La lucha contra el coronavirus forzó a los gobiernos del mundo a tomar impensadas medidas de control sobre sus ciudadanos; el desafío es que, de resultar necesarias durante la crisis, no sean usadas para promover el autoritarismo y la concentración de poder,el impacto de la pandemia. Además de la economía, los efectos de la crisis del coronavirus alcanzarán a la política; es esencial preservar la democracia
Altavoces policiales que advierten a los ciudadanos sobre la necesidad de quedarse en sus casas. Calles deshabitadas, desiertas, con una fuerte presencia de las fuerzas de seguridad. Detenciones masivas por circular sin permiso en el espacio público. Camiones del Ejército transportando alimentos, insumos médicos e incluso ataúdes.
No se trata de imágenes desprendidas de un relato orwelliano ni provenientes de un régimen dictatorial o autoritario. La lucha contra la pandemia del coronavirus forzó a los gobiernos democráticos a tomar impensadas medidas de estricto control sobre sus ciudadanos.
¿Cómo afectará este fenómeno a las democracias occidentales? ¿Puede verse reducida su calidad si las medidas de emergencia perduran? ¿Fortalecerá la pandemia a los líderes mundiales que tomen buenas decisiones y recortará el poder de aquellos que implementen políticas deficientes? ¿Tendrá la crisis sanitaria un impacto electoral?
Las democracias enfrentarán múltiples riesgos y desafíos. La presencia transitoria de un Estado más fuerte y autoritario será el primero de ellos. En países como la Argentina y regiones como América Latina, donde las declaraciones de emergencia funcionaron a menudo como excusas para que los gobiernos se atribuyeran mayores poderes por tiempo indeterminado, deberá prestarse especial atención a la forma en la que se restringen las libertades.
La sombra de China y sus eficaces herramientas de control digital traen otro riesgo. Pero los peligros acechan con mayor dureza a las democracias más endebles. Los países con regímenes híbridos o con una vasta presencia de redes clientelares sufrirán un deterioro adicional en su calidad democrática, predicen los expertos. En lo inmediato, los líderes mundiales tendrán picos y caídas estrepitosas en su popularidad a causa de la crisis sanitaria, y las decisiones que tomen tendrán una gran influencia en sus planes electorales.
Al menos en el corto plazo, los Estados-nación se verán fortalecidos por la pandemia. Y las medidas de vigilancia darán lugar a un vínculo más autoritario con sus ciudadanos. "La introducción de medidas de control modifica la relación entre estado democrático y sus ciudadanos", explicó Carlos Gervasoni, doctor en Ciencia Política.
Según su mirada, esa relación se vuelve más vertical, más autoritaria. "El Estado se impone por la fuerza de sus medios coercitivos", señala Gervasoni, profesor en la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT).
En el mismo sentido opina Belén Abdala, coordinadora del Programa de Instituciones Políticas de Cippec: "El coronavirus está amplificando tendencias que ya existían. Hay una vuelta hacia un Estado nacional y un nacionalismo muy fuertes. Con la pandemia se vuelve más claro que los Estados siguen siendo actores centrales y la gente recurre a ellos para protegerse".
Es evidente que una situación excepcional como la pandemia requiere medidas excepcionales. El interrogante será cuántas de estas medidas, que traen una mayor cuota de poder y autoritarismo a los Estados democráticos, perdurarán una vez transcurrida la emergencia.
En un artículo publicado en el Financial Times, el historiador israelí Yuval Noah Harari recuerda una ley que establecía regulaciones especiales para cocinar puddings en Israel. Decretada en 1948 como medida de emergencia, recién fue abolida en 2011. Algo similar ocurre en la Argentina, donde se sucedieron declaraciones de emergencia (pública, social, alimentaria, económica, sanitaria) desde 2002 hasta la actualidad, en forma ininterrumpida. Incluso en Estados Unidos, la ley patriótica, medida especial para luchar contra el terrorismo a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001, se mantuvo vigente hasta 2015, cuando fue reemplazada por otra.
"Es realmente fácil construir poderes de emergencia. Pero es realmente difícil poder desarmarlos", observó Douglas Rutzen, presidente del International Center for Not-for-Profit Law (ICNL), una organización que monitorea las políticas que los Estados aplican a raíz de la pandemia, en un artículo aparecido en The New York Times.
Concentrar poder
A la facilidad que tienen las medidas excepcionales para perdurar, se agrega la posibilidad de utilizar la emergencia como vehículo para alcanzar otros objetivos encubiertos. En la Argentina y América Latina, las situaciones de emergencia sirvieron frecuentemente como un pretexto para concentrar un mayor poder en el Estado en beneficio del gobierno de turno.
Un antecedente importante es la declaración del estado de sitio en 1974, cuando la "emergencia" por la creciente espiral de violencia que enfrentaba la Argentina en aquel entonces sirvió para restringir libertades en plena democracia, y así allanar el camino que condujo a la última dictadura en 1976. Con estos precedentes, es vital controlar de qué manera se restringen las libertades a causa de la emergencia. O en otras palabras, controlar a quienes nos controlan.
"No podemos relajarnos sobre la militarización de la vida social. La historia argentina y latinoamericana nos obligan a estar muy atentos sobre los modos en que se limitan los derechos constitucionales en nombre de la emergencia. Estamos plagados de ejemplos, históricos y actuales, sobre los modos en que los poderes públicos aprovechan la excusa de la ?emergencia' para avanzar planes propios, ajenos a ella. Hoy mismo, en Bolivia, el gobierno de facto postergó las elecciones nacionales con la excusa del virus; y Piñera en Chile posterga la consulta necesaria sobre la reforma constitucional", advierte Roberto Gargarella, doctor en Derecho y profesor en la UBA y la UTDT.
"El distanciamiento social obligatorio es básicamente indistinguible de un estado de sitio. Las restricciones extremas en este tipo de situaciones pueden justificarse, aunque no aceptaría ligeramente cualquier tipo de restricción de libertades, y menos cualquier tipo de control policial", sostiene Gargarella respecto de las medidas que la Argentina estableció para detener la propagación del coronavirus.
A las medidas de restricción, se suman los métodos de vigilancia digitales, utilizados con éxito en China, Corea del Sur y Singapur. Como advierte Harari, las apps que registran los movimientos, síntomas y parámetros de salud de los ciudadanos suponen otro desafío para las libertades de las democracias occidentales. Por otra parte, una creciente influencia de China en la arena internacional, gracias a sus aportes para frenar la pandemia nacida dentro de sus fronteras (donde ahora parece bajo control), podría alterar la balanza entre democracias y autoritarismos.
"De los países poderosos, por lejos China es el más autoritario -apunta Gervasoni-. A menudo los autoritarismos se reivindican como más efectivos para lidiar con las crisis. Tienen la capacidad de actuar más decisivamente, más rápidamente y con menos cuidado por los derechos de sus ciudadanos. Y esto es problemático, porque tenemos evidencia de que la proporción de democracia o autoritarismo que hay en el mundo depende en buena medida de cuán democráticos o autoritarios son los países hegemónicos".
La influencia de China
Andrés Malamud, politólogo e investigador de la Universidad de Lisboa, afirma que China aumentará su influencia internacional. "Lo hará en dos niveles: como socio y como ejemplo", apunta.
"China está desplegando un mejor poder blando en términos geopolíticos -señala Abdala-. Aunque primero no manejó bien la situación, ahora se empieza a mostrar como un líder internacional importante, que puede brindar ayuda y equipamiento a otros países para luchar contra la pandemia. En las democracias, antes que imitar los métodos de control chinos, se puede imponer un reconocimiento a ese poder blando".
Otro efecto será la profundización de un debate que ya existe en las democracias del siglo XXI, jaqueadas en sus instituciones por los populismos de derecha e izquierda: los usos de la tecnología y la privacidad. "No cabe duda de que el control digital seguirá avanzando y llegó para quedarse, así que la cuestión no será cómo proteger nuestros datos sino cómo protegernos de quienes los recogen. Se potenciará el debate sobre la tensión entre seguridad y privacidad, y la seguridad prevalecerá", dice Malamud. En el caso de la Argentina, sin embargo, las tecnologías de vigilancia aún no se han consolidado. "Las medidas de control digital en la Argentina están subdesarrolladas: lo que predomina es el escrache y la delación analógica", señala el experto. Esto no es así en otros países, como por ejemplo Israel, que ejerce un control cercano de sus ciudadanos mediante la tecnología que aplica para combatir el terrorismo.
Regímenes débiles
Pero estos riesgos no afectarán a todas las democracias por igual. Aquellos regímenes más débiles y de peor calidad sufrirán un deterioro mayor. Y las democracias más consolidadas tendrán más posibilidades de salir airosas de los desafíos que impone la pandemia.
"En las democracias bien consolidadas es más difícil que estas medidas [de restricción] perduren. Apenas termine esta crisis, va a haber una demanda muy fuerte para que las restricciones se liberen. Aquellos gobernantes que se sientan tentados a seguir usando herramientas de restricción van a enfrentar una gran resistencia. No así en las democracias de menor intensidad y menor calidad", observa Gervasoni.
Los regímenes híbridos o "democracias iliberales", donde se mezclan rasgos autoritarios con elementos democráticos, son los que recibirán un mayor impacto. La pandemia permitirá un avance del autoritarismo en aquellos lugares donde el autoritarismo ya existe. La Venezuela chavista, Turquía bajo el liderazgo de Erdogan o la Hungría de Viktor Orban son algunos ejemplos.
En Hungría, Orban ya utilizó la pandemia como excusa para concentrar más poder en su figura. Una nueva ley aprobada en el parlamento le permitió al primer ministro húngaro convertirse en la única autoridad capaz de suspender el estado de emergencia que él mismo declaró, a la vez que restringe aún más las libertades de prensa y de expresión y plantea una fuerte penalización para quienes infrinjan la cuarentena.
El factor económico
"Para los regímenes híbridos, esto puede ser una buena excusa para dar un paso más en dirección de la erosión de la democracia. No me parece que sea el caso de la Argentina, ni de buena parte de la región como Chile, Uruguay, o aun Brasil", sostiene Gervasoni.
Sin embargo, la pandemia sí puede reducir la calidad democrática en la Argentina y en la región de otra forma. Se trata de la creciente dependencia económica de quienes pierden momentáneamente sus puestos de trabajo. Es un problema relevante para buena parte de América Latina, donde la asistencia social y las redes clientelares en manos de gobiernos populistas está muy extendida.
"Vamos a entrar en una situación donde millones de argentinos dejan de ganarse el pan con su propio trabajo. En su lugar, van a tener algún tipo de ingreso que proviene del gobierno. Cuando la supervivencia económica del individuo depende del Estado, hay evidencia de que la relación democrática se debilita. Es más difícil que un individuo dependiente monitoree al Estado, se oponga o lo critique", apunta Gervasoni.
¿Qué recursos tienen las democracias más consolidadas para evitar estos riesgos? Básicamente, el control ejercido por sus propios ciudadanos y por distintos actores de la sociedad civil, como los medios de comunicación, las ONG o los activistas por los derechos humanos. La crisis del coronavirus puede ser también una oportunidad para aumentar estos mecanismos de control. Entonces, de este modo, la democracia podría salir fortalecida.
"Podría estar pasando que a raíz de la epidemia la gente esté más vigilante del gobierno, porque está con ganas de que esto termine lo antes posible y no quiere que sea prolongado más allá de lo razonable", afirma Gervasoni.
"Cada país tiene su propia idiosincrasia, y eso marca los márgenes donde los gobiernos pueden actuar. En las democracias, tomar medidas como las de China sería muy complejo, porque gozarían de muy poca legitimidad en la opinión pública", dice Abdala.
Por último, las democracias también se verán afectadas en un nivel más básico e inmediato. Se trata del núcleo del sistema: las urnas, y el apoyo que las sociedades brindan a sus gobiernos.
Popularidad
En la Argentina y en el mundo, la popularidad de los líderes aumentó gracias a la pandemia. Incluso ocurrió con líderes de países muy afectados por la enfermedad, como el presidente estadounidense Donald Trump o el premier italiano Giuseppe Conte. Se trata del fenómeno conocido como "rally round the flag", que consiste en una mejora sustancial en la imagen positiva del presidente gracias a una guerra o una crisis internacional.
Sin embargo, esta popularidad puede esfumarse rápidamente. "Después de ganar sus guerras y tocar el cielo de la opinión pública, Winston Churchill perdió las elecciones de 1945 y George Bush padre, las de 1992", apunta Malamud. Por eso, los picos en la popularidad de Trump no sirven para asegurar su reelección en los comicios de noviembre próximo.
Malas políticas
Las malas políticas también pueden afectar la imagen de los gobiernos. "Para que un gobierno pierda apoyo, deberían ocurrir dos cosas: que los resultados sean malos, es decir, que ese país tenga muchos enfermos y muertos por la epidemia. Y que la sociedad identifique que el responsable por esos malos resultados es el gobierno", dice Gervasoni.
Parece ser el caso del presidente brasileño Jair Bolsonaro, que ya sufrió protestas en su contra por haber subestimado la gravedad de la pandemia y por su manejo de la crisis sanitaria. "A diferencia de Trump, que mantiene el apoyo de su base electoral y tiene mayoría en el Congreso, Bolsonaro se encuentra completamente aislado, rodeado apenas por una secta de fanáticos", observa Malamud.
¿Qué ocurrirá con el gobierno argentino? Los especialistas señalan que la crisis del coronavirus ha contribuido hasta ahora a fortalecer la autoridad de Alberto Fernández y que la pandemia tendrá ecos en las elecciones de 2021.
Según Juan Germano, director de la consultora Isonomía, la crisis "hizo crecer a los moderados de cada espacio. Hay mayor lugar para las fotos conjuntas. Y menos lugar para las chicanas y los enfrentamientos. El propio Fernández se mueve mejor en este contexto", apunta el consultor.
"La ciudadanía y la política hoy están más alineadas con el objetivo de resolver lo sanitario lo mejor que se pueda. Hay un mandato sanitario. Con el foco corrido ahí, por el momento, te van a evaluar bien o mal solamente en base a lo sanitario. Todo parece indicar que la aprobación del gobierno es alta", agrega.
Advierte además que los efectos de esta crisis permanecerán en el tiempo. "La discusión electoral de 2021 va a estar teñida por lo que sucedió y suceda este año, por la evaluación de los ciudadanos respecto de este monomandato actual. Las consecuencias económicas y sanitarias de esta crisis no van a resolverse rápidamente. Los gobiernos están navegando en aguas desconocidas", afirma Germano.