De la democracia moral de 1983 a la democracia crítica de 2001
El año 2001 partió en dos la historia de la democracia que nació en 1983: la época de la fundación ética, que corrió entre 1983 y 2001, y la época de la de la fundación crítica, que empezó en 2001 y continúa hasta hoy.
Por un lado, a partir del triunfo de Raúl Alfonsín, un programa de democratización de la sociedad argentina ocupó el centro del debate público. La renovación democrática que se promovía no solo desde el gobierno tenía por guías la crítica de la violencia política, la defensa a ultranza del Estado de Derecho y el elogio del pluralismo. Argumentos sobre estas cuestiones pueden encontrarse en los debates de Punto de Vista y en las páginas de Un país al margen de la ley, de Carlos Nino, verdaderas fuentes teóricas de este ideario. Estos valores expresan una idea de democracia específica y original, que yace en el fondo de los discursos del presidente Alfonsín, del alegato del fiscal Strassera, del informe Nunca Más: la democracia debe estar fundada en la moral.
Fundar la democracia en la moral no significaba creer que había una escala de justicia en la que el radicalismo vencedor estaba por encima del peronismo derrotado. Mucho menos, asumir que el presidente Alfonsín sabía cuál era la manera correcta de vivir en democracia. La premisa de este proyecto era más general y fundamental: desde esta perspectiva, las preguntas de la política debían responderse después de haber respondido la pregunta por la moral. Es decir, que las consideraciones sobre desarrollo económico, distribución del ingreso, estrategia política o gobernabilidad debían ser todas derivadas de una primera consideración ética. Martín Farrell, uno de los juristas que pensaron la arquitectura del juicio a las juntas militares, cuenta una anécdota que sintetiza el espíritu de esta idea: Alfonsín no solo preguntaba si legalmente podía tomar tal o cual decisión, sino también si moralmente debía hacerlo.
El proyecto de la democracia moral, no obstante, captó la imaginación más allá del radicalismo. También los peronistas ensayaron sobre un peronismo posviolencia en la revista Unidos y empujaron una renovación dentro del movimiento bajo el liderazgo de Antonio Cafiero. Y así como estas ideas excedieron al presidente Alfonsín, también sobrevivieron a su gobierno. La crítica política de los años 90 tuvo un tono moral inconfundible no solo en el radicalismo, sino también en la CTA y en el Frente Grande. Chacho Álvarez, emblema de este momento político, fue el ideólogo y organizador de un peronismo que sintonizó con las ideas de la democracia moral. Creó una forma completamente nueva de interpretar la tradición peronista, solo equiparable en su novedad con la reinterpretación menemista. Durante estos años, las críticas a la impunidad y a la corrupción se volvieron el clivaje central del campo político y resultaron la argamasa ideológica de la Alianza entre radicales y frepasistas que ganó las elecciones presidenciales de 1999.
La crítica política de los años 90 tuvo un tono moral inconfundible no solo en el radicalismo, sino también en la CTA y en el Frente Grande
Después de 2001, se abrió una nueva época para la democracia argentina, y la idea de crisis desplazó a la moral. Desde entonces, fue tomando forma una nueva democracia, la necesaria para no volver a la crisis política, la posible en la crisis económica. Por un lado, evitar la crisis se volvió el valor máximo de la nueva época. Y no poder evitarla, el peor estigma. La historia de De la Rúa, Chacho Álvarez y Cavallo lo confirma. También la de Duhalde, cuyo gobierno no pudo superar el asesinato de Kosteki y Santillán. Y también la del kirchnerismo, que pagó costos cada vez que no pudo evitar la crisis. Perdió la ciudad de Buenos Aires después de Cromagnon; llevó al país al caos por la resolución 125 y tuvo su primera gran derrota política; perdió a su fundador siete días después del asesinato de Mariano Ferreyra; perdió el 20% de sus votos un año después de la tragedia de Once, y no llegó al 20% en la ciudad de Córdoba dos años después de abandonarla a los saqueos; finalmente, fue vencido en elección presidencial el mismo año que murió el fiscal Alberto Nisman. El resultado de la aversión social a la crisis fue que todo quedó permitido con el objetivo de evitarla. Transfuguismo político, denuncias falsas contra opositores, candidaturas testimoniales, espionaje ilegal, alianzas electorales demonizadas. Nada de esto empezó en 2001, pero desde entonces son maniobras que se lucen sin vergüenza, como cucardas de astucia política. Después de 2001, las reglas no son medios de estabilidad, sino su principal obstáculo. Todas ceden ante el imperativo de evitar la crisis. "Orden y progresismo. Los años kirchneristas" sintetizó Martín Rodríguez en su libro de 2014.
Por otro lado, la crisis económica talló la democracia post-2001. Y esto en tres sentidos específicos. El empobrecimiento de la población definió el perfil de actores centrales de estos años, como el movimiento piquetero, los jóvenes y, desde luego, la clase media. La pobreza también se volvió un argumento ineludible en discusiones claves como la regulación de la protesta, la vigencia de las garantías penales y la sindicalización de las fuerzas de seguridad. Todos debates asociados al control del espacio público, una de las superficies más sensibles a la crisis económica. Por último, el empobrecimiento de las personas y la quiebra del Estado se usan para fundamentar políticas públicas en todas las direcciones. Se dice que hay pobreza porque las instituciones no andan y se dice que las instituciones no pueden andar con semejantes niveles de pobreza. Se dice que la corrupción genera pobreza y se dice que con tanta pobreza el combate de la corrupción no puede ser una prioridad. Se dice que hay que expandir el gasto porque hay pobreza y se dice que hay que ajustarlo para reducirla. Néstor Kirchner entendió prematuramente el impacto que la crisis económica tuvo en el debate político y se aseguraba de mantenerlo vivo cada vez que recordaba que estábamos saliendo "del infierno".
Muchas cosas cambiaron en el paso de la democracia moral a la democracia crítica. En primer lugar, el programa de la democracia moral perdió su capacidad interpretativa; Elisa Carrió fue la última representante de esas ideas que interpeló masivamente. En segundo lugar, el mundo y el comercio internacional son percibidos como amenazas cada vez por más personas. Tercero, a través de La Cámpora muchos jóvenes se reconciliaron con el Estado, la historia y el poder, después de muchos años de escepticismo. Cuarto, los derechos humanos –como explicó Luis Alberto Romero– fueron removidos como fundamento del sistema democrático para ser instalados como fundamento de una facción. Por último, la pobreza se fue volviendo el centro de gravedad del debate político: paradójicamente, en la Argentina post-2001 todo se hace "para cuidar a los que menos tienen".
La época de la democracia moral duró 18 años. Este año se cumplen 19 años de democracia crítica. Los logros de la democracia moral en la década del 80 ya tienen el reconocimiento de la mayoría del arco político. Después de 2008, el mundo no volvió a ser el mismo en el que el kirchnerismo fue posible. Los jóvenes que hicieron las paces con el Estado se preparan para tomar el poder. Las discusiones sobre la violencia política de los 70 se liberan del corset que el kirchnerismo les impuso en su auge. La pobreza dejó de ser novedosa para ser característica. Lo que fue crisis económica hoy es decadencia. Quizá ya estemos pisando, sin saberlo, sin nombrarla, una nueva época.
Licenciado en Filosofía, profesor en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de las Artes