De Kevin Spacey a Patrick Bateman: esas fiestas a las que no debería ir un niño
En 1985, un año antes de que Kevin Spacey organizara una fiesta que sólo cobraría importancia 31 temporadas después, Bret Easton Ellis escribió una novela inquietante: Menos que cero. Allí se refleja con quirúrgica frialdad y abrumadora cercanía la vida de los jóvenes privilegiados de la costa oeste. Autos de lujo, casas para cortar el aliento, piletas de aguas refulgentes y Los Angeles como constante telón de fondo de días que se iniciaban y se agotaban entre montañas de alcohol y cocaína.
Aquellos jóvenes tenía mucho dinero, sí, pero les faltaban el afecto y la guía de sus padres, perdidos ellos también en sus propios laberintos. Años más tarde, Easton Ellis saltó a la otra costa, la este, para situar en Nueva York una de los libros más perturbadores de las últimas décadas: American Psycho. Con menos piscinas y sin mar -salvo los fines de semana en los Hamptons-, el libro describe un submundo en el que sobra la ambición y escasea el alma humana.
La fiesta a la que fue Anthony Rapp en 1986 claramente no llegó al nivel de las que organizaba el terrorífico Patrick Bateman, pero en aquella Nueva York de los ‘80 todo era posible. Todo: incluso que un niño de 14 años se moviera solo por la ciudad y fuera a fiestas salvajes después de cumplir con su jornada laboral.