Cuidar la diversidad cultural
Para nosotros, los argentinos, ¿qué quiere decir abrir nuestras puertas a otros? Me hice esta pregunta durante el seminario "Diálogos Globales: refugiados y migrantes", que tuvo lugar recientemente en el Museo Casa Rosada. En el marco de nuestra cultura y de nuestra forma de entender la democracia, la apertura al otro parece fundamental. En el evento pudimos debatir con especialistas internacionales sobre estrategias de inclusión y el denominador común fue el desafío que imponen el prejuicio y el desconocimiento.
Hoy, hay más de 65 millones de personas desplazadas por la fuerza, la mayor cantidad desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. De esos 65 millones, 21,3 millones son refugiados y más de la mitad tiene menos de 18 años. El año pasado un promedio de 24 personas fueron desplazadas por minuto de sus hogares: 34.000 personas por día.
Nuestro país debe sentirse interpelado por esta tragedia, en particular por el ejemplo de integración que puede mostrar: la Argentina es el país de América latina con el mayor número de judíos y musulmanes que disfrutan de una convivencia fructífera, y carecemos mayormente de conflictos étnicos. Además, somos un país que se conformó sobre procesos migratorios: nuestros antepasados llegaron desde otros lugares en busca de sus futuros.
Por eso, más allá de los desafíos de política pública que implica la problemática de los migrantes y refugiados, surgen también reflexiones casi existenciales, que tienen que ver con cómo queremos pensar nuestra identidad. Nuestra historia nos obligó a que la cultura argentina sea, fundamentalmente, de apertura a lo nuevo. Por algo Borges alguna vez escribió que ser argentino "no es abrazarse a lo supuestamente propio, sino abrazar como propio todo lo que el mundo tiene para dar". Somos una nación abierta, que siempre está mutando. Su definición, paradójicamente, es la falta de definición.
En este sentido, me permito una sugerencia: no debemos ver al que viene de afuera como un "otro" que llega para cumplir un rol de espectador. Es alguien que, como lo fueron nuestros abuelos, será parte integral del desarrollo de nuestro país. No se trata, entonces, de "enseñarle" nuestra cultura: no tiene que aprender a comportarse como argentino, asumir un estereotipo de nacionalidad, repitiendo las costumbres de una sociedad cerrada. No, nuestra identidad está abierta a la influencia de quienes vienen a vivir con nosotros y es también el resultado de lo que ellos hacen. Y al mismo tiempo, quienes llegan a nuestro país se abren al cambio que un hogar nuevo implica. No hay monólogo de un lado ni del otro, sino un diálogo que lleva al aprendizaje en diferencia.
Si bien los argentinos no nos definimos por un origen compartido, sí debemos poner en común valores: la democracia, los derechos humanos y el aprendizaje en diferencia. La interculturalidad, tan golpeada en el mundo, vive en nuestro país, y debemos cuidarla de los riesgos que enfrenta en el mundo. El rol de la cultura respecto de esto, entonces, es mucho más profundo que el que pueda tener una u otra manifestación cultural particular. Ese rol es, fundamentalmente, el de poner de manifiesto a todos los que quieran habitar el suelo argentino que nuestro país está construido sobre historias como las de ellos. Que nuestra propia identidad supone la posibilidad de que ellos escriban, en libertad, sus páginas en los capítulos presentes y futuros de la Argentina.
Secretario de Integración Federal y Cooperación Internacional en el Ministerio de Cultura de la Nación