De Francesca a Beatrice, por Victoria
En la tercera de esta serie de notas por los 700 años de la muerte de Dante, la relación de la fundadora de la revista “Sur” con la Divina Comedia
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De los libros de Victoria Ocampo, la mayoría de los lectores prefirió (seguirá todavía probablemente prefiriendo) los varios volúmenes de la Autobiografía, la serie de los Testimonios, los tomos de correspondencias con personas notables. Esta preferencia es comprensible: fue ella la que, guiada por una intuición infalible, acertó a conocer de primera mano lo que nadie más que ella estaba en condiciones contar (aunque no siempre lo entendiera del todo); fue ella la interlocutora mejor (lo que no implica ninguna aquiescencia). Pero esta opción posterga sus otros libros, menos testimoniales en principio (el testimonio sigue estando sotto voce), entre ellos el primero de todos, De Francesca a Beatrice. A través de La Divina Comedia.
La conclusión de ese ensayo coincidió con las celebraciones del sexto centenario de la muerte de Dante Alighieri, pero el origen de la escritura no había sido la mera adhesión al homenaje. Ocampo perseguí un consuelo a la intrincada relación con su amante Julián Martínez. “En esa crisis −cuenta en Autobiografía III. La rama de Salzburgo− me puse de nuevo, buscándole explicación a mi drama, a releer La Divina Comedia (of all books!) segura de que Dante, como gran conocedor de los pecados, es decir del sufrimiento de la condición humana, tendría oculto allí algún consuelo, alguna revelación, algún bálsamo”.
Cuando le dio a leer el inédito, Paul Groussac la desalentó y le dijo que más le valía elegir temas “personales”. Dice Ocampo: “Este buen señor no se percataba de que Dante era un tema personal para mí”. Finalmente, en 1924, el libro, a instancias de José Ortega y Gasset, se publicó en Madrid en la Biblioteca de la Revista de Occidente. La traducción, porque el original había sido escrito en francés, fue de Ricardo Baeza (”en prosa almidonada”, según V.O.).
Todos esos residuos biográficos, tan triviales, se vuelven desvaídos y lo que queda es lo que dijo de Dante. Como pasa con otro de sus libros monográficos (el de Johann Sebastian Bach, por ejemplo), Ocampo escribe en estado de entusiasmo, pero es el entusiasmo lo que le permite acceder a conclusiones críticas como esta: “Leed un verso cualquiera de la Commedia en el texto, repetidlo una y otra vez, impregnaos bien de él. Luego, tomad la mejor traducción posible de ese mismo verso, y veréis cómo, apagadas las palabras, el pensamiento retrocedió hacia la sombra”. Reivindica así la condición sensible del poema, la materialidad de la palabra que se impone a cualquier especulación política o filosófica. Importa menos la montaña de sobreinterpretaciones de los “dantómanos” que esa relación íntima, a su modo caprichosa, con la Commedia.
Ocampo no quiere más que ser un guía, claro que un guía singular; “yo iré parloteando por el camino, ese camino que de tantos y tan diversos modos he recorrido y amado, y me atrevo a esperar que mis turistas no se sentirán demasiado exasperados de ver hasta qué punto mis medios de expresión son endebles junto al gran fervor que me anima a servirme de ellos”.
¿Pero por qué de Francesca a Beatrice? Esos extremos señalan también el itinerario que Ocampo necesitaba entonces hacer por sí misma. Quería entonces llegar a un amor desencarnado, ir desde el verso Amor condusse noi ad una morte hasta el otro verso l’amor che muove il sole e l’altre stelle. Comenta Ocampo: En el fondo de los abismos del dolor, Dante encontró la salida hacia la alegría. Por haber vivido largamente a la sombra de su cuerpo, ansió vivir a la claridad de su espíritu”.
El epílogo de Ortega y Gasset, presentado como misiva, no le hace justicia al ensayo de Ocampo. Lo menos que se puede decir es que no está de acuerdo: allí donde su amiga buscaba ascenso, el filósofo pedía descenso. “Señora, la excursión ha sido deliciosa. Lo malo es que después de habernos conducido por espiritual tracción hasta lo más alto, nos deja usted ahora solos y abandonados a nuestro propio peso, ¿qué podemos hacer sino descender? […] ¿Por qué desdeñar lo terreno?”. Dante, para Ocampo, habló de Beatriz como ningún hombre había hablado de ninguna mujer y como ningún hombre habló después: “Maravillosa, milagrosa transubstanciación de la pasión humana y corruptible que sintió por Bice Portinari en el amor incorruptible…” En todo libro, y más que en cualquier otro en la Commedia, cada uno entiende lo que puede y lo quiere, y hay cosas que algunos no quieren ni pueden entender.