Apenas cuatro días después del colapso del Este, con la conciencia de que el proyecto de reconstrucción nunca sería prioritario para la política, una iniciativa ciudadana publicó una carta abierta –El llamado de Dresde– y creó una fundación de carácter civil con el extraordinariamente ambicioso propósito de reconstruir la iglesia, fiel a la original, con el resto de los materiales históricos (reutilizados en un 45%) y sobre la base de donaciones que llegaron de todo el mundo superando la fenomenal suma de 100 millones de euros, cuando la obra implicó un costo de 180 millones en total.
Sonidos de la reconciliación
En 1993 comenzaron los trabajos arqueológicos para despejar el terreno, limpiando las piedras acumuladas, protegiendo, catalogando y evaluando el estado de cada uno de los hallazgos, de entre los cuales se recuperaron 8390 piedras de la fachada, el interior y el techo, otras 91.500 piedras de la mampostería, y parte del altar que sobrevivió ileso gracias al órgano (el rey de los instrumentos musicales), cuyos tubos derretidos por obra del incendio fluyeron sobre los emblemas religiosos cubriéndolos con una capa protectora de metal fundido.
Para la exactitud de los cálculos se ideó un programa computarizado del modelo tridimensional que permitió, entre otras operaciones tendientes a reforzar la estructura, actualizar las prestaciones para un uso moderno y corregir los defectos del edificio barroco, encontrar entre los escombros la ubicación de las piedras específicas según su posición en los muros antes del incendio y el colapso.
Otro fabuloso desafío para la ingeniería fue el de crear un gigantesco techo móvil de protección contra la intemperie que habilitó el trabajo ininterrumpido durante los 11 años que duró la obra, elevándose por sobre ella a medida que esta crecía mediante un complejo sistema hidráulico.
En 1994 se sumó una piedra simbólica a la ya existente piedra basal de 1726. La fachada, compuesta como “el mayor rompecabezas del mundo”, representa, en la combinación del color oscuro de las piedras originales y el color claro de las piedras nuevas, las heridas y cicatrices de la historia.
En el nuevo milenio se finalizó el interior de la cúpula y en 2005 se dio por terminada la reconstrucción de la Frauenkirche, una proeza de magnitud sin parangón. Sesenta años trascurrieron desde la catástrofe para que, literalmente como un ave fénix que un día fue devorada por las llamas, la Frauenkirche renaciera de sus propias cenizas, nueva y a la vez legendaria.
El monumento arquitectónico fue restablecido bajo el lema “construir puentes, vivir la reconciliación y fortalecer la fe”, y fue también consagrado monumento a la fuerza de voluntad, de recuperación y redención de un pueblo que gracias a su compromiso cívico logró cumplir una misión tan utópica como fantástica.
En el siglo XXI una nueva vida comenzó con la música, el lenguaje universal de los sonidos y la armonía, ocupando un lugar preponderante en la razón de ser de este áureo recinto. Más de 120 conciertos al año, todos dedicados a la temática de la espiritualidad y el recuerdo, tienen lugar en esta magnífica sala donde en 1843 Richard Wagner estrenó una monumental obra de celebración religiosa –La fiesta del amor de los Apóstoles– con una orquesta de cien músicos y un coro de 1200 voces masculinas.
De modo que no en vano ha sido precisamente un músico –el virtuoso trompetista Ludwig Güttler, ampliamente reconocido y premiado incluso por la reina de Inglaterra, que lo nombró oficial de la Orden del Imperio Británico por su decisivo aporte a la reconciliación entre ambos países–, no él solo, pero sí como el más destacado protagonista, el ciudadano que promovió la reconstrucción de la Frauenkirche y el que dirigió una asociación civil que inspiró al mundo y llevó adelante semejante epopeya. ¡Un músico!
“¿Por qué entonces tomé estas obras? –reflexiona Nagano después de completar el concierto con La pregunta sin respuesta de Charles Ives y la Sinfonía Nº 6 de Bruckner–. Porque las preguntas más profundas y esenciales del ser humano, las preguntas sobre el misterio de la vida, esas no tienen respuesta. Estamos aquí, en este espacio existencial que nos abre la puerta a un péndulo gigantesco entre la naturaleza y la humanidad”.