De la inflación miserable a la justa estabilidad
El asunto no puede agotarse en una columna. Me limitaré a destacar y considerar lo siguiente. Cuando se estableció la convertibilidad, nadie podía saber su funcionamiento económico y político. Lo destacable aquí es que apenas su aplicación produjo algún resultado favorable antiinflacionario, el pueblo, no las escuelas económicas, la apoyó vigorosamente. Apenas la gente percibió la estabilización y el freno antiinflacionario que produjo de modo permanente la incorporó a su vida diaria y a los negocios.
No consideró cómo debía técnicamente flexibilizarse o abandonarse la convertibilidad. Las grandes mayorías argentinas apoyaron con firmeza la estabilización monetaria hasta entonces prácticamente desconocida durante largos años. Adviértase que no defiendo la convertibilidad. Puede verse los fundamentos en mi voto en el caso Bustos fallado por nuestra Corte.
No es su técnica y desarrollo teórico y económico lo que sostengo. Lo que sí hemos observado es que la inmensa mayoría de la gente votante había plebiscitado la estabilidad que derrotó la inflación por largos años. Estaban asombrados de que el boleto del colectivo no aumentara. El “uno a uno” produjo la unidad política de la nación. Se recordará que De la Rúa en sus discursos de campaña electoral evitaba pronunciarse acerca de la continuación de la convertibilidad en su posible gobierno. Y bien, hasta que el candidato radical no aseguró que mantendría la paridad del “uno a uno”, si triunfaba, el apoyo de los votantes no fue seguro.
De esta experiencia histórica se desprende que el gran pueblo argentino rechaza categóricamente la inflación. Está unido en esa política de estabilidad monetaria en pos del bien común y especialmente del pobre. El candidato que abrace la lucha antiinflacionaria tendrá el apoyo del pueblo. Si fuera factible, en las desventuradas circunstancias políticas presentes, afirmar y hacer todo lo posible para garantizar aquella inquebrantable vocación, esa afirmación sería muy bien recibida.
Reitero que no sostengo ninguna convertibilidad monetaria. Ni me refiero a monedas actuales, todas sujetas a procesos inflacionarios. Tampoco es mi propósito dar ninguna fórmula económica. Pero sí una posición antiinflacionaria que tiene arraigo constitucional. Toda política antiinflacionaria firme y sostenida tendrá el apoyo de las grandes mayorías. Debería ser, como ahora suele decirse, una férrea política de Estado. No hace falta repasar detalladamente la historia monetaria argentina para advertir que nuestros fundadores han querido una moneda fuerte, estable, que conserve su valor. Esto no tiene nada que ver con posiciones políticas particulares. Es lo más aceptable, que puede proponerse y hacerse para defender al débil.
Recuerdo una jurisprudencia de nuestra Corte que defendió en casos internos e internacionales la moneda más fuerte, sea el peso fuerte o el peso oro. Nuevamente, entiéndase bien que no propongo una moneda fuerte en concreto. Basta repasar la historia monetaria argentina anterior y posterior a la unidad nacional para encontrar multitud de ejemplos en que se han elegido pesos oro argentinos (1881-1896). El peso fuerte era equivalente a una onza de oro hasta 1864. Cito estos ejemplos para insistir con evidentes pruebas acerca de que los orígenes monetarios argentinos han estado unidos a la mayor estabilidad monetaria legislable.
Los economistas y monetaristas tienen ahora la palabra. Los expertos encontrarán la fórmula más adecuada al comercio interno y a las complejidades cambiantes del comercio internacional. Es evidente que con una moneda fuerte quedan desterradas ciertas políticas de repartir apariencias dinerarias. La moneda enferma es el caldo de cultivo de la pobreza y aun de la miseria. La estabilización monetaria debe ser perdurable para ser verdadera estabilización; además de jurídicamente estable, también debe ser económicamente estable. No ocurrió esto en la última convertibilidad porque nuestro peso se fue devaluando contra el dólar. Nuestras exportaciones perdieron competitividad y las importaciones se tornaron muy costosas. Debe haber estabilidad competitiva en el comercio internacional.
En rigor, nuestra Constitución supone una moneda estable. Pero se requiere una jurisprudencia de la Corte que vele por la estabilidad monetaria prudentemente perdurable. Las crisis de Rusia de 1998 y la devaluación de Brasil de 1999 repercutieron sobre la convertibilidad argentina, además de aumentar el gasto local. Por eso ya en Bustos, fallado el 26 de octubre de 2004, según mi voto, era insostenible la convertibilidad. La deuda externa estaba pactada en dólares y su convalidación en la convenida jurisdicción extranjera. Nada tenía que ver con la convertibilidad y debió respetarse la elección del dólar contrariamente a lo decidido por la Corte en el caso Clarens (06/03/2014) porque no estaba sujeta a la convertibilidad local y debió sujetarse a la moneda del contrato.
Es necesario, hoy, un sistema monetario que vincule la moneda nacional a un valor estable. Se habla de la dolarización. También podría estudiarse la posibilidad del peso-oro (Carlos Pellegrini). Aunque esta alternativa requeriría el estudio de mayores reformas, tan grandes como urgentes. Sin limitar la emisión, aun en los sistemas de convertibilidad, la moneda nacional se deprecia en relación con el patrón oro o el patrón dólar. La miseria no podrá curarse sin la razonable estabilidad que posibilite la inversión y el trabajo de valor que hagan posible la competencia internacional. La Corte debería ejercer un control de la estabilidad monetaria y económica, si esa fuere la política del Gobierno. Sin estabilidad, toda justicia será aparente.