De las pantallas al guardarropa
De los tiempos de los grandes estudios a las producciones independientes, el cine siempre fue parte de la moda
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Hace un año que la cantante, escritora y actriz Rosario Bléfari no está, y todavía cuesta creerlo. Por eso, encontrarme con su rostro en una publicación que salió justamente este mes fue una invitación doble. Invitación a escuchar, una vez más, “Costa brava”. E invitación a sumergirme en un libro –ése que en una de sus páginas despliega la imagen de Bléfari– que no habla ni de música ni de actuación, pero de algún modo las incluye. Porque Prueba de vestuario, pequeña maravilla escrita por Victoria Lescano y editada por Ampersand, se aboca a la relación, quizás poco atendida pero fundamental, entre la moda y el cine. Y desde luego que Rosario Bléfari tenía que estar ahí. Por su porte indie, por su manera de ser parte de cierto fashionismo surgido en los años noventa, y por haber sido la protagonista de Silvia Prieto, una película que tiene algo de reliquia generacional.
Cuenta Lescano que una de las prendas que formaron parte del vestuario de este film –la remera que portaba el personaje de Bléfari cuando promocionaba el jabón para ropa Brite– llegó a exhibirse “como un fetiche del imaginario del nuevo cine argentino”. Efectivamente, en 2013, cuando el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici) celebró sus 15 años, organizó una instalación llamada Álbum de recuerdos en el Centro Cultural Recoleta, donde el primer objeto del recorrido era una T-shirt con la susodicha marca de jabón.
“El cine contribuyó a mi aprendizaje inicial sobre moda”, comenta Victoria Lescano
Lo que logra Prueba de vestuario es algo no tan sencillo de alcanzar: un registro encantador que, además, es riguroso.
Lescano recorre la historia del cine argentino desde el apogeo de los estudios hasta las producciones independientes de las últimas décadas, y pone el ojo allí donde muy pocos lo hicieron antes. De hecho, la ausencia de trabajos que indagaran en el trabajo de los vestuaristas en el cine local fue un factor que la obligó a multiplicar esfuerzos buceando en las películas que los devotos del cine nacional insisten en subir a YouTube, recorrer –provista de rigurosos y asépticos guantes de tela– la colección de vestuarios del Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken, y recuperar entrevistas realizadas a lo largo del tiempo, entre mesas con té y masas de la confitería La Ideal o discretos edificios art nouveau de la calle Esmeralda, a figuras como Paco Jamandreu y Horace Lannes.
Periodista especializada en moda, Lescano ya trabajó en los vínculos que el diseño textil establece con otros campo de la cultura, en particular el rock y la literatura. Al mirar hacia el cine, completa de algún modo una serie. Y también enlaza el objeto profesional con las íntimas marcas de la historia personal: “El cine contribuyó a mi aprendizaje inicial sobre moda”, comenta en la introducción del libro, antes de enumerar algunos de los íconos que fueron cincelando su mirada y su gusto. Louise Brooks en Diario de una perdida, Audrey Hepburn en Sabrina, La princesa que quería vivir o Muñequita de lujo, y muchas más, en muchos ciclos de la sala Lugones del San Martín y otros tantos encuentros en un cine club hogareño, fueron formando la base de lo que, ahora, se explaya en forma de libro.
Tratándose del tema que se trata, la imagen es crucial, y por eso la cuidada edición de Prueba de vestuario incluye reproducciones de afiches cinematográficos, pósters, fotogramas, bocetos, figurines, e insertos donde algunas de estas piezas aparecen a todo color.
Los ecos de Hollywood (que cuentan con un breve capítulo al final del libro) se encuentran con la sustancia local; los encajes conviven con sevillanas, las sedas que cubrían a Paulina Singerman con los estampados que ensalzaban las curvas de Isabel Sarli, y los vestuarios a medida para Mirtha legrand con el gesto antimoda del personaje de Graciela Borges en El dependiente, de Leonardo Fabio. Décadas de texturas, tramas y universos en las que se miraron generaciones: de las sastrerías teatrales en los años 40 y 50 al gusto contemporáneo por lo vintage, el circuito no se detiene.