Damien Hirst. Odisea desde el fondo del mar
El “niño terrible” del arte británico vuelve a sorprender con una ambiciosa muestra que une ficción y realidad en Venecia
ROMA.- En pleno auge de las noticias falsas, no hay nada más verdadero que lo verosímil. Damien Hirst, el “niño terrible” del arte contemporáneo, lo sabe. Por eso, ya está dando mucho de qué hablar Tesoros del naufragio del Increíble, la primera gran muestra individual dedicada en Venecia al artista británico más famoso del mundo. Se inauguró con bombos y platillos el 9 de abril, en un evento lleno de glamour que marcó el inicio de la temporada 2017. Para pocos y afortunados invitados hubo entonces un exclusivo e híper blindado concierto de los Red Hot Chili Peppers.
La muestra, que podrá verse hasta el 3 de diciembre, se extiende a lo largo de los 5000 metros cuadrados expositivos del Palazzo Grassi y Punta della Dogana, las dos sedes venecianas de la Colección Pinault (del magnate francés François Pinault), con casi 200 obras “rescatadas del fondo del mar”.
Entre realidad y ficción, mitos y arquetipos, el artista desembarcó en la ciudad de la laguna para contarle al mundo la historia de un barco cargado de obras de arte, joyas y monedas, que naufragó según él hace 2000 años. Y que él logró recuperar del fondo del mar, toda una empresa, al menos para aquellos que quieran creerlo.
Con videos, fotos y explicaciones capaces de “testimoniar” el hallazgo, Tesoros del naufragio del Increíble da vida a una excéntrica exposición que le demandó por lo menos diez años de trabajo al artista británico, famoso por una calavera de diamantes valuada en 100 millones de dólares (2007) y por el célebre tiburón exhibido en una pileta de formol con el título La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo (1991).
El tesoro del esclavo
Ahora, en Venecia, Hirst reúne magníficas esculturas griegas realizadas en mármol, imponentes conjuntos en bronce de dimensiones colosales, bustos de faraones esculpidos en oro puro, monedas, joyas y decenas de otras obras de arte procedentes de todos los rincones del mundo. Todo forma parte, según el relato, de la fastuosa colección del legendario Cif Amotan II, un esclavo del siglo I oriundo de Antioquía.
Después de convertirse en hombre libre, siempre según Hirst, Amotan amasó una gigantesca fortuna. Y su preciadísima colección se hundió en el naufragio del inmenso barco que la llevaba –llamado Apistos, “increíble” en griego antiguo– en el océano Índico. En 2008, después de casi 2000 años, el tesoro de Amotan fue localizado en la costa oriental de África. Comenzó así una larga tarea de recuperación submarina, que permitió sacar del lecho marino el tesoro, recubierto de anémonas, algas y corales petrificados.
“Se trata de una muestra que recolecta todas las obras recuperadas en esa extraordinaria ocasión”, contó, en la inauguración de la exhibición, muy seria, su curadora, Elena Guena, señalando una escultura de broce de siete metros de alto titulada La guerrera y la osa, colocada en la entrada de la sala central de Punta della Dogana. “Representa a una guerrera sobre las espaldas de una osa, recubierta de incrustaciones, coral, algas, conchas marinas y material acumulado a lo largo del tiempo que pasó en el fondo del océano Indico”, agregó la experta, decidida a mantener el relato de que todo lo que se ve allí es real.
Otra obra impactante de la exhibición, que marca a fuego el regreso de Hirst después de una larga ausencia, es Demonio con cuenco. Se trata de una escultura de dieciocho metros de altura que muestra a un demonio descabezado con un cuenco en las manos, que invade literalmente el atrio del Palazzo Grassi.
Antes de su espectacular retorno a Venecia, la última aparición de Hirst había sido la serie Ningún amor perdido. Pinturas azules (2009), considerada un fallido intento del enfant prodige británico de bajar a la arena de la pintura. Algunos críticos están convencidos de que, para superar ese fracaso, hacía falta un retorno con gran pompa, sin precedente. ¿Qué hizo Hirst? Provocador como siempre, inventó los precedentes.
Así, sobre las paredes del espacio de Palazzo Grassi y Punta della Dogana –museos de arte contemporáneo inaugurados sobre los canales de Venecia en 2006 y 2009, gracias al magnate Pinault– también pueden verse imágenes que muestran momentos del rescate, con buzos intentando desencallar los tesoros en un viaje al fondo del mar que deja estupefacto al visitante. ¿Qué hay de real y qué hay de falso?
En este marco surrealista Hirst, evidentemente, se divierte. Entre bustos de faraones, esfinges, esculturas griegas y budas de jade, de hecho, incluye un par de esculturas de Mickey Mouse (recubiertas de restos de algas), otra de Tribilín, transformers, algunos personajes del Libro de la Jungla y hasta un autorretrato, siempre recubiertos de caracoles e incrustaciones marinas. Todo, de hecho, ha sido rescatado desde la profundidad del océano.
¿Imposible? No importa. Lo importante es sumergirse en la sugestión, dejar volar la fantasía. “Porque creer en algo –asegura Hirst– es mucho más fuerte e importante que la verdad.”